Noruega es el país más desarrollado del planeta. El nuevo Índice de Desarrollo Humano (IDH), presentado esta semana por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), lo ubicó primero con un puntaje de 0.949 sobre 1. Atrás quedaron Australia (0.939), Suiza (0.939), Alemania (0.926) y Dinamarca (0.925), entre otros.
Este estudio, el más utilizado desde hace décadas para medir el éxito de un país para brindar a sus ciudadanos condiciones de vida óptimas, mide el desarrollo como una combinación de la capacidad económica (PIB per cápita), la salud de la población (esperanza de vida) y la educación (años de estudio esperados).
Pero hay algo que se pierde: cuán bien o mal distribuidos están esos recursos en la sociedad. Para capturar esto, el PNUD ofrece un segundo índice, que es el IDH ajustado por desigualdad. En éste, por citar un ejemplo, Estados Unidos no entra en el top 15, a pesar de estar 11º en el IDH. Noruega también lidera el ranking de desarrollo con igualdad, con un puntaje de 0.898. Lo siguen Islandia (0.868), Australia (0.861), Holanda (0.861) y Alemania (0.859).
No obstante, estos índices sólo miden dimensiones objetivas del bienestar, nada dicen acerca de los aspectos más subjetivos. Por eso desde hace algunos años se popularizó el ranking de la felicidad, también auspiciado por la ONU. Este estudio combina dos indicadores objetivos (PIB per cápita y esperanza de vida), con cuatro subjetivos, estimados a partir de una encuesta global: el apoyo social recibido cuando algo sale mal, la libertad para poder elegir sobre la propia vida, y las percepciones de corrupción y generosidad que hay en la sociedad.
La conclusión del Reporte de la Felicidad 2017 es que Noruega es el país más feliz del mundo, con un puntaje de 7.537. Supera a Dinamarca (7.522), Islandia (7.504), Suiza (7.494), Finlandia (7.469) y Holanda (7.377).
"La investigación sobre las razones por las que algunos países son más felices que otros muestra que una saludable expectativa de vida y el ingreso per cápita juegan roles importantes. Por eso no sorprende que los mismos países estén arriba en los dos rankings. Pero como el IDH le da mayor importancia al ingreso, los beneficios petroleros de Noruega explican mejor su lugar en ese índice que en el de felicidad. Éste depende más de cómo las personas ven el contexto social en el que viven, de cómo se preocupan unos por otros, de cómo se conectan. Noruega no está al frente del ranking de felicidad por sus ganancias petroleras, sino porque las comparte con otros, especialmente con las generaciones futuras", explicó a Infobae el economista John F. Helliwell, profesor emérito de la Universidad de Columbia Británica, Canadá, y uno de los autores del Reporte de la Felicidad.
Un país rico e igualitario
Lo primero que hay que decir de esta nación ubicada en el extremo norte de Europa es que es sumamente rica. Tiene el sexto PIB per cápita del mundo, estimado en 68.430 dólares. Esto se debe en gran medida a que conjuga en un mismo territorio todos los avances organizativos y educativos del modelo escandinavo, con recursos naturales extraordinarios. Es uno de los mayores productores mundiales de petróleo, y además tiene abundantes reservas minerales, gasíferas y pesqueras.
"Noruega es un país muy igualitario, con mucha equidad de género, de salarios y social. Eso incrementa el sentimiento de ser parte del mismo barco y de trabajar para propósitos colectivos. Los servicios públicos son muy buenos, lo que facilita que las personas estén dispuestas a pagar impuestos y a contribuir. La gente no tiene que abonar para ir al hospital o a la universidad, sino que todo se paga a través de los impuestos. Además tenemos un sistema tributario muy redistributivo, que reparte de los ricos a los más necesitados", contó Tom Christensen, profesor de ciencia política de la Universidad de Oslo, consultado por Infobae.
Con una población de apenas 5.2 millones de habitantes, que en su mayoría profesan la fe luterana, Noruega tiene además mínimos niveles de corrupción, que lo ubican sexto en el ranking de Transparencia Internacional. Este se debe en parte a la notable estabilidad de su sistema político, una monarquía parlamentaria que funciona. Hoy gobierna la primera ministra Erna Solberg, del Partido Conservador, pero antes estuvo en el poder Jens Stoltenberg, del Partido Laborista. Los cambios entre una administración y otra no son profundos, ya que la mayor parte de las políticas de estado están consensuadas.
"En Noruega hay una colaboración tripartita en el mercado de trabajo, entre empleadores, empleados y el gobierno, por la que los asalariados tienen mucha influencia en su propio ámbito laboral. La alta autonomía se combina con la elevada productividad", apuntó Christensen. También destacó las particularidades de la estructura familiar, que es "muy igualitaria, más de trabajo en equipo que jerárquica y autoritaria, lo que hace a los niños más autónomos, armoniosos y satisfechos."
El mejor entre los mejores
Noruega no es un caso aislado. Los cinco países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Suecia y Noruega) suelen encabezar todos los rankings de calidad de vida gracias a un modelo de bienestar compartido que les ha traído muy buenos resultados.
"Los países nórdicos tienen economías pequeñas y abiertas. La apertura económica estimula la productividad y la eficiencia. La corrupción y el patronazgo son muy limitados, y las reglas formales son las reglas reales en los negocios y en los asuntos públicos. Otra característica compartida es un sistema de seguridad y asistencia social amplio y generoso. Así aquellos que pierden en la competencia global puedan mantener la atención sanitaria, educación gratuita, buenas jubilaciones (aunque la edad jubilatoria es 67 años), servicios de rehabilitación y mucho más. Todo esto mejora la predictibilidad en la vida cotidiana de la gente", dijo a Infobae Einar Øverbye, profesor de trabajo social en el Colegio Universitario en Ciencias Aplicadas de Oslo y Akershus.
Pero a pesar de todo lo que tienen en común los países nórdicos, son muchos los estudios que muestran que Noruega ha logrado ubicarse apenas por encima de sus vecinos. Por ejemplo, el banco SEB publicó el año pasado el resultado de una encuesta realizada entre estas naciones para determinar cuál tenía el sistema de bienestar más satisfactorio para sus ciudadanos. La conclusión fue que los noruegos son los que más alta valoración tienen sobre sus propias instituciones, seguidos de los daneses, los finlandeses y los suecos, que son los más descontentos.
"Noruega ha demostrado que es posible hacer foco menos en la cantidad de bienes y servicios producidos, y más en la calidad, la confianza y la calidez del ambiente en el trabajo, en los barrios y alrededor del mundo —dijo Helliwell—. Los noruegos tienen la costumbre de ayudarse a pintar las casas unos a otros, un buen símbolo de cómo conectarse y divertirse".
Entre las cosas más destacadas por los consultados en la encuesta de SEB sobresalen el sistema de pensión, la igualdad en el acceso a todos los servicios, la salud pública y el apoyo a los desempleados. Esta confianza contrasta, por ejemplo, con la insatisfacción manifestada por los suecos respecto de lo que ganan los jubilados, de la ayuda a quienes no tienen trabajo y de la desigual cobertura de los servicios esenciales.
Sin embargo, Øverbye afirmó que las diferencias entre los cinco países de la región son muy sutiles, y que lo verdaderamente único es el modelo de sociedad que comparten, y que los diferencia del resto. "Me gustaría halagar a mi país, pero como cientista social debo decir que no somos realmente diferentes de nuestros vecinos nórdicos. Noruega no es excepcional. El verdadero enigma es por qué estos países (más Suiza y Holanda) rankean tan bien. Es cierto que nuestro PIB per cápita es más alto que el del resto, pero eso se debe a la suerte: tenemos abundante poder hidroeléctrico, petróleo en el Mar del Norte y largos fiordos para establecer franjas pesqueras. Si cualquiera de las otras naciones nórdicas tuviera esos recursos naturales, tendría nuestro PIB".
De todas las fortalezas que tienen las sociedad de esta región, Øverbye eligió una por sobre las otras: la cultura política. "Los políticos son percibidos como bienintencionados, sanos y honestos, sin importar su color partidario. El sentido de predictibilidad en la vida cotidiana está relacionado con que nuestra vida económica y política es estable y predecible".
Las (pocas) debilidades del modelo
"Aún a riesgo de sonar petulante (algo que a los noruegos nos enseñan de chicos que es el colmo de la vulgaridad), es difícil pensar que algo pueda salir seriamente mal en la economía o en la política, al menos en la próxima década. Ciertamente tenemos muchos pequeños problemas, pero ninguno realmente importante. Por ejemplo, tenemos dificultades con el consumo de drogas, con tasas de muerte por sobredosis inaceptablemente altas, aunque la situación era aún peor en los 90″, dijo Øverbye.
Uno de esos problemas menores es consecuencia de la asombrosa paridad de género que hay en el país, y que llegó al punto de dejar a los hombres en una situación algo vulnerable. "Como las mujeres son mejores estudiantes —dijo Christensen—, dominan cada vez más la educación superior, lo que está volviendo muy sesgado el balance de género en algunas profesiones. Por eso el Gobierno está empezando a usar cuotas para mejorar la posición de los varones".
De todos modos, el mayor desafío que está enfrentando Noruega en los últimos años es la integración de una población inmigrante en ascenso. Actualmente representan el 16,8%, y la mayoría provienen de otros países europeos. Pero el país también recibe a inmigrantes de otras regiones del mundo y a un número considerable de refugiados, que enfrentan algunos problemas de integración.
"Como una sociedad históricamente homogénea, la inmigración es un reto. Es tendencia que los extranjeros con educación no encuentren un buen trabajo lo suficientemente pronto. Y los que ni siquiera tienen educación sólo consiguen los trabajos peor pagos, lo que los convierte en una subclase. Generalmente Noruega ha tenido una mirada positiva hacia los inmigrantes, pero esto comenzó a cambiar desde la crisis de 2015. Tenemos mucho que mejorar en términos de integración, incluso a pesar de que dedicamos muchos recursos a ello y que reciben los mismo beneficios del estado de bienestar que el resto de los ciudadanos. Por otro lado, en este momento tenemos un ministro de inmigración que pertenece a un partido antiinmigrantes, y que está creando mucha polarización", concluyó Christensen.
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