En la ciudad de Ouidah se reúnen una vez al año los principales cultos vudú de África occidental para celebrar sus ritos y ceremonias.
Arriba: sacrificio ceremonial de un pollo. Todas las fotografías por el autor.
El vudú es una de las religiones oficiales de Benín y es practicada por alrededor del 40 por ciento de la población. En la lengua local ewe, vudú (vodoun) significa "espíritu".
Cada año, a principios de enero, varías sectas vudú de África occidental se encuentran en la ciudad costera de Ouidah, en Benín, para mostrar sus prácticas religiosas y celebrar sus creencias. La celebración principal se da en la playa de "Las puertas de no retorno" (La porte du Non Retour), el lugar donde antiguamente los esclavos embarcaban en los barcos que les llevaban fuera de su tierra, lo que hizo también que el vudú se extendiese por diversas zonas del Caribe, partes de Brasil y la Luisiana de los Estados Unidos.
El vudú es un sistema de creencias animistas en el que los espíritus de los animales y de los elementos naturales (agua, tierra, fuego y viento) desempeñan un papel crucial y actúan como la conexión entre el individuo y los muertos vivientes. Los espiritus se consideran manifestaciones del dios Mawu y sus ayudantes son los Orishas.
Los diferentes orishas representan diferentes partes del cuerpo humano y vibran con energías diferentes. En los momentos de necesidad, los locales llaman a un orisha específico para que les posea y les guíe.
A través de varias prácticas, rituales y espectáculos –que incluyen aceite de palma, ginebra local, bailes ceremoniales y una serie de elementos locales que soy incapaz de pronunciar– los participantes se autohipnotizan y llegan al estado de trance en el que sus cuerpos se rinden y son poseídos por los espíritus benignos, o al revés, llevando a cabo rituales de exorcismo para aquellos que se cree que están poseídos por espíritus malvados.
Yo llegué a Ouidah la noche antes de la celebración principal. Esa misma mañana en la embajada de Benín en Togo rechazaron darme un pasaporte, así que para llegar tuve que arriesgarme a cruzar la frontera a través de la jungla.
Google maps no era de ayuda en aquellos lugares en los que los caminos no aparecían por mucho que hiciese zoom. Lo único que encontré útil fue el río que seguía la frontera, ya que imagine que cruzaba al otro lado. Cuando llegue al último pueblo que mostraba el mapa, empecé a coger motos que me llevaron a través del bosque tropical de la frontera, mientras les preguntaba a los conductores por dónde podría pasar el río sin encontrarme con la policía fronterera de Benin.
Después de cinco horas, conseguí cruzar, cubierto de pies a cabeza por el polvo rojo de la tierra africana, pero contento e inspirado por mi victoria.
La celebración empezó al día siguiente con una colorida procesión de representantes de diversas sectas vudú, bailes africanos y una cantidad ridícula de turistas a los que les habían prometido una "experiencia auténtica africana" por un montón de pasta.
Para los africanos, los turistas son la gallina de los huevos de oro, pero la cruda realidad es que los turistas son exprimidos, antes que por los africanos, por las compañías de viajes, los blancos propietarios de los hoteles y las oficinas de turismo de los países, dejando prácticamente nada para los locales cuya cultura se está explotando.
Incluso para hacer fotos tienes que pagar por un permiso. De otra manera, tal y como me explicó un guía que me intentó vender ese permiso, los espíritus malvados pueden poseer a uno de los asistentes y hacerle romper mi cámara.
Tuve la suerte de hacer amigos locales que me ayudaron a llegar hasta donde necesitaba gracias a sus motos sin pagar ningún extra.
Todas las experiencias que tuve allí estuvieron cerca de lo surrealista. El festival se había convertido en una mezcla entre rituales de vudú, miedos supersticiosos de los asistentes y los rostros empáticos de los turistas sudorosos, sufriendo bajo el sol africano a causa de las grandes cantidades de ginebra ingeridas. De hecho, muchos de los cuales tuvieron que echar una siesta de tres horas antes de continuar con la ceremonia por la noche.
Las celebraciones de la tarde se extendieron por la ciudad a través de varios templos y plazas. Yo atendía al baile de máscaras de Egungun.
Egungun se considera uno de los seres celestiales representantes de los espíritus de los Yoruba, un grupo étnico de Nigeria. Se cree que son una fuerza colectiva formada por los ancestros que vuelven a la Tierra para restablecer la balanza, ser adorados y dar bendiciones a sus adoradores.
El contacto físico con los bailarines está prohibido. Sus vestido representan a seres de otro mundo y tocarlos puede causar la muerte del no-iniciado.
Por otro lado, los espíritus, a través del baile, pueden apuntar a cualquier miembro de la audiencia y escogerle para que done dinero y sea bendecido o, si no lo hace, que sea maldecido.
La celebración me generó sentimientos contradictorios. Después de más de una década viajando por mi cuenta, había sido testigo directo del turismo industrial y de cómo este había deformado las culturas indígenas. No creo que viajar tenga que ser algo "enlatado" y restringido al modelo de turismo comercial. Debemos participar, experimentar y relacionarnos con el mundo de la forma más viva y real posible, apartándonos de la pasividad que se esconde tras los viajes organizados, dejar de ser observadores para pasar a ser, directamente, participantes activos.
Como cualquiera que haya experimentado viajar libremente y buscar lo auténtico podría atestiguar, atreverse a participar puede abrirnos a influencias mágicas o a eventos inesperados que rompen nuestras barreras, reales o imaginarias, físicas o metafísicas.
Abajo más fotografías del evento. Más de Denis Vejas en su Instagram: @denisvejas y su blog: www.denisvejas.com/blog
Publicado originalmente en VICE.com