Separatismo. El concepto se repite en los medios de todo el mundo desde hace algunas semanas. La razón, la crisis política que se desató en España por la decisión del gobierno autonómico de Cataluña de independizarse del resto país a través de un referéndum convocado para este domingo. Los tribunales lo consideran ilegal y el Estado central tratará de impedirlo por la fuerza, así que no se sabe qué es lo que puede pasar.
Como lo evidencia el caso catalán, el separatismo alude a los movimientos políticos que pretenden la separación de un territorio que pertenece a una entidad administrativa superior. Habitualmente —aunque no siempre—, quienes se quieren independizar asumen una identidad nacional diferente del resto, y por eso buscan fundar un nuevo país, nacionalmente homogéneo.
"Prometen crear un estado mejor y más justo, y comparten la visión de un gobierno que se ajusta mejor a las necesidades y a la cultura de la población local. Para fortalecer su postura, acentúan las diferencias entre los hábitos y la identidad locales, y los del resto del país. Además prometen beneficios económicos y políticos, ya que, en su narrativa, el nuevo estado será más eficiente", explicó a Infobae Matthias Bieri, investigador del Centro de Estudios sobre Seguridad con sede en Zúrich, Suiza.
La defensa de una pureza identitaria es una de las claves de los secesionismos. Eso supone necesariamente cierta exclusión, ya que nada refuerza más una identidad que señalar quiénes son los que quedan afuera, de quiénes se busca diferenciar el movimiento.
"El separatismo tiene algunas causas comunes. La principal es el nacionalismo y el sentido de que hay un 'nosotros' y un 'ellos'. Claro que hay diferentes razones por las que se desarrolla ese sentir nacionalista", explicó Astrid Bötticher, profesora de ciencia política de la Universidad Witten/Herdecke, Alemania, consultada por Infobae. "Hace que la política se vuelva emocional en vez de racional. Siempre alude a que hay una cultura en riesgo, y que por eso hay que defenderla. Algunos separatistas duros llegan al punto de plantear que sus vidas sólo tienen sentido si logran que su cultura se vuelva una fuerza política y triunfe", agregó.
En busca de un país sin "otros"
El número total de países que hay en el mundo es un tema de intenso debate. Algunos gobiernos y organismos internacionales reconocen a más de 200, pero tomando como criterio los que poseen plena representación en la ONU, serían 193. Para tener dimensión de cómo se fueron fragmentando los estados con el correr del tiempo hay que tener en cuenta que al término de 1945, año de su fundación, la ONU tenía apenas 49 miembros, una cuarta parte. En 1991, después del proceso de descolonización en Asia y África, pero antes de la desintegración de la URSS, ya eran 158. La disolución del bloque soviético implicó la creación de una veintena de países en sólo dos años, elevando la cuenta a 183. En los últimos 24 años se sumaron los diez restantes.
"Desde un punto de vista ideológico, podemos identificar separatismos democráticos, como el escocés; de extrema izquierda, como parte del catalán; de extrema derecha, como parte del secesionismo texano; religioso, como el del Norte del Cáucaso. No obstante, el elemento común que hay en la mayoría es la lucha por fortalecer una identidad étnica o regional, que se conecta con la sensación de seguridad que da tener una sociedad propia en un estado propio", contó Miroslav Mares, profesor de ciencia política de la Universidad Masaryk, República Checa, en diálogo con Infobae.
En este momento hay cientos de movimientos separatistas. Algunos son marginales y otros son dominantes. Algunos buscan la independencia por medio de la violencia, otros por medios pacíficos. A continuación un repaso de diez que se encuentran entre los más significativos por distintos motivos.
Los primeros tres están en Europa Occidental, una región que, a pesar de ser políticamente la más estable, tiene importantes conflictos secesionistas. Hay dos de Europa del Este, que fue especialmente en los 90 epicentro de sangrientos enfrentamientos nacionalistas. Luego, están dos de los más antiguos y complejos del continente asiático, y uno de los más avanzados de África. La lista termina con dos casos que quizás no son tan relevantes como los otros por la fuerza de los movimientos que los encabezan, pero que tienen la particularidad de ser en América, continente que, al menos en las últimas décadas, no se caracterizó por las tensiones independentistas.
Escocia (Reino Unido)
Con una población de 5.4 millones de habitantes y un amplio territorio, es una parte fundamental del Reino Unido. Es el ejemplo de la región que pudo procesar institucionalmente las tensiones existentes en su interior entre los que deseaban separarse y los que preferían quedarse. Tras una exitosa negociación con el entonces primer ministro David Cameron, el Partido Nacionalista Escocés obtuvo en 2014 la autorización para realizar un referéndum independentista, en el que una mayoría del 55% optó por permanecer bajo la égida de Londres. Sin embargo, el Brexit reavivó las ansias secesionistas, que podrían materializarse en una nueva consulta.
País Vasco (España)
Si bien no es tan importante como Cataluña desde el punto de vista económico y poblacional —son 2.1 millones, frente a los 7.5 millones de catalanes—, históricamente fue el desafío separatista que más preocupó a España. La principal razón es la violencia terrorista de ETA, la organización armada que libró durante décadas una guerra contra el estado español, que dejó 829 muertos hasta 2011, cuando anunció la deposición de las armas. Hoy apoya el plebiscito catalán y reclama que se realice uno en su territorio.
Flandes (Bélgica)
Con 6.3 millones de habitantes, es la más poblada de las tres regiones que componen a Bélgica. Las divisiones políticas, étnicas y lingüísticas enfrentaron desde el origen a flamencos (hablan neerlandés) y valones (de la otra gran región del país, donde se habla francés), haciendo difícil la convivencia. La Nueva Alianza Flamenca, que gobierna el parlamento de la región, promueve un secesionismo pacífico y gradual.
Kosovo (Serbia)
Ubicado en la península de los Balcanes, en el sureste de Europa, este territorio de un millón y medio de habitantes —que durante gran parte del siglo XX fue parte de Yugoslavia— es el epicentro de uno de los conflictos separatista más álgidos y cruentos de Europa. La población kosovar, que en su mayoría es de origen albanés, está muy enfrentada con la serbia y trata de independizarse desde comienzos de los 90. En 1999 se desató una guerra en la que terminó interviniendo la OTAN ante las evidencias de que los militares estaban llevando a cabo una limpieza étnica de albaneses. Si bien oficialmente pertenece a Serbia, que es un país soberano desde 2006, declaró su propia independencia en 2008, aunque aún no es reconocida por la ONU.
Chechenia (Rusia)
Es una de las 21 repúblicas que componen la Federación Rusa. Tras la disolución de la URSS trató de ser uno de los tantos países que se independizaron, pero Moscú le declaró la guerra y logró mantenerla bajo su control. Tiene una población de 1.3 millón de personas, que en su mayoría son musulmanes. Una serie de atentados terroristas perpetrados por organizaciones islamistas en 1999, que terminaron con la invasión de la vecina Daguestán, desataron una violenta intervención del Ejército ruso. La ocupación, que se extendió hasta 2009, dejó decenas de miles de muertos y desaparecidos.
Kurdistán (Turquía, Irak, Irán y Siria)
Los kurdos, que según distintas estimaciones son entre 40 y 50 millones, conforman la nación sin estado más grande del planeta. Son claramente los que están en peores condiciones, porque ni siquiera poseen un territorio propio aunque subordinado a otro. Están repartidos entre Turquía, Irak, Irán y Siria, y son marginados en todos lados. Tras un intento de conformar un país autónomo en 1921, que fue aplastado, se los forzó a renunciar a su lengua y a su cultura, en un intento por obligarlos a integrarse a los otros países. Paradójicamente, la devastación causada en Siria e Irak por el Estado Islámico en los últimos años les abrió una oportunidad única a los kurdos, ya que se convirtieron en una de las principales fuerzas de oposición en el territorio iraquí, y contaron para ello con el apoyo de la comunidad internacional.
Tíbet (China)
Además de ser el territorio con más altitud promedio de la Tierra (4.900 metros), es una de las cinco regiones autónomas de China. Sus 3.1 millones de habitantes profesan el budismo tibetano como religión mayoritaria. Si bien logró la independencia en 1913, tras la Revolución China y la conformación de la República Popular, fue forzado a reincorporarse en 1951. El dalái lama, su máxima autoridad políticoreligiosa, fue forzado a vivir en el exilio desde 1959. En 1989 recibió el Premio Nobel de la Paz por su lucha no violenta por la autonomía del Tíbet. La independencia es impulsada por sectores más radicalizados.
Sahara Occidental
Es uno de los 17 territorios no autónomos bajo supervisión del Comité Especial de Descolonización de la ONU. Está conformado por lo que era el Sahara español, colonia que estuvo bajo el control de Madrid entre 1958 y 1976. La mayor parte está hoy ocupada por Marruecos, pero entre un 20 y un 25% del territorio pertenece desde 1976 a la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática, que reclama la soberanía sobre toda la región. Tiene medio millón de habitantes.
Quebec (Canadá)
Es una de las diez provincias canadienses, la única en la que sólo el francés es reconocido como lengua oficial. Con 8.2 millones de habitantes, es la segunda más poblada. El reclamo independentista se remonta muchos años atrás y se relaciona con el sometimiento que sufrió la población francófona por parte de la angloparlante. Ya se hicieron dos referéndums secesionistas, el primero en 1980 y el segundo en 1995. En ambos ganó el No, pero por poca ventaja. Para aplacar la demanda separatista, el Parlamento le otorgó a Quebec el estatus de "nación dentro de Canadá", que tiene un significado más simbólico que práctico. El Parti Québécois es el mayor impulsor de la independencia, pero permanece en minoría.
Texas (Estados Unidos)
Es el segundo estado más grande y poblado de Estados Unidos, con 27.4 millones de habitantes. Si bien el separatismo no tiene demasiada representación, siempre tuvo movimientos secesionistas bastante activos, que se explican por su particular origen. Texas formaba parte de México, pero se independizó en 1836, proclamando una república autónoma. Sin embargo, diez años después se incorporó al vecino del norte. Luego se sumó a la Confederación de estados sureños que se separaron de Estados Unidos durante la Guerra Civil (1861—1865). Haber sido independiente le dio una identidad propia que, a partir de los 90, llevó a algunos grupos radicalizados a reclamar una nueva secesión. La organización que lideró este movimiento en un primer momento fue República de Texas, que protagonizó algunos actos violentos contra las autoridades. Desde los 2000 el liderazgo del separatismo texano pasó a estar en manos del Movimiento Nacionalista de Texas, que promueve la independencia por medios pacíficos.
El separatismo en la era de la globalización
Algunos académicos sostienen que el combo de transformaciones económicas, sociales y políticas resumidas en la palabra "globalización" disparó las tensiones secesionistas en las últimas décadas. Bieri reconoció tres causas. "Primero —dijo—, la globalización ha potenciado la conciencia de las identidades locales, lo que fortaleció a los movimientos separatistas. Segundo, redujo la capacidad de los gobiernos nacionales para reaccionar ante ciertas tendencias. Esto ha creado la sensación de que ya no pueden responder a las preocupaciones ciudadanas, lo que alimenta la retórica separatista y su promesa de ofrecer un estado mejor. Tercero, estableció una competencia económica internacional entre diferentes regiones, lo que volvió razonable dejar el país para algunas a las que les va bien".
Para el sociólogo Bertrand Roehner, profesor de la Universidad de París 7, el estado moderno funciona como un imán que mantiene unidas a las diferentes regiones que lo componen. Cuando se debilita, pierde fuerza su capacidad magnética y empieza a crecer la tensión interregional.
"La globalización transfiere el poder de tomar decisiones de los estados nacionales a organizaciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), por ejemplo, y limita la autonomía de los gobiernos ante las grandes corporaciones. Más importante todavía, disminuye el ingreso proveniente de impuestos. Todo esto debilita el imán estatal. Para contrarrestar esta tendencia, las provincias que se separen no deberían ser autorizadas a incorporarse a los organismos internacionales como la ONU o la OMC", aseguró Roehner a Infobae.
En Europa el problema puede ser incluso más grave que en otras regiones porque la delegación de facultades a entidades supranacionales es aún más acentuada por la Unión Europea (UE). "Esto hizo que muchos ex movimientos autonomistas se hayan convertido en movimientos independentistas, como ocurrió con Cataluña, Flandes y Escocia. Claramente, este proceso continuará a menos que la UE decida que los territorios secesionados nunca serán admitidos", concluyó Roehner.
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