Adolfo Hitler y los nazis tomaban anfetaminas y opiáceos

Por Katharina Bloom; traducción por Mario Abad

Guardar
Hitler, posiblemente hasta el mostacho de Eukodal. Foto vía Wikimedia Commons
Hitler, posiblemente hasta el mostacho de Eukodal. Foto vía Wikimedia Commons

Hablamos con Norman Ohler, autor del libro que investiga el uso de drogas entre los jerarcas nazis.

La última obra de Norman Ohler, Der Totale Rausch (El colocón total), cuenta la historia de cómo los nazis solían consumir drogas para «mejorar el rendimiento». Al parecer, muchos de los integrantes del partido de Hitler, desde los miembros de la Wehrmacht hasta las más altas esferas, eran muy aficionados a probar todo tipo de sustancias químicas.

Charlamos con Norman para que nos ampliara la información sobre este hábito de los nazis del que tan poco se ha hablado en los libros de historia.

VICE: Hola, Norman. Así que Hitler y sus camaradas del Partido Nazi iban colocados la mayor parte del tiempo, ¿no?

Norman Ohler: Eso es lo que sugiere mi investigación. Pero hay que hacer distinciones: cada uno tenía sus predilecciones y adicciones particulares y no todos tomaban todo tipo de drogas. Algunos consumían más, otros menos. Por ejemplo, Ernst Udet, Jefe de del departamento de adquisición y suministro de aviones, era aficionado a la metanfetamina. Los había que tomaban potentes anestésicos, como Göring, cuyo apodo era «Möring», de «morfina». También está demostrado que Hitler consumía Eukodal –la marca alemana con la que se conocía la oxicodona- por vía intravenosa. Me dispuse a averiguar a qué se debía este consumo tan generalizado de drogas y si tuvo alguna relevancia histórica.

Habrá mucha gente incapaz de recordar qué se metió el viernes pasado cuando salió de juerga. ¿Cómo se puede demostrar qué drogas tomó Hitler hace 70 años?

Se llevaba un registro muy detallado y preciso de todos los aspectos del Tercer Reich. El médico personal de Hitler, el doctor Theo Morell también dejó un extenso legado clínico. Tuve oportunidad de consultar sus registros en el Archivo Federal en Koblenz, en el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich y en los Archivos Nacionales, en Washington D. C. En todos estos documentos queda constancia de las inyecciones diarias que Hitler recibía. Es una lectura fascinante.

En tu libro mencionas que el médico de Hitler tenía sobrepeso, era poco agraciado físicamente y comía como un cerdo. No es precisamente la imagen del ideal ario. ¿Cómo se inició esa estrecha amistad entre Morell y Hitler?

Morell horrorizaba a todo el entorno de Hitler. Este último era el único que no sentía lo mismo. Desarrollaron una relación simbiótica a partir de las drogas. Al parecer, Morell ni siquiera pudo asistir al funeral de su hermano, ya que habría tenido que estar dos días alejado del Führer, que necesitaba sus inyecciones a diario. Todos sabemos lo duro que es que tu camello se vaya de vacaciones.

¿Cómo te decidiste a escribir este libro?

Uno de mis amigos DJ, que es residente de Club der Visionäre de Berlín, me habló del tema y decidí escribir una novela basada en él. Luego me di cuenta de que la ficción no iba a funcionar, porque lo interesante de esto son los hechos, por lo que finalmente opté por escribir un libro de no ficción. Una cosa es la ficción y otra muy distinta los hechos históricos.

Hasta ahora, el libro ha suscitado opiniones opuestas. La revista Der Siegel criticó el hecho de que no seas historiador, mientras que el Süddeutsche Zeitung escribió una crítica muy positiva. ¿Por qué crees que provoca reacciones tan diversas?

El tema se enmarca en un capítulo muy significativo de la historia del mundo, por lo que siempre habrá personas que se nieguen a aceptar nuevas perspectivas. Está muy relacionado con el miedo y la soberanía interpretativa. Existe una autoridad académica que dicta quién puede opinar sobre ciertos temas. Muchos creen, por ejemplo, que mi libro podría contribuir a relativizar la culpa de los nazis. Esa es la principal incógnita, por supuesto, y debe ser respondida.

Hablando de culpa, ¿existe alguna forma en que se pudiera cuestionar la culpabilidad penal de los nazis esgrimiendo el argumento del consumo de drogas?

Desde luego que no. En este caso se aplica el principio jurídico fundamental actio libera in causa. Significa que el hecho de drogarte para perpetrar un delito planeado de antemano no te exime de la culpa del mismo. Los crímenes del régimen nazi ya estaban contemplados en Mein Kampf, la obra incendiaria de Hitler, y empezaron a ponerse en práctica durante la década de 1930, antes de que empezaran a consumir drogas.

El nacionalsocialismo es un capítulo oscuro de la historia de Alemania. En tu libro, no solo describes la adicción de la cúpula directiva, sino que hablas de experimentos con sustancias en los campos de concentración. ¿Qué pasó allí exactamente? ¿Qué clase de experimentos eran?

En Sachsenhausen, se realizaba la llamada «patrulla de pastillas», durante la cual obligaban a los prisioneros a ingerir una nueva «droga milagrosa», que contenía altas dosis de cocaína, metanfetamina y Eukodal, y a continuación les hacían correr en círculos toda la noche, cargando con una mochila a la espalda. Estas pruebas eran realizadas por la marina y las SS. A los prisioneros de Dachau les administraban dosis muy alta de mescalina sin que lo supieran. Los nazis buscaban nuevas técnicas de interrogatorio. El ejército estadounidense encontró los resultados de estos experimentos cuando liberó el campo. Posteriormente, las agencias de inteligencia norteamericanas utilizaron todo ese material para su Proyecto Artichoke, con el que pretendían desenmascarar a presuntos espías soviéticos.

Una Wehrmacht muy dopada invadió Polonia y Francia con tanta rapidez que la gente se refería al conflicto como la Blitzkrieg (guerra relámpago). ¿Realmente los soldados estaban bajo los efectos de alguna droga?

Para la campaña en Francia se suministraron treinta y cinco millones de dosis de Pervitin, cuyo principio activo es la metanfetamina, que hoy conocemos como cristal. Las unidades en tanques recibían dosis especialmente altas. También los pilotos de la Luftwaffe tomaban metanfetamina. Así, casi podría decirse que la Guerra Relámpago era más bien una Guerra de la Metanfetamina.

Después de 1945, ¿el ejército siguió tomando drogas?

Los nazis fueron precursores en la aplicación de las drogas como potenciadores en la guerra, pero pronto les siguieron los pasos los aliados. Consumían speed (anfetaminas). Los estadounidenses, por ejemplo, siguieron con esa práctica y administraron cantidades ingentes de speed a sus pilotos en la guerra de Corea. Hoy en día, a los pilotos de drones se les permite tomarse la llamada Go-Pill, que no es otra cosa que anfetaminas legales.

¿Y qué hay de las fuerzas armadas alemanas?

En Afganistán usaron modafinil, un agente estimulante que te ayuda a mantenerte despierto y del que se dice que no tiene efectos secundarios. Actualmente, el comité consultivo de medicina militar está deliberando sobre si deberían seguir distribuyéndose estas sustancias potenciadoras del rendimiento en grandes cantidades.

¿Por qué se ha ignorado el tema hasta ahora? ¿Es porque se considera tabú?

Se debe al concepto del propio nacionalsocialismo de «lucha contra los narcóticos», que ejerció un férreo control sobre las sustancias y acabó convirtiéndolas en un tema tabú en general. La ciencia formal hizo oídos sordos al asunto. Incluso hoy en día las universidades evitan realizar estudios exhaustivos al respecto.

¿Existe alguna similitud entre tu experiencia personal con las drogas y la de Hitler?

No he probado todas las drogas de las que hablo en Der Totale Rausch, sobre todo porque, si hubiera intentado equipararme a los niveles de consumo de Hitler, no habría podido escribir un libro. En serio, nadie podría consumir esa cantidad.

Gracias, Norman.

Publicado originalmente en VICE.com

Guardar