Dos horas antes de que amanezca, Dee Matello se suma a la fila de cientos de personas que esperan frente a la puerta del Centro Cívico Wicomico envueltas en abrigos y mantas de lana para enfrentar el viento.
Adentro hay una hilera de sillones dentales reclinables prolijamente acomodados sobre el piso del campo de juego. Días más tarde, ese mismo estadio recibirá el espectáculo Disney On Ice. Pero este viernes por la mañana, dentistas de cinco estados se preparan para arreglarles los dientes a 1.000 personas que hacen la fila.
Matello tiene el número 503. Esta pequeña comerciante que apoya al presidente Donald Trump tiene partida una muela, no cuenta con seguro dental y hace años que la inflamación la obliga a masticar del lado derecho de la boca.
"Me molesta todo el tiempo", dice. Y aunque su dolor de muelas no fue la razón por la que votó a Trump, es un recordatorio permanente de uno de los motivos por los que lo hizo: la sensación de haber sido abandonada a su suerte en su lucha por satisfacer sus necesidades básicas, en un país lleno de gente rica.
A medida que la brecha entre ricos y pobres en los Estados Unidos se profundiza, pocas consecuencias son tan ignoradas como la humillante desigualdad en términos de salud dental. Mientras tanto, la odontología cosmética de lujo está en su apogeo: los norteamericanos más adinerados gastan casi mil millones de dólares por año sólo para que los dientes les queden un par de tonos más blancos.
Pero hay millones de personas que dependen de las clínicas de beneficencia y de las salas de guardia de los hospitales para solucionar el dolor en sus dientes o el descuido de sus bocas. Sin posibilidades de afrontar costosos tratamientos de conducto, coronas o implantes, muchos simplemente se los hacen extraer. A casi un 20 por ciento de los norteamericanos mayores de 65 años no les queda ni un solo diente propio.
Después de dos días de trabajo en el Centro Cívico Wicomico, un dentista voluntario habrá realizado 795 extracciones. Lo notable es que un número significativo de esos pacientes tiene un trabajo estable —operadores de grúas, libreros, empleados de correo—, pero dicen no tener seguro dental y tampoco dinero en efectivo para pagarle a un dentista particular.
Matello tiene los dos problemas, a los que se suma la frustración de verse privada de un mundo que muchos norteamericanos más ricos dan por sentado. "El país está demasiado dividido entre la gente pudiente y los que tenemos que luchar por todo, hasta para ir al dentista", dice. "Y lo peor es que no veo ningún puente a la vista por dónde cruzar y ser una de esas personas ricas".
Matello votó por Barack Obama en 2008, pensando que él ofrecía la mejor opción para la gente trabajadora. El año pasado apoyó a Trump después de haberlo escuchado hablar de "los hombres y mujeres olvidados" del país, de "la gente que trabaja duro y que no tiene voz". Trump dijo una y otra vez: "Yo me postulo para ser su voz". Y lo que Matello escuchaba era una promesa de "devolverle la dignidad al trabajador pobre".
Gran parte de esa promesa de Trump consistía en asegurar que iba a construir un "hermoso" sistema de salud que estaría al servicio de todos los norteamericanos, un sistema que iba a costar menos y a hacer más. Pero varios meses después de iniciada su presidencia, Matello considera que respalda un sistema de salud que parece dejar todavía más afuera a la gente de bajos recursos y a los adultos mayores.
Matello dice que no tiene más opción que seguir esperanzada en que Trump hará un plan para que puedan "sentir los beneficios de una mejor economía". Pero desde que asumió, se enfocó en tantas otras cosas que Matello comenzó a preguntarse sobre sus promesas.
"Lo que veo… es horrible"
Los dientes blancos y parejos se asocian con el éxito social, y así los tienen casi todos los que ostentan grandes puestos de trabajo o aparecen en la TV. La gente gasta 2 mil dólares por diente en carillas de porcelana para ocultar hasta la menor imperfección. Trump tiene los dientes exageradamente perfectos y blancos como la nieve, y muchos odontólogos especializados en cosmética han señalado públicamente que el trabajo dental que tiene hecho el presidente debe de haber sido muy costoso.
"Cuando veo a alguien con los dientes perfectos, siempre pienso que son de otra clase, que son ricos. Nosotros, los pobres, nos clasificamos entre nosotros teniendo en cuenta cuántos dientes nos faltan. O si vemos a alguien con todos los dientes cortos y amarillos, nos damos cuenta de que vive en esta zona desde toda la vida", dice Matello.
Con "esta zona" Matello se refiere a la costa este de Maryland, la zona más pobre de uno de los estados más ricos del país. En estas zonas rurales, hasta el agua juega en contra de la gente. En muchas casas, incluida la de Matello, se consume agua de pozo.
A diferencia del agua de la red, el agua de pozo no está fluorada. El 25 por ciento de todos los norteamericanos del país no está conectado a la red de agua fluorada y por lo tanto están privados de uno de los 10 mayores avances en la salud del siglo XX, según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos.
"Es toda agua de pozo, sin fluorar. En estas zonas vemos personas con mayores problemas dentales", asegura Patricia Higgins, una de las dentistas voluntarias de la Clínica Salisbury.
George Acs, director del Departamento de Salud Dental del Centro Sanitario Chesapeake, una clínica cerca de Salisbury, dice que la gente con dolores bucales e infecciones desborda los hospitales. El año pasado, más de dos millones de visitas a las guardias de hospital respondieron a problemas de descuido y negligencia dental.
Acs declaró ante los legisladores que aunque las visitas a estos hospitales cuestan alrededor de 1.600 millones de dólares por año, por lo general la sala de guardia no está equipada para resolver problemas dentales, de manera que los médicos de guardia sólo medican a la gente con "un ciclo eterno de antibióticos y opioides".
Y este ciclo alimenta una epidemia nacional de adicción a los opioides. Mientras tanto, Higgins dice que la dependencia de los norteamericanos a toda clase de drogas también les está arruinando los dientes. Muchas drogas causan sequedad de boca, lo que produce más caries. Hace 35 años, cuando empezó a ejercer su profesión, la gente tomaba menos medicamentos bajo receta. Ahora los pacientes le llevan listas larguísimas impresas en computadora.
El problema de Matello no era complicado: un molar que se le había roto hacía tiempo. Con 46 años y tres hijos, llevaba nueve años sin visitar a un dentista. Cuando se le empezaron a caer las partes rotas de la muela, sabía que arreglarla iba a costarle miles de dólares y siempre había otras cuentas más urgentes que pagar.
Más tarde oyó en televisión que la ONG Mission of Mercy llegaba a la Costa Este para abrir una de sus clínicas dentales gratuitas, como las que del día a la noche había atraído a una multitud en Nebraska, Carolina del Norte y otras partes de los Estados Unidos. Así que decidió tomar el viernes libre.
La vida era más fácil antes del golpe que implicó la recesión de 2007. Su esposo dirigía una casa de amoblamiento donde ganaba más de 70 mil dólares anuales y ella vendía botes de pesca y aportaba lo suyo a los ingresos. Pero después la gente dejó de comprar sofás caros y botes de pesca y los dos se quedaron sin trabajo.
Así que empezaron a comprar máquinas expendedoras y sacan unos 47 mil dólares al año. Matello dice que no sabe si la división entre ricos y pobres ahora es peor, pero sí que es más "desfachatada". "Estoy harta. No entre a Facebook porque ahí el tema siempre es el viaje que hiciste o lo que te compraste. La verdad es que no me interesa saber lo bien que te va. Más bien me deprime".
Matello considera que la gente juzga el éxito sobre la base de lo que uno lleva puesto o dónde vive, y a veces se sorprende haciendo lo mismo. Washington, por ejemplo, está a apenas 240 kilómetros al oeste, pero siente que está en otro planeta, totalmente fuera de alcance.
"Es una ciudad hermosa para estar de paso. Pero nunca me iría a vivir allí. No encajaría. No tengo ni la educación ni el dinero para vivir allí. No tenemos nada en común. Es por esa división que la gente de menos recursos se rebela, se vuelve loca con las personas adineradas", afirma. "Y los dientes son el indicador, el signo visible de la riqueza", agrega Matello.
Pocos dentistas donde más se los necesita
La región de Washington tiene una de las mayores concentraciones de dentistas por persona del mundo y muchos de ellos ofrecen servicios de alto nivel en consultorios que parecen un spa de lujo. Más de 50 millones de norteamericanos, en cambio residen en zonas oficialmente designadas por el gobierno federal como Zona de Escasez de Profesionales de la Salud Dental. Y la gran mayoría son trabajadores pobres.
"Es completamente desigual: hay menos dentistas donde la necesidad es mayor", dice Acs. Hace poco tuvo que enviar a un paciente con las muelas de juicio afectadas a un servicio de salud pública Medicaid, a 190 kilómetros de distancia.
Louis Sullivan, un médico que fue secretario de Salud y Servicios Sociales bajo la presidencia de George H. W. Bush, dijo que "los problemas sistémicos generalizados" son los que generan el bloqueo al servicio odontológico.
Primero, los dentistas recién recibidos suelen arrancar su carrera profesional con fuertes deudas universitarias y por eso tienden a volcarse a las zonas más pudientes donde pueden hacer más dinero. La deuda promedio de un dentista con una especialidad de cuatro años que inicia su carrera es de unos 260 mil dólares, más que el estudiante de medicina promedio.
Se establecen sólo en consultorios propios y por eso tienen que afrontar gastos elevados -de equipamiento, alquiler y recepcionistas- que encarecen mucho la factura del paciente. Y si bien los dentistas más jóvenes tienden a formar grupos para compartir los gastos, el modelo antiguo del consultorio particular se resiste al cambio.
También figura el tema del pago por los servicios. Los dientes por lo general se tratan de forma separada del resto del cuerpo, una tradición que data de los orígenes de la odontología, cuando los dentistas eran barberos especializados que realizaban cirugías bucales y extraían muelas.
En la actualidad, muchos funcionarios de salud pública consideran que esa división es equivocada. Una mala salud bucal puede acarrear enfermedades cardíacas y otros graves problemas médicos, y la pérdida de los dientes causa depresión y dificultades para comer y hablar.
Esa separación se extiende al seguro médico. Ni siquiera el Medicare, el programa de salud pública que cubre a 55 millones de norteamericanos adultos mayores y con discapacidad, tiene cobertura odontológica. Para eso, la gente tiene que pagar un seguro dental extra, que por lo general se limita a una prestación anual de aproximadamente 1.500 dólares por persona, un monto que apenas se ha modificado en décadas, aunque los costos hayan aumentado.
El costo de los planes provistos por el empleador varía enormemente y, según afirman los expertos del sector, pueden alcanzar los 500 dólares o más por familia cada año. Para aquellos cuyos trabajos no ofrecen beneficios odontológicos, puede ser todavía más caro.
De modo que decenas de millones de pesonas tienen que prescindir de él: de acuerdo con el Instituto de Políticas de Salud de la Asociación Dental de Estados Unidos (ADA, por sus siglas en inglés), más de un tercio de los norteamericanos adultos carece de cobertura ondontológica.
La cobertura infantil ha ido mejorando. A todos los estados se les exige que brinden prestaciones a los niños afiliados al Medicaid y al Programa de Seguro de Salud Infantil. La ley de protección al paciente y cuidado de salud asequible, exige actualmente que los planes médicos ofrezcan prestaciones odontológicas a los menores de 19 años. Pero esa exigencia -y los beneficios dentales de cinco millones de adultos nuevos que cubre la ley de salud asequible- se encuentran en peligro con la reforma de salud que apoya Trump.
Los adultos que residen en ciertos estados y son lo suficientemente pobres pueden acceder a la cobertura a través de Medicaid, el programa de salud estatal y federal para norteamericanos de bajos recursos. Pero solamente un 38 por ciento de los dentistas acepta Medicaid, casi la mitad en comparación con los médicos. Esto se debe, en parte, a las bajas tasas de reintegro. De acuerdo con uno de los últimos análisis de ADA, en promedio, Medicaid cubre casi el 37 pro ciento de la cuenta. Los dentistas que no aceptan Medicaid también se quejan de los obstáculos burocráticos y del número de visitas que se cancelan.
En algunos estados, Medicaid no otorga cobertura para adultos. Delaware, donde vive Matello, es uno de ellos. Ésa es la razón por la cual un viernes húmedo a la mañana acaba haciendo la fila con cientos de personas a las que les duelen los dientes.
"¿Usted qué tiene que hacerse?", le pregunta a un veterano de guerra en silla de ruedas. "Necesito que me saquen nueve dientes. Mi mujer trabaja en Rite Aid, pero no tenemos obra social", responde el hombre.
Cerca del mediodía, llaman al número de Matello. Un voluntario le toma la temperatura; tiene un febrícula leve, así que no es necesario suspender la intervención médica. Dos horas más y por fin la llevan hasta la máquina de rayos X, situada bajo un aro de básquet. Justo cuando esperaba para que la llamaran para sentarse finalmente en el sillón de dentista, una voluntaria anuncia en voz alta: "Hoy van a atender hasta el número 500. El resto va a tener que volver mañana".
"¿Es una broma?", grita frustrada una mujer detrás de Matello. "¿Tengo que volver a hacer todo esto mañana otra vez?". A Matello se le llenan los ojos de lágrimas. Estuvo esperando 10 horas.
Una voluntaria le da una pulsera para que mañana sea la primera en la fila. Así que maneja de vuelta hasta su casa en el Jeep que tiene hace 18 años. Cena una vez más masticando sólo del lado derecho y pone el despertador. A las 7 de la mañana del día siguiente por fin llega hasta uno de los sillones reclinables con un dentista que apunta con una luz brillante dentro de su boca.
Ella mira el techo industrial alto y negro del estadio. El zumbido del taladro en el espacio abierto compite con "New York State of Mind", de Billy Joel, que suena en los parlantes. Robert Testani, un dentista voluntario de Catonsville, Maryland, la revisa y mira sus radiografías antes de introducirle una jeringa de novocaína en la encía. Se prepara para extraerle el molar roto. "No se preocupe. Esto es de rutina… a no ser por el entorno", le dice al mirar a su alrededor.
Según Mission of Mercy, en el transcursos de dos días, 116 dentistas atendieron a 1.165 pacientes y gastaron un millón de dólares tanto en empastes como en otros tratamientos.
Matello está agradecida. Le dijeron que en cualquier consultorio la radiografía panorámica y la extracción le habrían costado entre 600 y 800 dólares. Ella mira a algunos de los otros que fueron, sin importar que vivan de cortar árboles, construir casas, administrar una biblioteca o de un pequeño comercio, como ella. "No nos quedamos en casa, durmiendo y viviendo del Gobierno", dice.
Matello se pregunta por qué no hay un sistema mejor para la gente como ella. Trata de no mirar al camionero de 51 años que está sentado al lado suyo, al que le sacaron tres diente y tiene la boca llena de gasas ensangrentadas. "Trato de pensar que no es denigrante. Pero lo es. Es como si viviéramos en un país del tercer mundo".
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