El dueño del circo asegura que los gatos son tratados de forma exquisita y se divierten durante los actos, las organizaciones de protección animal no están tan seguras.
Es difícil conseguir que un gatito haga pis en una urna o que ejecute un número por sí mismo… Claro que los 150 "artistas esponjosos" del teatro de gatos "único en el mundo" de Moscú, arden en deseos de empujar barriles, caminar por cuerdas flojas y trepar por postes, de acuerdo con sus organizadores.
Pero el catálogo de proezas con que deleitan al público resulta lo suficientemente improbable como para que los colectivos de defensa de los derechos de los animales hayan acusado a los payasos que dirigen el negocio de obligar a los gatos a ejecutar sus acrobacias a la fuerza. Y lo cierto es que la compañía Kuklachyov ha tenido que lidiar ya varias veces con las denuncias internacionales de los activistas durante sus giras por el extranjero.
Sin embargo, los directores del teatro desmienten vigorosamente todas las acusaciones. "No importa cuantos collares le pongas a un gato alrededor del cuello, que solo le generarás estrés. Y entonces nunca volverá a salir al escenario", cuenta a VICE Dmitry Kuklachyov, director de la compañía y payaso principal.
Todas las fotos que ilustran este reportaje son de Julie Hrudová.
El teatro de gatos Kuklachyov fue fundado por Yuri, el padre de Dmitry, en 1990, en un antiguo cine de Moscú situado en el parque Kutuzovksy Prospect, que se levanta en diagonal al edificio de apartamentos donde vivieron algunos de los líderes más carismáticos de la Unión Soviética, como Leonid Brezhnev o Yuri Andropov.
Mucho antes de todo eso, Yury ya había empezado a incorporar gatos, unas criaturas a las que entonces se creía que no se podía entrenar, a sus ejercicios con el circo nacional de los gatos. A día de hoy, su circo de los gatos cuenta ya con 150 felinos y con cuatro perros entre su reparto de mamíferos de cuatro patas.
Yury fue un niño famoso debido a su participación en programas de televisión y en películas, de manera que su teatro no tardó en convertirse en una atracción popular, no sólo en Rusia, sino también fuera de sus fronteras. Yury se acostumbró a viajar desde muy temprano a lugares como Nueva York o Blackpool. Hace pocas semanas, entre los 200 espectadores que habían acudido a verlo, se contaba una familia de Japón y una pareja de China. Esta última reconoció haber acudido especialmente desde Guangzhou para ver a los gatos.
A día de hoy los Kucklachyov se han convertido en una de las compañías mejor conocidas en la industria del entretenimiento infantil ruso. Yury vive en una mansión de cuatro pisos en la misma urbanización de lujo que en su día acogió las casas de veraneo de los peces gordos de la Unión Soviética. Yury tiene colocado sobre una de sus ventanas un busto de sí mismo, así lo descubrió el periódico Sobesednik durante una reciente visita a la mansión.
Dmitry ha sido muy criticado por haber explotado a los gatitos de su circo para seguir engrosando sus obscenas arcas de rublos. Él, pese a todo, asegura que los precios de las entradas de su espectáculo no podrían ser más económicos (el más caro cuesta 2.000 rublos).
De hecho, el pintoresco personaje cuenta que su teatro estuvo a punto de verse obligado a cerrar sus puertas hace unos años. Sin embargo, el alcalde de entonces, Yury Luzhkov se alió para nacionalizar la compañía. Corría el año 2005. Desde entonces el ayuntamiento de Moscú ha invertido mucho en el circo de los gatos. El consistorio municipal desembolsó en 2011 50 millones de rublos, alrededor de 30 millones de pesos, para construir "un templo de los gatos" en la segunda planta del teatro, donde los espectadores pueden observar el espectáculo situados al otro lado de un espejo.
Si el teatro ha sobrevivido durante 25 años en un edificio de alquiler en uno de los barrios más exclusivos de Moscú —el barrio de Kutuzovsky descansa a mitad de camino entre el palacio del Kremlin y la exclusiva zona residencial de Rublyovka, donde viven el presidente, Vladimir Putin, y gran parte de la élite del país— eso se debe a la incansable tenacidad de Yuri y a sus contactos en las más altas instancias del país.
En 2007, el Comité de Arquitectura de la ciudad firmó una orden para reubicar el circo. Poco después, agentes de la división de delitos económicos desplegaron una redada en el edificio, debido a una denuncia que acusaba a Yutry de haber malversado los fondos de la compañía, tal y como él mismo contó al periódico Sobesednik. También afirmó entonces que los agentes no descubrieron evidencias de irregularidad alguna.
El payaso acudió entonces a su viejo amigo Iosif Kobzon, un cantante al que se conoce como al Frank Sinatra de Rusia. A Kobzon le había sido denegada la entrada en la Unión Europea el año pasado, después de que cantara un dueto junto al líder de los secesionistas pro rusos, durante un concierto celebrado al este de Ucrania, nada menos. Además, a Kobzon también le fue denegada la entrada de facto a los Estados Unidos en 1995 por sus presuntos vínculos con la mafia rusa.
Kobzon, es, además, miembro del parlamento ruso, y en su día prestó su apoyo a una campaña destinada a ayudar al teatro de los Kuklachyovs a preservar su localización, según ha confesado Yuri a la agencia de noticias Segodnia.ru
Normalmente, el teatro celebra varias funciones a la semana. En una de sus recientes sesiones matutinas podía contemplarse todo lo que uno podría esperarse de un espectáculo de payasos: maquillaje facial, música de circo atronando a través de los altavoces, un batería culminando los chistes con un redoble de platillos, y a payasos masculinos travestidos.
Durante el espectáculo al que asiste VICE, el trabajo fundamental de los gatos consiste, inicialmente, en subrayar los números acrobáticos de los payasos. Sin embargo, poco a poco, las excéntricas habilidades de los mamíferos empiezan a cobrar mayor y mayor protagonismo.
Los gatos trepan varios postes, los atraviesan, empujan pequeños baldes con sus piernas traseras, y, en el momento del clímax, saltan desde unas plataformas muy elevadas hasta los brazos de Dmitry. Si bien ningún gato ha resultado herido durante el espectáculo, seguro que un buen puñado de niños se irán a sus casas con algunas nuevas ideas sobre cómo torturar a sus mascotas.
Yelena Kolikhayeva es una jubilada que ha asistido a la función con su nieto, un niño de cinco años llamado Matvei. Kolikhayeva cuenta que hace años trabajó en un instituto del Circo y que no le parece que el espectáculo sea "dañino" de ninguna manera. "Si un gato no quiere hacer un número, no se le obliga a que lo haga", cuenta.
Sin embargo, los activistas que luchan por los derechos de los animales hace tiempo que denuncian lo que consideran un caso de explotación de los gatos en el circo ruso. En 2010, durante una gira que llevó al circo estatal ruso hasta Israel, los activistas se concentraron a la salida de la función. Llevaban pancartas en las que se podían leer leyendas como: "Para ustedes son sólo dos horas de entretenimiento, para ellos, toda una vida de tormento".
En 2015 varias organizaciones locales hicieron un llamamiento al boicot de las actuaciones del circo Kuklachyov en Estonia. Se quejaron de que espectáculos con animales como el suyo son inhumanos.
El veterinario Nikolai Loginov había atendido a los gatos de los Kuklachyov en su clínica situada en el mismo teatro. Loginov fue despedido en 2007 tras un altercado con Yuri Kuklachyov. Según cuenta el ex veterinario a VICE, la política del circo consistía en mantener a los gatos hambrientos y en estimulares con comida para que realizaran sus números.
A pesar de que al payaso le gusta proclamar que trata a los gatos "con amor", Loginov cuenta que ha presenciado ensayos en los que el empresario anuda sogas alrededor de los cuellos de los felinos para enseñarles a sentarse en las elevadas plataformas por las que trepan. "Los gatos saben que si saltan, entonces la soga se tensará y ellos se quedarán sin aire", relata Loginov.
Loginov también denuncia que durante sus años de iniciación en el teatro, Kuklachyov se resistía a esterilizar o a castrar a sus gatos, puesto que consideraba que hacerlo era perjudicial para su salud. Igualmente, durante aquellos años, el payaso mantenía a los felinos enjaulados en celdas que, a juicio del veterinario, eran demasiado pequeñas. Loginov también asegura que algunos empleados del circo le contaron que Kuklachyov sacrificó una vez a una camada entera de gatos a los que consideraba viejos.
Dmitry Kuklachyov asegura que su circo no esteriliza ni castra a sus gatos porque quiere que se reproduzcan. Sin embargo, ha desmentido categóricamente las acusaciones de haber sacrificado a ninguno de sus felinos, y las de someterlos al uso de violencia o de fuerza alguna. Igualmente, el payaso empresario asegura que jamás ha obligado a sus criaturas a pasar hambre. Según Kuklachyov, de haber incurrido en semejantes comportamientos, sólo habría conseguido que los gatos se negaran a ejecutar sus números. Los gatos del circo Kucklachyov viven en 20 jaulas de cristal de 85 metros cuadrados cada una. Durante la visita de VICE, las jaulas están inmaculadas y huelen a limpio.
Al terminar el espectáculo, Dmitry se muestra protector para con sus felinos, y advierte al fotógrafo de que jamás obligaría a un gato a hacer el mismo número más de una vez. Según cuenta, tal es la clave para que el animal siga creyendo que todo es un juego y no se canse de seguir haciéndolo. Dmitry relata también que sus entrenamientos arrancan como juegos, y así se realizan durante meses. Durante ese periodo, el domador decide qué números ejecutará cada gato.
"No se puede obligar a un gato. Mi trabajo consiste en descifrar cuál puede ser la especialidad de cada uno, en detectar la chispa que cada uno lleva dentro, y en convertirla en una llama. Por ejemplo, este minino sería perfecto para dar vueltas en el balde", dice Dmitry, y señala a un gatito que se ha erguido sobre sus patas traseras y que las desliza por la superficie de cristal de su jaula, al ver a su domador.
Los espectadores presentes aseguran que no han visto nada parecido al maltrato durante la función. Svetlana Zhamalova, ha acudido desde la ciudad de Yeniseysk, en Siberia, con su hija Ksenia, que tiene cinco años y es una enamorada de los gatos. Según Svetlana "es evidente que los felinos no padecen maltrato alguno".
"Se nota que los actores aman a los gatos", comenta Svetlana. "Además, cuando los gatos se yerguen sobre sus piernas es porque adoran a sus domadores".