Es una parábola imperfecta a través de un cuarto de siglo. El 4 de febrero de 1992, Hugo Rafael Chávez Frías encabezó la intentona golpista de un grupo de militares rebeldes contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. El golpe fracasó, pero el entonces teniente coronel ganó fuerza y mística mientras la fatiga política, la crisis económica y la exclusión social se consumían cuatro décadas de prolija alternancia bipartidista en Venezuela.
Tras dos años de prisión, Chávez volvió al ruedo, emprolijó sus modales, se disfrazó de un reformista de traje y corbata y ganó la presidencia por el voto popular en diciembre de 1998.
Ya en el poder, Chávez se sintió libre de ataduras para poner en marcha lo que bautizó como "el socialismo del siglo XXI", que resultó tener similares mañas al de la centuria anterior. Banderas románticas, retórica antiimperialista y promesas de justicia social por todo lo alto, concentración autocrática del poder y negocios espurios para pocos por lo bajo.
Y pasó lo ya conocido: el sistema funcionó altivo y apabullante durante un tiempo, mientras hubo riqueza en abundancia -en este caso la petrolera- para repartir, ganar apoyo popular interno y cementar alianzas internacionales. En aquellos años de gloria, Chávez aprovechó para modificar la Constitución, pudo sofocar un intento de golpe en su contra y hacerse reelegir dos veces.
Para cuando su gobierno comenzó a mostrar fatiga y la economía se desmoronó, ya no había dirigente opositor capaz de hacerle sombra. Más se degradaba su sistema de poder, más se aferraba a la espada de Bolívar. Sólo el cáncer logró detenerlo cuando llevaba ya 14 años de gobierno.
A las torpes manos vicarias de Nicolás Maduro le tocaron hacerse cargo de un barco ya escorado, con la inflación volando por las nubes, desabastecimiento de productos básicos y el hambre y la corrupción haciendo estragos. Los últimos años alternaron demasiadas veces entre el drama y el ridículo mientras el régimen se endurecía y clausuraba toda salida de emergencia.
Todo terminó de desmadrarse después de la contundente victoria opositora en las elecciones legislativas de diciembre de 2015. El chavismo era incapaz de convivir con uno de los poderes del Estado fuera de su puño. En 2016 se suspendieron las elecciones regionales. Se sembró de obstáculos y finalmente se canceló el proceso para la realización de un referendo revocatorio. No hubo ningún diálogo serio con la oposición y en cambio se repitieron las burlas a todos los mediadores internacionales que intentaron de buena fe colaborar con una salida democrática para la crisis.
Hasta este 30 de marzo de 2017 en que Maduro, a través de un Tribunal Superior de Justicia que hace rato es un brazo más del Ejecutivo, decidió liquidar el Parlamento y asumir la suma del poder público.
El golpe que Chávez no pudo dar a punta de bayoneta cuando buscaba escalar al poder lo consiguió su discípulo blandiendo la Constitución Bolivariana, en un desesperado intento para que no se le escurra lo que le queda de él. Para el acervo de nuestra historia américana, el ciclo bolivariano quedará enmarcado entre un golpe fallido que forjó la victoria incial y otro exitoso que pavimenta su ocaso final.