—Papá, ¿a quién quieres más? ¿A Chávez o a mí?
—A Chávez.
Marialbert Barrios no se olvidará nunca de las palabras de su padre en la casa en la que se crió en el oeste pobre de Caracas. Hija única de un gerente de ventas de una empresa de trajes y una manicurista, creció acompañando a su familia a las movilizaciones masivas del chavismo y prendida los domingos a la transmisión por TV del Aló Presidente.
Pero en 2007, su ingreso a la Universidad Central para cursar la licenciatura en Estudios Internacionales coincidió con dos hechos muy controvertidos: la clausura de Radio Caracas TV y la convocatoria a una elección para la reforma constitucional. Ambas convulsionaron el ambiente estudiantil. "Me empecé a dar cuenta de que una cosa era lo que decían en mi casa y otra lo que pasaba en la calle".
Y comenzó a discutir con su padre.
"Yo le decía: 'Así como tú quieres al país, yo lo quiero también, y no voy a permitir que estos tipos se lo sigan robando al país. La Universidad Central de Venezuela se está cayendo porque te traban el presupuesto, la pensión de estudios no me la actualizan desde 1999. El pupitre donde me siento se está cayendo y se violan a las chicas en los baños, y hay 18 plazas de droga, pero no hay Justicia, si no es para lo que le conviene al Gobierno'. Y mi padre también empezó a ver la corrupción. Se presentaba a licitaciones para la venta de trajes y veía que las ganaba el que estaba enchufado…"
Al año siguiente, el Gobierno impulsó una ley para nombrar y remover a su antojo a cualquier diplomático, y Marialbert lideró la lucha de los estudiantes de relaciones internacionales contra esa reforma. Al poco tiempo, logró derrotar al chavismo en el Centro de Estudiantes, y cuando egresó, a los 20 años, se sumó al equipo de campaña de Henrique Capriles, de 2012, y luego al de 2013, en las elecciones con las que estuvo a un tris de derrotar a Nicolás Maduro.
En las elecciones de 2015, con 24 años, Marialbert fue candidata a legisladora por las parroquias de La Pastora, Catia y El Junquito, una zona pobre de Caracas cercana al lugar donde creció. Debía batallar contra Freddy Bernal, un peso pesado del chavismo.
"Me sentía como pez en el agua. Iba con mis Converse, bailaba en plena calle, comía sancocho, tomaba caña con los borrachos y lo disfrutaba. En Catia, si yo me ponía a hacer campaña con una franela amarilla, a saludar gente, nos iban a robar o a disparar los colectivos. Entonces iba sin llamar la atención, con mucho trabajo de calle, de contacto directo, cara a cara, que la gente te tocara… Desde las 6 de la mañana, me montaba en un autobús o en la estación de metro y decía uno por uno que pasaba: 'Hola, soy Marialbert, necesitamos vivir en un país mejor'. Yo les hablaba con la tapa del estómago Hay gente que me decía: 'Mira, tengo los talones agrietados de hacer cola para conseguir una medicina o comida'… Y yo iba a la radio y contaba eso y le pedía explicaciones a Nicolás (Maduro) por la señora que tiene los talones agrietados y no consigue comida. Mi compromiso era que tú me vas a volver a ver y que voy a hacer oír tus problemas".
La gran diferencia, dice, fue que para esas elecciones, la oposición logró testigos de defensa del voto para fiscalizar cada lugar de votación. "Antes, en esos lugares, el chavismo nos decía que habían ganado 80 a 20. En 2015, yo gané en la Pastora y el Junquito con el 70% y en Catia con el 54%".
Marialbert se convirtió en la diputada más joven de la historia de la Asamblea venezolana y es la vicepresidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores. Sus discursos aguerridos se hicieron oír en el recinto desde el primer día, denunciando el hambre y la desnutrición en los barrios más humildes de la capital.
—Pero ahora eres diputada de una asamblea que prácticamente ha dejado de funcionar.
—Bueno, yo cumplo con ir al Parlamento. Pero en este momento podemos aprobar 100 mil leyes, pero el TSJ te las declara inconstitucional. ¿Y con qué presupuesto las aplicas? ¿Cómo las ejecutas si las instituciones están secuestradas? Entonces, cuando ya se cansaron de romper el orden constitucional y la paciencia del pueblo, nos fuimos a la calle.
—Y se fueron a la calle con la consigna de quedarse allí hasta que Maduro se vaya, pero no ocurrió eso…
—Así es. Y te lo reconozco. Hay una serie de críticas válidas. La MUD hizo un esfuerzo para hacer confluir distintas posiciones. Es la única oposición oficial que hay en este país con una agenda. Nosotros nos fuimos a la calle con cuatro exigencias: elecciones libres y justas; liberación de presos políticos y cese de inhabilitaciones políticas; apertura de un canal humanitario y la restitución del orden constitucional con respeto a la Asamblea Nacional. Las marchas fueron duras. Reprimidas con mucha fuerza. A mí me dio mucho miedo porque, en la primera semana, Nicolás Maduro me acusa por cadena nacional de terrorista. Así que, para salir, yo tenía que estar pendiente de que no me peguen una onda en la cabeza en una corredera. Pero salíamos igual, y ellos te veían venir, se agachaban y disparaban sus bombas directo a quemarropa. No importa. Yo salía siempre con un grupo de 20 desde el municipio Libertador. Éramos 20 y nos caía una bomba. La policía robaba, golpeaba, ultrajaba, detenía.
Durante las protestas, fueron detenidos muchos compañeros. A ella la golpeó duro el arresto de los hermanos Sánchez, conocidos como "Los morochos", líderes juveniles de Primero Justicia, que fueron torturados por el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) para que declararan contra Marialbet y otros dirigentes.
—Ahora el Gobierno puede decir que esas manifestaciones en la que murió tanta gente no sirvieron de nada, ya que no solo no se fue, sino que sigue consolidando nuevas reglas con la Constituyente.
—Yo creo que sí sirvieron. Es justificable el malestar de la gente porque creaste una expectativa muy alta. Tenemos que asumir nuestra responsabilidad. Nosotros queríamos que la Asamblea Constituyente no se realizara y tenemos que asumir que perdimos la apuesta. Pero sí se logró el despertar de la conciencia crítica de los venezolanos. En esas calles que ahora ves tranquilas, pero con la gente molesta, la idea del mesías que nos diga por dónde caminar se acabó. Hoy somos muchos, la oposición tiene para escoger dirigentes para el futuro. Primero, honor a los caídos, a los fallecidos, a los que perdieron la vida. Porque acá muchos pedían un golpe de Estado, pero ya nadie lo va a pedir, porque sería más muerte. Y nadie quiere eso. Porque el Gobierno tienen tantas armas para atrincherarse en Miraflores y gobernar. Porque Maduro no puede salir porque la gente lo odia. Yo no te voy a ganar la guerra con armas, pero te la puedo ganar con votos. Porque las cosas están cada vez peor. Y los sectores populares no tienen agua. La gente sabe ahora que con su voto puede cambiar el Gobierno. Necesitamos la lucha de todos, cada uno como pueda en su espacio, pero con un mismo norte: Constitución y voto.
—Parece simple decirlo, pero muy complicado de lograr.
—Al final hay un llamado al desconocimiento de lo que no es legítimo. Yo no sé lo que va a pasar, pero sí sé lo que voy a hacer: insistir, persistir, resistir y nunca desistir. Soy consciente de que la vía violenta no es la solución. No somos un país árabe, no somos Cuba, no somos Corea del Norte. Nuestra idiosincrasia es la bandera de la paz. No los colectivos violentos armados, a punta de odio y resentimiento, que los voceros del oficialismo impulsan. Ese mensaje y esa prepotencia demuestran que cada vez tienen más miedo y menos votos. Nuestro trabajo es reinventarnos en el modo, pero aferrados a nuestras raíces y principios democráticos. En esta guerra gana el que menos errores comete. Tengo fe en que este Gobierno sale por la vía del voto. La economía no aguanta más. El año pasado, a la gente le alcanzaba para comer o comprar medicina, hoy ya no les alcanza ni para comer. Eso va a ser inaguantable para este Gobierno.
—¿Ha servido de algo la presión internacional?
—Sí, claro. Ha hecho que ellos poco a poco se hayan tenido que lavar la cara con actitudes democráticas. Ellos podrían entrar a la Asamblea Nacional, reventarnos a tiros y matarnos a todos, pero no lo hacen porque no somos árabes. Y podrían irnos a buscar a nuestro domicilio y ponernos presos a todos, pero no somos Cuba. Entonces mantienen una imagen mínima de convivencia.
—¿Lo imaginas a Nicolás Maduro perdiendo una elección y entregando el poder?
—Sí, claro. Llega un momento en que no te puedes esconder más. Y eso afecta mucho a la psiquis. Ellos saben que el pueblo ya se le volteó. Ya tienen el rechazo de todo los países del mundo. Y los escándalos de corrupción que se conocen cada día… Nosotros vamos por cada espacio que podamos conquistar a través del voto. Depende de nosotros pedir y garantizar reglas claras. El compromiso es trabajar en los barrios, con la gente más necesitada, para canalizar sus protestas. No estamos para regalarle más el Gobierno. Si no vas a elecciones, tienes a toda la comunidad internacional mirando, y decides tú si eres un dictador o no.
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