Primero intentaron mover el feriado del Día de la Memoria. Como no pudieron, salió Juan José Gómez Centurión a negar el genocidio con los mismos argumentos que esbozó en su momento Darío Lopérfido y que más de una vez repitió Mauricio Macri.
Ensayo y error, el gobierno avanza y retrocede pero no ceja en su intento por construir un cimiento que dé cuenta de la historia según la vivió la Familia Macri.
Mauricio Macri y sus funcionarios, no están discutiendo un número o una fecha. Está discutiendo la legitimidad del proceso económico, militar y político que le permitió al Presidente ser lo que es. Está discutiendo el núcleo fundador de la clase dominante hoy en la Argentina.
Franco Macri salvó a dos secuestrados por la dictadura militar.
Los salvó él, personalmente, con un llamado, cuando ya estaban en camino al oscuro y clandestino mundo de los campos de concentración. Carlos Grosso pasó diez días secuestrado hasta que lo rescató. Con Gregorio Chodos fue más eficiente: logró detener el auto en que lo llevaban en el baúl camino a la ESMA.
Franco Macri suele contar la historia, agregando más o menos detalles al relato. "Grosso, que era gerente de un área de promoción y desarrollo, un día desapareció, fue secuestrado. Y como era uno de mis miles de hijos, no lo dejé solo. Fui a hacer la denuncia de la desaparición y a interceder ante las autoridades. El general (Jorge) Harguindeguy me dijo que Grosso estaba en la ESMA e iba a ser fusilado y me ofreció sacarlo bajo mi responsabilidad. Yo firmé un papel haciéndome responsable por Grosso".
En su autobiografía El Futuro es posible, da más detalles: "Me expuse sin cuidado y salí a defender a un colaborador que estaba más que seguro no tenía antecedentes peligrosos para el sistema. Afortunadamente logré convencer al entonces ministro del Interior, el general Albano Harguindeguy, quien bajo mi responsabilidad lo hizo liberar. Grosso ya había sido torturado y condenado a muerte. Una vez libre, tardó muchos meses en recuperarse y reincorporarse al trabajo. Años después Grosso volvió a la política y llegó a intendente de la ciudad de Buenos Aires".
El relato sobre Gregorio Chodos, por entonces gerente de SOCMA, lo hace la esposa del empresario. Él volvía una noche a su casa, en la calle Luis María Campos, cuando fue secuestrado por un comando militar que lo metió en el baúl de un auto. Ella vio la escena y llamó a Franco, que se comunicó con el general Roberto Viola y el auto retomó el camino de regreso y depositó al empresario en su departamento.
Franco Macri salvó a dos secuestrados por la dictadura militar cuando miles de familiares, madres, abuelas, jueces, abogados, religiosos, buscaban sin encontrar alguna respuesta sobre los desaparecidos, cuando las puertas no se abrían para nadie, cuando el secreto era el corazón del sistema genocida, cuando nadie obtenía respuestas a sus preguntas.
Mauricio Macri tenía veintitantos en ese momento, y se formaba en SOCMA para heredar el holding familiar. Ni Grosso ni Chodos le eran ajenos. Grosso era el joven brillante al que Franco Macri mostraba como el hijo que hubiera querido tener en lugar de "ese pelotudo" de Mauricio (el relato, textual, es tanto de Franco Macri como de Carlos Grosso). Gregorio Chodos era el padre que Mauricio hubiera querido tener en lugar del tirano Franco. Grosso le enseñaba a Mauricio el trabajo día a día en la empresa; Chodos lo llevaba por los caminos de las grandes metas empresarias.
En medio de la Argentina de la desolación y la tragedia, puertas adentro de las empresas familiares todo era alegría y expansión. Los Macri transitaron los últimos meses del gobierno peronista reunidos con Licio Gelli de la Logia P2 y José López Rega acordando construir el "Altar de la Patria" que resguardaría los restos de Juan Domingo Perón y Eva Perón y unos meses después del golpe militar eran parte de la mesa chica del equipo económico y político de los militares.
Con la llegada del gobierno peronista al poder, en 1973, el grupo tenía siete empresas. Finalizada la dictadura militar, el holding tenía 47 empresas. "El dólar estaba mejor que en la convertibilidad, y acá había inflación, así que era mejor llevar la plata afuera", me explicó Mauricio Macri en su despacho de la Casa de Gobierno para justificar los negocios de esa época.
Durante esos años, los Macri compraron el Banco de Italia, se quedaron con la obra de Yacyretá, acordaron con la dictadura paraguaya la construcción del puente Posadas-Encarnación; se hicieron cargo de la construcción de la Central Termoeléctrica de Río Tercero y la de Luján de Cuyo; acordaron con el brigadier Osvaldo Cacciatore la privatización de la recolección de residuos en la Ciudad de Buenos Aires a través de Manliba. Se metieron en el negocio del petróleo a través del general Suárez Mason que estaba en YPF y participaron de oscuros negocios de compra y venta de armas a través de Italia hacia Medio Oriente. Se expandieron también por Latinoamérica, al ritmo del Plan Cóndor. Obras, terrenos, edificios en Paraguay, Brasil, Chile, Venezuela, México convirtieron a la pequeña constructora de inmigrantes en un holding internacional.
Pero además de ser los contratistas del estado más privilegiados aprovecharon las decisiones macroeconómicas en su beneficio: la estatización de la deuda privada del grupo en 1982 por 170 millones de dólares y el acceso a 53 millones de dólares en concepto de regímenes de promoción industrial.
Los jerarcas militares y económicos de la dictadura militar argentina y del resto del continente eran recibidos en la quinta Los Abrojos y las Terrazas de Manantiales junto a oscuros personajes de la mafia italiana y la logia P2. Los funcionarios del gobierno y las empresas intercambiaban lugares: Ricardo Zinn, segundo de José Alfredo Martínez de Hoz, fue también gerente de SIDECO y el tutor de Mauricio Macri en su ingreso a los negocios. El mismo Martínez de Hoz fue el asesor privilegiado del hoy presidente cuando llevó adelante un negocio inmobiliario con Donald Trump en Manhattan a principios de los ochenta.
Franco Macri dirá que fueron parte del gobierno militar porque fueron parte de todos los gobiernos. Formados en la idea de la Fiat italiana del "estado paralelo", cuando todavía recibían dividendos por sus acuerdos con los militares visitaban a Raúl Alfonsín en la Quinta de Olivos, financiaban el surgimiento de la Junta Coordinadora Radical y le proveían el servicio informático a la Cámara Federal para que llevara adelante el juicio a los militares.
Mauricio Macri, sin embargo, parece encontrar en ese núcleo de formación de su juventud algo más que negocios.
Unos meses antes de ganar las elecciones presidenciales, compartió una cena en el departamento de un dirigente político que supo ser menemista y kirchnerista devenido opositor al gobierno. El resto de los comensales, jóvenes periodistas invitados casualmente, se levantaron de la mesa antes de tiempo ante la insistencia de Macri en sostener que no había habido desaparecidos.
Como en la Alemania de los setenta, la discusión sobre las cifras trata de parecer revisionismo cuando es en realidad un intento de negacionismo. Una búsqueda de negación de los crímenes del pasado que permita abrir el camino para los crímenes del presente y del futuro.
Mauricio Macri no está discutiendo un número.
Está discutiendo la legitimidad del proceso económico, militar y político que le permitió ser lo que es. Está discutiendo el núcleo fundador de la clase dominante hoy en la Argentina.
Así como el proyecto político del kirchnerismo no se hubiera podido llevar adelante sin el núcleo simbólico y de valores que le otorgó no sólo la prosecución de memoria, verdad y justicia sobre los crímenes de la última dictadura militar sino también la reivindicación de la militancia y las luchas de los setenta, Mauricio Macri necesita construir el universo simbólico que le dé legitimidad a sus ideas políticas y económicas.
Y a su vida.