A comienzos de 2017 un sitio del gobierno de Corea del Norte, Ecos de unidad, publicó que Pyongyang ordenaba a los ciudadanos que participaran en las sesiones de autocrítica tal como los había inspirado Kim Jong-un en el año nuevo. "He pasado el año con remordimientos y tristeza", había dicho en su discurso como arrepentimiento.
No es que los norcoreanos necesiten inspiración para las sesiones de crítica y autocrítica: se trata de una de las herramientas de control de la dinastía que separó a Corea del Norte en 1948.
Según Daily NK, que se publica en Seúl, el 11 de enero las autoridades norcoreanas "designaron el mes de enero como 'un periodo de concentración para aprender el discurso', lo cual forzó a los residentes a participar en conferencias, debates y sesiones de autocríticas".
Hanhwe Kim, activista de derechos humanos en Corea del Sur, aseguró que "una de las cosas más difíciles de vivir en Corea del Norte son las sesiones regulares de autocrítica". Lo comparó con jugar a Survivor, pero "el que pierde puede ser enviado a campos de trabajo de distinta severidad, o caer a una clase inferior y perder privilegios".
También en los campos de trabajo hay sesiones de crítica y autocrítica, y son peores. En su libro The Aquariums of Pyongyang, Kang Chol-hwan describió los de Yodok, donde entró a los nueve años para pagar la culpa de los presuntos crímenes de su abuelo.
"La atmósfera era tensa. Uno podía percibir el miedo y el odio que se esparcían por la habitación", escribió. "Los adultos comprendían que era una rutina que nada tenía que ver con lo que sus compañeros reclusos realmente pensaban de ellos. Y pronto la persona criticada tendría que criticar a su crítico. Esas eran las reglas, no era nada personal".
Las sesiones suponían la contrición de las personas sobre sus propios errores y la crítica mutua, que podía ir de la monotonía a la sevicia. Aunque desde la hambruna de los '90s esta forma de control social se suavizó, ya que toda la población tendría que confesar que participa del mercado negro para vivir, el rito se mantiene.
Kim Il-sung's North Korea (La Corea del Norte de Kim Il-sung), de Helen-Louise Hunter, relata que "las sesiones de autocrítica comienzan cuando uno se une a la Liga de la Juventud Socialista Trabajadora", entre los 14 y los 16 años. "En los '60s esas sesiones se realizaban mensualmente, pero a comienzo de los '70s Kim Jong-il hizo una serie de cambios en el sistema, incluido el cambio a reuniones semanales."
No logró su objetivo: que la gente dejara de sentir una presión horrible ante esos encuentros, "por sentimientos de culpa o miedo a ser criticada". Pero al menos facilitó motivos de autocrítica más cotidianos, como fumar o quedarse despierto hasta tarde, y no necesariamente más ideológicos.
"Cada escuela y cada fábrica fija una tarde de cada semana para las reuniones de crítica", explicó la ex experta de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en su libro. "Según una fuente confiable que soportó muchas de esas sesiones, es 'algo aterrador ponerse de pie ante los demás y ser criticado', casi tan terrible como estar bajo la presión constante de criticar a los otros".
"Se fomenta que la gente anote en un cuaderno las cosas que ellos y sus amigos y sus vecinos han hecho mal durante la semana. Esas notas se usan como temas de discusión en las sesiones de crítica". Aunque no a todos les toca hablar cada vez, sí les toca entregar sus notas, de manera tal que no se pueden reciclar a la semana siguiente.
En Yodok, describió Kang, cada grupo de trabajo tenía una sesión breve los miércoles, y el sábado varios grupos compartían una sesión más prolongada. "En las paredes colgaban los retratos de Kim Il-sung y Kim Jong-il. En el extremo de la habitación había una plataforma con una mesa, a la cual se sentía que sentar un prisionero y hacer su autocrítica. Junto a la mesa había dos guardias de pie, junto con un representante de los prisioneros".
El elegido asumía el centro de la escena, la mesa, con la cabeza gacha, y comenzaba con fórmulas del tipo: "Como nuestro Gran Líder nos ordenó" o "Nuestro Querido Líder nos ha enseñado". El resto era igualmente predecible, según ilustró Kang con una muestra hipotética:
"En la famosa conferencia del 28 de marzo de 1949 nuestro Gran Líder expresó que nuestra juventud debe ser siempre la más energética del mundo, tanto en el trabajo como en el estudio. Pero en lugar de hacer caso a las sabias reflexiones de nuestro respetado camarada Kim Il-sung, dos veces llegué tarde al acto de pasar lista. Sólo yo fui responsable de esta impuntualidad, que denota negligencia ante la luminosa reflexión de nuestro Gran Líder".
Hunter advirtió que cuanto más joven, más se sufre esta rutina: "Aparentemente es más fácil criticar a otros, y recibir las críticas de ellos, a medida que pasan los años. Uno se vuelve más experto en el juego, aprende a evitar temas peligrosos y a la vez luce como quien toma seriamente la idea de la crítica". También se aprende a "documentar con muchas referencias a los discursos de Kim".
Hunter también describió los trucos a los que los norcoreanos recurren para analizar la conducta propia. Por ejemplo, criticarse por fumar comprometerse a dejar de hacerlo (tal como sugerirán los otros en la sesión), cumplir y a los dos meses volver a fumar y usarlo como base para una nueva autocrítica. Otros temas sin peligro son faltar a clase para ir al cine o mirar mucha televisión, ilustró.
"Al criticarse a sí mismo o a otros por quedarse levantado hasta tarde, por ejemplo, es importante explicar que esa conducta no sólo hace que uno esté haragán y somnoliento al día siguiente, sino que sugiere una actitud burguesa. Entonces uno puede proceder a citar las advertencias de Kim contra otras clases de conducta burguesa, alejando así el foco de la crítica de la transgresión propia a una discusión más amplia sobre la conducta burguesa en general".
No hay un tiempo de duración para las reuniones de crítica. "Algunas veces van desde las 14 hasta las 2 de la mañana, con un recreo para la comida, si se han presentado cargos serios", ilustró Hunter. Para los estudiantes, esos cargos pueden ser "participar en pandillas, tener romances, faltar asiduamente a clase o haber sido denunciado por la policía o el partido por vagabundear de día o de noche". A todas les siguen sanciones disciplinarias.
Las sesiones de crítica y autocrítica tienen menos importancia por esas consecuencias raras que por su infiltración sutil y cotidiana en el alma de los norcoreanos. "El clima psicológico que crean es suficiente para que la mayoría desista de una conducta antisocial, como llama el régimen a todas las actividades indeseables", argumentó la experta. Lo que mantiene a los norcoreanos reprimidos "es saber que todos sus amigos y sus vecinos los vigilan y los denuncian, no sólo el personal de seguridad".
La rutina, a pesar de los trucos y de la anestesia de la costumbre, tiene consecuencias individuales nefastas: "Estimula algunos de los peores rasgos humanos: el desprecio por los sentimientos de otras personas, la disposición a usar a los demás para avanzar, la deslealtad, la mentira, la superioridad moral y una actitud hipercrítica de los demás", enumeró.
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