Donald Trump firmó hace algunas semanas una orden ejecutiva que desmanteló las principales regulaciones contra el cambio climático establecidas por su predecesor, Barack Obama. El gobierno de Estados Unidos ya no buscará reducir las emisiones contaminantes, ni impondrá a sus agencias federales la obligación de considerar el impacto ambiental de sus políticas antes de implementarlas.
Scott Pruitt, director de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, en inglés), criticó poco después el Acuerdo de París, un compromiso sellado por las principales potencias del mundo para disminuir los gases de efecto invernadero hacia 2020. El funcionario sugirió que Estados Unidos podría bajarse del pacto, aunque no lo confirmó.
Este giro tan notable de la administración Trump en relación a la de Obama se debe en parte a sus compromisos con las industrias del carbón y del petróleo. Pero también a un rechazo muy hondo hacia la cooperación internacional. El líder republicano siente que su misión es construir un país centrado exclusivamente en los estadounidenses, dejando de lado los compromisos con el resto del mundo que son considerados contrarios a los intereses nacionales.
El de Trump no es un caso aislado. En un contexto de creciente rechazo a la globalización en los países más desarrollados, están creciendo los partidos y líderes políticos que promueven un discurso nacionalista. La decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea (UE), a la que muchos culpaban de sus principales problemas y de ser un obstáculo para su desarrollo, es el ejemplo más extremo de esta tendencia aislacionista.
El debilitamiento de la UE es un claro síntoma de época. Antes del Brexit se había puesto en evidencia con la crisis de los refugiados en 2015. La irrefrenable oleada de personas que llegaban todos los días a las costas de Italia y de Grecia escapando de las guerras en Medio Oriente y en el norte de África forzaban una acción conjunta para darles acogida repartiendo las cargas entre los distintos miembros de la unión. Sin embargo, más allá de los esfuerzos de Alemania para convencer al resto de los países de recibir a una cuota de refugiados acorde a su población y a sus recursos, terminó imponiéndose una lógica individualista, y la mayoría se rehusó a cooperar.
El posible triunfo de Marine Le Pen en las elecciones de este domingo en Francia, el otro baluarte de la UE, aporta más incertidumbre al futuro del bloque y de muchos de los pactos internacionales. Si bien la líder del ultraderechista Frente Nacional abandonó sus posturas iniciales de escepticismo hacia el cambio climático, propone un "ecologismo patriótico" y se opone a los acuerdos globales para combatir esta problemática. Desde esta perspectiva, si un compromiso con otros países no reporta una ganancia tangible e inmediata es un acto de entrega y de sumisión.
"Aún es muy temprano para sacar conclusiones sobre el impacto de las políticas de Trump, aunque es claro que su administración es menos entusiasta que las anteriores con la cooperación internacional. Este también parece ser el caso de otros gobiernos, como el del Reino Unido desde el Brexit, y el de otros miembros de la Unión Europea, como Polonia y Hungría. En términos generales, las causas de ese menor entusiasmo son domésticas: en Estados Unidos y en otros países hay una mirada que ve a los compromisos internacionales como una amenaza", explicó Jeffry Frieden, profesor en el Departamento de Gobierno de la Universidad de Harvard, consultado por Infobae.
No obstante, más allá de la preocupación que pueda generar este giro político, para muchos analistas todavía no están en riesgo los principales acuerdos globales, en gran medida porque tienen una dinámica propia. "En muchos países europeos y en Estados Unidos hay un discurso que dice que la ayuda internacional no sirve. Al mismo tiempo, si bien desde 1992 se hicieron muchas promesas de mayor financiamiento para los desafíos medioambientales, muy pocas naciones han cumplido. Pero yo soy optimista y creo que vamos a ver un viraje hacia una renovada colaboración global, aunque quizás tengamos que esperar un poco", dijo a Infobae Joyeeta Gupta, profesora de medio ambiente y desarrollo en el Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales de la Universidad de Amsterdam.
Ese optimismo se relaciona con que, con la notable excepción del Reino Unido con el Brexit, muchos de estos gobiernos nacionalistas aún no han podido revertir de forma considerable la colaboración a escala mundial. Esto se debe a que hay procesos sociales y económicos que son muy difíciles de frenar.
"La cooperación internacional por el cambio climático está ciertamente en declive si se considera la retórica y el presupuesto del gobierno estadounidense. Pero por otro lado, al nivel de los gobiernos estatales y locales, hay muchas ciudades y entidades subnacionales que están yendo hacia una mayor cooperación. Además, en la medida en que Estados Unidos ha abdicado de su rol mundial en el tema, China, India, Alemania y otros gobiernos han ido acentuando su liderazgo", contó a Infobae Thomas L. Brewer, investigador del Centro Internacional de Comercio y Desarrollo Sustentable, en Ginebra.
Por eso, muchos académicos no ven una tendencia decreciente en la colaboración entre distintas naciones, sino un cambio de forma que va de la mano de un nuevo contexto global. "Los niveles de cooperación siguen siendo bastante altos, si bien sus patrones se están modificando", sintetizó Joseph Parent, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Notre Dame, Indiana, en diálogo con Infobae.
Los beneficios del trabajo mancomunado entre países
"Desde la Segunda Guerra Mundial hemos visto mucha colaboración entre los países más desarrollados —dijo Frieden—. Creo que esto ha contribuido al crecimiento económico y a la estabilidad, y redujo la amenaza de la guerra. Esto no significa que la cooperación sea siempre buena, ya que también puede darse para propósitos nefastos. Sin embargo, especialmente en la economía, dejarla de lado podría incrementar la probabilidad de una crisis financiera o de otro tipo, y reducir los beneficios que los países obtienen de la economía internacional".
Lógicamente, acordar con otros no es gratuito, ya que siempre implica ceder algo de autonomía. Pactos como el de París suponen además asumir costos en el presente en pos de un beneficio colectivo cuyos resultados los verá la próxima generación. Pero son inversiones que a la larga terminan rindiendo.
"Existen costos y beneficios al optar entre agrandar o achicar las redes de colaboración —dijo Parent—. Las más pequeñas pueden ser más intensas y más resistentes al contagio, pero pueden hacer que caiga el tamaño general de la torta. Como lo demostró Adam Smith, la división del trabajo depende de la extensión del mercado, y mercados acotados significan menores ingresos y menores recursos para sostener todas las cosas que la gente ama: la cultura, la investigación, la educación, el placer, la seguridad y la salud".
En determinadas áreas, la coordinación y la ayuda mutua entre distintos países resulta más urgente que en otras. Medioambiente, salud y pobreza son buenos ejemplos.
"Creo que requerimos mayor cooperación global en el campo de los límites que tiene el planeta, como en los desafíos del ambiente y de los recursos. También para atender los problemas que enfrentan las personas más pobres y vulnerables. Hay que atacar la desigualdad extrema a nivel global, nacional y local. La sociedad tiene que hacer un nuevo contrato social. Necesitamos estados que rindan cuentas ante sus pueblos, pero también ante la comunidad internacional. Eso supone crear un mejor sistema para la colaboración interestatal", destacó Gupta.
Seguir el camino contrario y avanzar hacia el aislacionismo que proponen los nacionalistas del siglo XXI puede ser muy peligroso. "Los riesgos son enormes en muchos campos, no sólo en lo que respecta a la mitigación del cambio climático. También en el desarrollo de energías renovables, en el comercio y en la inversión internacional, en la salud pública, en la asistencia ante catástrofes, y en muchos otros rubros", concluyó Brewer.
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