Rusia, Irán y Hezbollah, los protectores y cómplices de la dictadura de Bashar al Assad

Moscú y Teherán son los grandes soportes que tiene Siria. También el grupo terrorista libanés está en territorio sirio desde 2011

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Bashar Al-Assad, Ali Khamenei, Vladimir Putin y Hasan Nasrallah, los grandes protagonistas en Siria
Bashar Al-Assad, Ali Khamenei, Vladimir Putin y Hasan Nasrallah, los grandes protagonistas en Siria

Desde principios de 2011 Siria se desangra. Bashar Al-Assad, el heredero de la dinastía dictatorial iniciada por su padre Hafez Al-Assad, comenzó una guerra descarnada contra su propio pueblo donde surgieron grupos insurgentes y rebeldes que intentaron finalizar con los por entonces 40 años de despotismo. El 12 de marzo último fue el cumpleaños número 46 del régimen.

Durante los años de la interminable guerra civil -con un saldo de casi 500 mil víctimas mortales y millones de desplazados y refugiados-, Al-Assad concretó alianzas indestructibles, las mismas que su padre supo tejer durante sus años de presidente. Irán, gran sostén militar e ideológico de Siria, envió a su Guardia Revolucionaria para que contribuya a la aniquilación del pueblo sirio en aquellas ciudades donde los focos de rebeldía no podían sofocarse fácilmente.

Para cimentar su influencia y su despliegue territorial utilizó también al grupo terrorista Hezbollah, la milicia libanesa que opera abiertamente en Siria y controla el sur del país. Incluso posee bases en Damasco, la capital de la nación árabe. Su larga incursión más allá de las fronteras de su país le valió a su mandamás, Hassan Nasrallah, la antipatía de gran parte de la nación que controla a su antojo por los cientos de jóvenes que mueren a diario luchando en nombre de Al-Assad.

Bashar Al Assad estrecha la mano de su protector, Vladimir Putin (AP)
Bashar Al Assad estrecha la mano de su protector, Vladimir Putin (AP)

La guerra intestina se hacía cada vez más profunda y ni Irán, ni Hezbollah ni el propio Ejército Sirio podían terminar con los rebeldes y los demás focos que se encendían: los grupos terroristas Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y Jabhat Fateh Al-Sham, más conocido como Frente Al-Nusra. Fue así que Al-Assad volvió a confiar en un antiguo aliado de su padre Hafez: Rusia.

Hacia finales de septiembre de 2015 Vladimir Putin comenzó su incursión en Siria. Con el pretexto de luchar contra los grupos terroristas sunitas que allí se desplegaban, los bombardeos masacraron los pueblos donde los insurgentes sirios estaban resistiendo a la dictadura. Muchas de las bajas que eran presentadas como de ISIS eran en verdad civiles antipáticos a Al-Assad. Incluso, en mayo de 2016 un bombardeo ruso tuvo como blanco Idlib, la misma provincia donde el pasado martes se atacó con armas químicas. En aquella oportunidad murieron 23 civiles, entre los que se contabilizaron cinco menores.

A tal punto se vivenció la influencia de Rusia y de Irán en Siria que la nueva constitución fue redactada en Moscú y supervisada en Teherán. Entre ambos regímenes se dividieron además sectores claves para el desarrollo de la nación en conflicto. Pero también, hubo un guiño que golpea de lleno miles de años de historia: una de las principales modificaciones que se propusieron desde el Kremlin es la eliminación del término "árabe" en la nueva carta magna, lo que representa un guiño a la teocracia iraní.

Hoy, tras el lanzamiento de 59 misiles Tomahawk desde dos destructores de la Armada de los Estados Unidos en el Mediterráneo, Rusia salió en defensa de su protegido y advirtió que habrá una respuesta.

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