Hija de un minero y perteneciente a la clase social más baja de Corea del Norte, Mi Ran comenzó su nuevo trabajo como maestra escolar en un colegio al norte de la ciudad de Kyongsong con entusiasmo.
El jardín de infantes estaba aproximadamente a 45 minutos de su casa a pie y se ubicaba en un edificio de una sola planta rodeado por una valla de hierro.
En la entrada del colegio, entre girasoles de colores pintados sobre la valla, se podía leer en letras grandes la consigna del instituto:
SOMOS FELICES
Dentro de las aulas colgaban encima del pizarrón dos retratos de Kim Il Sung, de un lado, y de Kim Jong Il, del otro.
Lo primero que notó Mi Ran en el primer día de clases fue una gran diferencia entre los niños de Chongjin, la tercera ciudad más grande del país, donde había hecho su capacitación profesional, y los niños de Kyongsong, donde fue asignada.
Este último era un pueblo esencialmente minero, por lo cual los hijos de los trabajadores eran visiblemente más pobres que los hijos de los trabajadores de fábricas y los burócratas de Chongjin. Sus alumnos de Kyongsong, aunque tenían entre cinco y seis años, parecían de apenas tres o cuatro.
Con el tiempo, Mi-Ran comenzó a preguntarse si algunos de los niños iban al colegio únicamente para acceder al almuerzo gratis que servía la cafetería, una aguada sopa hecha con sal y hojas secas.
Tras asignar a los niños a sus asientos particulares, Mi-Ran les mostró su acordeón y les cantó una canción que había aprendido ella cuando era niña y que conocía de memoria.
Todos los maestros debían aprender a tocar el acordeón, que se considera el "instrumento popular" del país debido a su portabilidad para llevar a marchas militares o para motivar a los trabajadores.
En esta ocasión, la maestra les cantó una canción titulada "No tenemos nada que envidiar en el mundo" con la siguiente letra:
Padre nuestro, no tenemos nada que envidiar en el mundo.
Nuestra casa está dentro del acojo del Partido de los Trabajadores.
Somos todos hermanos y hermanas.
Incluso si un mar de fuego se aproxima a nosotros, dulces niños no tienen nada que temer,
Nuestro padre está aquí.
No tenemos nada que envidiar en este mundo.
Todos los colegios primarios deben tener un aula reservada para la enseñanza sobre el Gran Líder llamada Instituto de Investigación Kim Il Sung. La sala especial se usa especialmente para dar clases de historia, pero no puede desviarse de la narrativa oficial del régimen.
Al final de cada clase, los niños deben acercarse silenciosamente y descalzos al retrato del fundador y decir:
"Gracias, Padre".
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