Se tarda una hora y 45 minutos en volar desde Shenyang, la capital de la provincia de Liaoning en el noreste de China, no muy lejos de la frontera con Corea del Norte, hasta Seúl, la capital de Corea del Sur.
Pero para los norcoreanos que escapan del régimen de Kim Jong-un a través de China, ese vuelo no es una opción.
En vez de ello, los valientes desertores del país comunista embarcan en un viaje agotador que, en el mejor de los casos, implica viajar más de 4.300 kilómetros en autobuses, motocicletas, barcos, taxis y a pie por las montañas en una ruta indirecta que decenas de norcoreanos están emprendiendo como la mejor manera de llegar a Corea del Sur, donde inmediatamente se convertirán en ciudadanos surcoreanos.
Para la mayoría, el viaje pasará primero por China, Vietnam y Laos. En todo momento, deben estar pendientes de la policía, que podría arrestarlos y repatriarlos a Corea del Norte, donde ciertamente serán brutalmente castigados por las autoridades dictatoriales.
Desde el comienzo del viaje, los desertores saben que no estarán a salvo hasta cruzar la frontera desde Laos a Tailandia, cuyas autoridades no tienen instrucciones de enviarlos de vuelta a Pyongyang. En su lugar, les imponen una multa menor de inmigración y alertan a la Embajada de Corea del Sur en Bangkok, que los trasladarán a Seúl, no muy lejos de donde muchos de ellos comenzaron su viaje.
"Quiero aprender todo sobre computadoras", dijo un muchacho de 15 años que había llegado a Tailandia desde Laos, apenas 12 días después de escapar de Corea del Norte. "Quiero ser un experto en computadoras".
"Yo también quiero ser buena con las computadoras", repitió su hermana de 8 años, que jugaba con una Barbie que un trabajador humanitario le había regalado al llegar a Tailandia. Fue la primera muñeca que obtuvo en su vida.
Los hermanos eran dos de los once norcoreanos que contaron la historia de su viaje al periódico estadounidense The Washington Post tras llegar al lado tailandés del río Mekong, momentos antes de entregarse a las autoridades de ese país. Para proteger a sus familias en Corea del Norte, los desertores pidieron mantener sus identidades anónimas.
Ya en Nhakon Phanom, habían llegado a la etapa final de un viaje que había comenzado con una fuga nocturna a través del río Tumen hasta China y culminó en un viaje en barco a través de un Mekong que los arrastró río abajo a 30 kilómetros de donde se suponía que iban a desembarcar.
Luego de pasar horas bajo la lluvia, sin saber donde estaban, los activistas que los habían ayudado a escapar finalmente los encontraron.
Esa noche durmieron en un hotel sencillo, comieron comida caliente y se pusieron ropa seca. A la mañana siguiente, se entregaron a la policía.
Fueron procesados y luego se unieron a unas dos decenas de otros norcoreanos en celdas de detención. Irónicamente, era este el momento que estaban esperando, el momento en que llegarían a la seguridad de una celda tailandesa.
Con el tiempo llegaron más norcoreanos (llegaban casi todos los días), y una vez que lograron llenar un autobús, emprendieron el viaje de 12 horas a Bangkok para entregarse a la burocracia surcoreana.
Un pescador del grupo le dijo a The Washington Post que fue la experiencia de cruzar una y otra vez a China que impulsó su decisión de escapar. El hombre no solo se ganaba la vida pescando sino que también transfería dinero ilegalmente a través de la frontera. Al ver como vivía la gente en el país vecino y al escuchar las noticias de una radio surcoreana que había contrabandeado, se dio cuenta que estaba viviendo una mentira.
"Me di cuenta de que lo que nos decían los medios de comunicación eran mentiras", dijo la noche anterior a que se entregaran a la policía.
En el caso de dos amigas escolares de 23 años, habían sido vendidas a hombres chinos para recaudar dinero para sus familias. "Sabía que iba a ser vendida, pero estaba preparada para ir", dijo una.
Su amiga, una peluquera, había ido a China hacer varios meses bajo la impresión de que iba a trabajar en un restaurante, pero en cambio fue vendida a un hombre chino por 12.000 dólares.
Por estas y más razones, varios norcoreanos arriesgan su vida para cruzar la frontera a China. Algunos son capturados y repatriados, y otros -1.418 en 2016- llegan a salvo a Corea del Sur.
Desde que Kim Jong-un asumió el poder, ha ordenado una implacable represión a lo largo de la larga frontera con China. Por su parte, Pekín ha intensificado su propia vigilancia. El flujo de personas ha disminuido notablemente, pero no del todo.
Una vasta red de agentes, muchos de ellos desertores de Corea del Norte, organizan huidas a través de una logística tan bien organizada que, si todo va bien, un norcoreano puede estar en un centro de detención tailandés dentro de 10 días y en Corea del Sur dentro de un mes.
Algunos de ellos pagan por el servicio por adelantado con dinero que han ganado en el mercado negro, mientras que otros prometen pagar con los beneficios que reciben al llegar a Seúl. Una minoría muy afortunada financian su fuga con la ayuda de organizaciones cristianas.
El grupo del pescador, por ejemplo, fue rescatado por Now Action (Ahora acción) y Unity for Human Rights (Unidad por los derechos humanos), una organización liderada por Ji Seong-ho, él mismo un norcoreano que escapó. El equipo de Ji acordó pagar USD 2.000 para sacar a cada miembro del grupo. Contactar a un agente directamente habría costado el doble, dijo.
El primer paso del plan fue cruzar el río hasta China por la noche, donde los esperaban dos vehículos que los trasladaron a dos refugios.
"Para cuando llegamos al refugio, ya estaba empezando a salir la luz", dijo una ama de casa de 42 años. "Nos quedamos allí tres días, comiendo y durmiendo y viendo la televisión china hasta que llegó el momento de irse".
Iban a tomar una nueva ruta, a través de Vietnam en lugar de directamente a través de Laos, porque las autoridades chinas se habían vuelto más agresivos en la frontera con Laos.
"Me preocupaba que nos usaran como conejillos de indias en la ruta. Pero si íbamos a morir, íbamos a morir", dijo el pescador. "Ya habíamos decidido matarnos a nosotros mismos antes de regresar a Corea del Norte".
El segundo paso consistía de un viaje en autobús de 17 horas hasta una ciudad china en la frontera con Vietnam. Era un tramo peligroso: si la policía china se subía a bordo para comprobar sus documentos, serían arrestados. "No nos sentamos juntos y no nos hablamos mientras estábamos en el autobús", dijo la ama de casa. "Nadie nos molestaba porque pensaban que estábamos durmiendo todo el tiempo".
Sin embargo, cuando llegaron a la estación de autobuses más cercana a la frontera con Vietnam, el ambiente cambió. La policía estaba vigilando rigurosamente la frontera. Paso tres: debían cubrirse y atravesar la frontera en la oscuridad.
Faltaba la parte más difícil. Luego de varios viajes en autobús y en coche a través de Vietnam, el cuarto paso implicaba cruzar las montañas a lo largo de la frontera con Laos bajo una lluvia torrencial.
"Cada paso de la huida es difícil y peligrosa: escalar montañas, cambiar los medios de transporte y cruzar las fronteras", dijo Ji, el activista que ahora ayuda a sus compatriotas a escapar. "Como están tan tensos, algunos se enferman durante o después de la fuga".
El viaje es especialmente oneroso para los niños, los ancianos y los discapacitados, dijo. Las madres a veces les dan a sus hijos pastillas para dormir para que no lloren y no las entreguen.
Tras cruzar las montañas hasta Laos, había otro coche esperándoles en la frontera encargado del paso cinco: trasladar a los norcoreanos hasta el río Mekong. Era un viaje de a penas cuatro horas.
Lo más desconcertante era la idea de estar tan cerca de la seguridad, pero todavía no del todo. No dejaba de pensar: "Imagínense que llegaba hasta aquí y luego me atrapaban en Laos", dijo una joven madre que había dejado a su hija de 4 años en China mientras ella escapaba.
Con la ropa aún húmeda del cruce de la montaña, el grupo fue dejado en la orilla del río bajo la lluvia. Allí esperaron en la oscuridad hasta que llegó el momento de cruzar.
A las 3:30 a.m., se subieron a uno de los largos barcos que navegan por el Mekong. Pese a la complicaciones causadas por la fuerte corriente del río, desembarcaron a salvo en Tailandia. Habían cumplido el sexto paso.
Ese sábado por la noche, ya en el hotel en Nhakon Phanom, celebraron. Se sentaron juntos con las piernas cruzadas y comieron arroz blanco, pescado a la parrilla, pollo frito y papas fritas de plátano. Por supuesto, todo acompañado con latas grandes de Chang, una cerveza tailandesa.
Al otro día se entregaron a las autoridades tailandesas, y luego de un tiempo en un centro de detención, fueron trasladados a la embajada surcoreana en la capital del país.
El último paso: un vuelo a Corea del Sur.
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