Hola boxeo, iglesias, alcohol, mota y ansiolíticos.
Hace unas semanas discutí con un amigo sobre lo dependientes que somos de internet. Él dice que la nueva religión del planeta es el internet y que todos somos practicantes. No tuve respuesta alguna para contrarrestar esa idea. El mundo depende del internet.
Mi trabajo depende 100 por ciento del internet y fuera de mi vida laboral vivo en una burbuja que depende exclusivamente de eventos que sólo suceden en el mundo virtual: Instagram, Facebook, Twitter y likes. Incluso hay fines de semana que prefiero quedarme en casa viendo Netflix e historias de Instagram de gente en fiestas que asistir a esas fiestas. Soy una persona de 27 años común y corriente.
La conversación con mi amigo se quedó atrapada en mi cerebro y me di cuenta de que estaba pasando más tiempo mirando una pantalla que teniendo contacto con personas o eventos en la vida real, así que probablemente he estado viviendo en un episodio de Black Mirror.
Vemos películas online, escuchamos música por servicios de streaming, nos masturbamos viendo alguna página porno, ordenamos comida gracias a una aplicación y hasta llamamos a nuestros familiares por Skype. Me considero adicto al internet y cada vez que pierdo la conexión siento una enorme ansiedad. Investigué un poco acerca de esto para saber si ya era una patología y me encontré con lo siguiente:
La única manera real de saber si esto tenía cierta base, era viviéndolo y desconectándome del mundo online por un cierto tiempo. Quizás salirme de la matrix ayudaría a repotenciar mis ideas y me haría una mejor persona, o en el peor de los casos, me haría ver lo terrible que es mi adicción (y quizás la del mundo entero).
Decidí pasar un tiempo razonable sin internet, el cual no me fuese a volver loco y no hiciera que me despidieran de mi chamba: una semana. Les avisé a mis amigos cercanos y familiares que haría esto, para que no se preocuparan debido a mi extraña desconexión y desaparición del mundo online.
Las reglas eran sencillas, tenía que llevar mi vida diaria sin tener acceso a nada que necesitara una conexión a internet. Obviamente tendría que salir a la calle y hacer cosas que hace la gente común. En resumen: nada de Facebook, Instagram, Email, Twitter, Netflix, Spotify, Youtube…
Día y día 2
Lo primero que hago al despertarme todos los días es desbloquear mi teléfono para leer mi mail de trabajo y abro Twitter para saber qué esta pasando en el mundo. El no poder hacer ninguna de estas dos cosas me hizo sentir inseguro y ansioso, y apenas llevaba no más de dos minutos sin acceso a internet.
Me levanté de la cama, me bañé y decidí ir a comprar el periódico para poder enterarme de qué estaba pasando en el mundo y no quedar tan desconectado. Hace mucho tiempo dejé de leer la prensa impresa, y siendo sincero, no duré más de diez minutos leyendo porque me pareció muy incómodo. Desayuné y abrí un libro que tenía sin terminar para poder entretener mi mente y huir de mi nueva realidad. Normalmente, cuando leo algún libro, me tomo breaks de diez minutos para responder algunos mensajes o cosas así, y quizás esa era la razón por la cual no lo terminaba. Me costó más que nunca poder concentrarme en el libro, pero logré terminarlo, por suerte. Aquí me di cuenta de que hasta mi nivel de concentración se había visto afectado por el uso constante del internet.
Ver las cuatro paredes de mi recámara y pensar en lo "aburrido" que estaba me hizo querer salir a la calle y caminar. Mi vida diaria consta de un continuo uso del internet, lo cual hace que viva pegado al teléfono y me pierda o deje de hacer cosas por estar procrastinando en la web. Comienzas viendo un video viral en Youtube de algún gato y terminas con documentales acerca de teorías illuminati. Mientras caminaba, pensaba en las cosas que me había prometido hacer, pero por alguna u otra razón no hacía y terminaba viendo Netflix. La primera: boxeo. Siempre quise tomar clases, pero apenas salgo del trabajo lo primero que hago es ver Netflix y usar todas las redes sociales posibles, logrando que se pase el tiempo rápido hasta quedarme dormido.
Afortunadamente ya sabía de un gimnasio en el cual daban clases de box, así que caminé hacia el lugar para apuntarme y empezar esa misma noche. Lo hice y ahí mismo me vendieron unos guantes, así que en mis primeras ocho horas sin internet ya había hecho dos cosas que tenía on hold desde hace muchísimo tiempo: terminar un libro y apuntarme en clases de boxeo.
La clave para mantenerme "feliz" era estar ocupado haciendo actividades en el mundo real. Después de terminar mis clases de boxeo llegué muerto a mi casa a bañarme, lo cual hizo que me durmiera al instante y así poder pasar mi primer día sin internet sin mayor apuro.
Al segundo día, la desesperación y ansiedad comenzaron a aumentar porque imaginaba todo lo que me estaba perdiendo en Twitter, Instagram, y otras redes. Incluso me sentí un poco aislado del mundo y no me daban ganas de salir, era como si esta desconexión me hiciera sentir un poco deprimido. Pensé en los lanzamientos de rolas que me estaba perdiendo, noticias de fútbol, del acontecer mundial, fotos de chicas en Instagram.
Tenía casi 24 horas sin escuchar ningún tipo de música por mi cuenta, ya que toda la música que escucho normalmente es por servicios de streaming y eso lo tenía prohibido por esta semana. Recordé que un amigo me comentó sobre una persona que estaba vendiendo su tocadiscos, lo llamé para comprarle el aparato para así poder escuchar un poco de música de la mejor manera que este experimento ameritaba: análoga.
Ya con el tocadiscos en mis manos, pude relajarme y escuchar música mientras tomaba un poco de vino que tenía guardado para alguna "ocasión especial". Pude disfrutar un disco completo sin tener la posibilidad de cambiar las canciones tan rápido o de saltar de un género a otro con solo presionar un botón.
Me terminé la botella, lo que significó que para la tarde del segundo día de la semana, estaba borracho escuchando a Jobim y John Lee Hopkins, pero tenía solo un par de horas para llegar a mi clase de boxeo. Asistí y no pude terminar mi clase por el alcohol que había tomado. Regresé a mi casa sintiéndome peor de lo que ya estaba.
Platicar con mis compañeros y profesor de boxeo hizo que me sintiera en una desconexión total del mundo. Comentaron algunos tuits de Donald Trump de los cuales no tenía idea, y esta situación hizo que no pudiera ser parte de la conversación, así que me sentí excluido. De camino a mi casa, por suerte vi un stand de películas piratas y compré un par para poder soportar lo que restaba: El Chapo y The Keepers. La primera me la recomendó el vendedor porque "es la serie de la que todos están hablando" y la segunda la compré debido a que realmente quería verla.
Después de un baño me acosté en la cama. Mi ansiedad comenzó a subir de manera muy rápida, pero por suerte tenía unos ansiolíticos para ayudarme a dormir y así pasar la noche más rápido. Me los tomé con una última copa de vino y me dormí.
Día 3 y 4
Debido a la mezcla de ansioliticos y alcohol, me levanté casi a las 2:00 PM bastante cansado, pero ya sentía que faltaba poco y que mi misión estaba cada día más cerca de terminar.
Empecé a ver los primeros capítulos de El Chapo, ya que sabía que era una de las series nuevas de Netflix. A los primeros dos capítulos ya tenía ganas de querer tuitear mi opinión acerca de la serie. Al no poder hacerlo, pensé que no tenía sentido seguir viéndola porque la razón más grande por la que compré esta serie tenía que ver con el hype que vi en redes sociales.
Si no podía pertenecer al grupo de personas que ya tenían una opinión acerca de ella y la mostraban en sus redes, me pregunté: "¿Para qué seguir viendo y gastando mi tiempo en algo que en realidad no me gusta?". En ese momento supe que una de las razones más importantes por las que consumimos ese tipo de contenido simplemente es por presión social y toda la publicidad que tenemos a nuestro alrededor. Nos obligan a ver este tipo de cosas para poder participar en esa conversación, sentirnos parte de la manada y poder pertenecer a algo. Al final del día pertenecer y ser parte de algo es lo que todos los seres humanos queremos, ¿no?
Sin esta presión social de las redes sociales mi tiempo era más valioso que nunca, así que cambié de serie a la que realmente quería ver: The Keepers.
La serie trata sobre el asesinato sin resolver de la monja Cathy Cesnik. Se cree que fue un montaje por la policía porque la monja sospechaba que un cura de la escuela donde ella daba clases era un abusador sexual.
Me seguía sintiendo ansioso, así que tomé otro ansiolítico para relajarme y poder ver la serie sin preocupación. La serie me encantó y me hizo cuestionar a la Iglesia. La vi en una sentada, solo tenía breaks para ir a comer, exactamente como si la estuviera viendo en Netflix.
El cuarto día, toda la información de la serie que tenía en la cabeza me hizo pensar mucho en el tema y en la corrupción que puede existir en la Iglesia. Me dieron ganas de debatir en persona con cualquier cristiano defensor de la misma, ya que no tenía Facebook o Twitter para hacer esto virtualmente.
Muy cerca de mi hogar hay una iglesia pentecostal que se llama Dios es Amor. Siempre me ha dado curiosidad porque hasta altas horas de la noche hay personas cantando de rodillas en ese lugar.
Fui a la iglesia y me dijeron que abrían a las nueve de la noche y que cerraban de día. Algo raro para una iglesia pequeña, pensé. Ese día no me sentí tan bajoneado, ya a estas alturas tenía una misión: asistir a la iglesia.
No fui a mis clases de box, ya que eran exactamente a la misma hora que abría la iglesia. A las nueve de la noche caminé hacia la iglesia y ya había una pequeña fila de personas esperando para entrar. Los acompañé, y cuando empezó la misa, me di cuenta de que estaba en una especie de Pare de Sufrir, pero en vivo. No me dejaron tomar fotos dentro de la iglesia, así que las hice desde afuera.
Personas retorciéndose con las oraciones del sacerdote —que vestía ropa común—, y los asistentes cantando a todo pulmón con los ojos cerrados y brazos abiertos. Me sentí un poco fuera de lugar, pero estaba ahí para preguntarle a algún representante del lugar sobre la corrupción de la Iglesia. Al terminar la ceremonia, me senté unos 30 minutos a platicar con el sacerdote. Me dijo: "Que algunas personas rompan con la voluntad de la iglesia, no significa que la iglesia en sí está corrupta, pero claro que sí puede haber sirvientes que se presten a casos similares, al final del día todos somos pecadores".
Con esta reflexión me fui a la casa, tomé otro ansiolítico y me acosté. Lastimosamente no pude compartirlo con ninguno de mis amigos en las redes, así que me sentía un poco bajoneado, pero a la vez con esperanzas porque solamente me quedaba un día viviendo este experimento.
Día 5
Cuando desperté me di cuenta, por ver la hora y fecha del teléfono, de que había pasado el cumpleaños de un gran amigo. Además de sentirme bastante molesto, entendí lo dependientes que somos del internet y redes sociales hasta para cosas básicas como recordar un simple cumpleaños. Soy de esas personas que normalmente nunca se acuerdan de esas fechas y me guío exclusivamente por Facebook para saber cuándo tomar el teléfono para felicitar a alguien.
Concluí que la clave de todo esto era salir de mi casa. No podía quedarme todo el tiempo acostado en el sofá o en mi habitación porque automáticamente iba a querer tomar mi teléfono y revisar las redes sociales. Mientras más actividades hacía fuera de mi hogar, menos ansiedad sentía y menos ansiolíticos tenía que tomar.
Mi plan para el último día era emborracharme y así hacer pasar el tiempo más rápido. Fui a almorzar a una taquería y me tomé unas cervezas para alivianar todo el sufrimiento de la semana. Quizás mi cerebro ya sabía que pronto iba a poder abrir mi teléfono y revisar todos esos mensajes sin leer, y por eso estaba sintiéndome más y más nervioso. Asistí a mis clases de box (claves para liberar ansiedad en este experimento), me di una ducha y luego fui al bar más cercano de mi hogar. Tomé la mayor cantidad de cervezas posibles e incluso me encontré con un amigo y pudimos conectar con un dealer de mota amigo de él.
Nos invitó a su casa "porque ahí tenía muchísima mota" y fuimos. Al llegar nos mostró distintos tipos de mota que guardaba en recipientes con logos de insectos; no pregunté por qué pero me pareció chingón. Pasamos todo lo que restó de la noche fumando, hablando de redes sociales y mi experimento. Incluso el dealer nos comentó que a través de Instagram vendía artefactos personalizados para fumar.
Ya bien pacheco, pensé en la conclusión de este experimento, y sí creo que soy un adicto al mundo online. Sentí que quizás somos una especie de robots que valoran más las interacciones en las redes que en la vida real, y para probar esto sólo tienes que pasar un tiempo fuera de alguna red, no comentar o no darle like a algún post de uno de tus amigos cercanos para que veas cómo cambia la relación —aun cuando en la vida real no haya pasado absolutamente nada—. Por mi cabeza pasaban preguntas como "¿quién me habrá escrito?", "¿Cuántas personas?", "¿Tendré nuevos seguidores?", "¿Likes?". Incluso pensé en todas las cuentas de Twitter que iba a revisar para actualizarme y estar otra vez activo en el mundo online.
No puedo vivir sin internet ni redes sociales, estos cinco días hicieron que me sintiera muchísimo más ansioso de lo normal y que consumiera más drogas y alcohol de lo que estoy acostumbrado para contrarrestar esa ansiedad. Al llegar el precioso momento de por fin tomar mi teléfono y revisar todas mis redes, sentí literalmente una descarga de adrenalina y felicidad en cada parte de mi cuerpo que es difícil de describir. La emoción con la que vi esos numeritos de mensajes sin responder, nuevas solicitudes de amistad, seguidores, comentarios, no encontré con qué compararla y creo que seguiré sin encontrarlo.
Puedes seguir a Diego en Instagram y ayudarlo a contrarrestar la ansiedad.
Publicado originalmente en VICE.com