Temeroso de perder al último aliado que le quedaba en la región, Vladimir Putin decidió el 30 de septiembre de 2015 meterse de lleno en la guerra interna de Siria. Su objetivo era muy claro: sostener al alicaído gobierno de Bashar al Assad y destruir a todos los grupos armados que lo hacían tambalear. Desde Estado Islámico (ISIS) hasta las organizaciones más moderadas, apoyadas por la Coalición Internacional que lidera Estados Unidos.
"Putin vio a Siria como la puerta de reingreso en la política de Medio Oriente. Siria era uno de los aliados más cercanos de la Unión Soviética, y preservar al régimen baathista parecía una buena manera de contrarrestar la influencia de Estados Unidos en la región", explicó Daniel Chirot, profesor de estudios rusos y euroasiáticos en la Universidad de Washington, consultado por Infobae.
Al mismo tiempo, era una manera de empezar a restablecer algo del orgullo imperial que tan herido había quedado en los años posteriores a la desintegración de la URSS. "Tras años de percibir que estaba perdiendo batallas geopolíticas contra Occidente, la intervención en Siria fue una manera de mostrar que Rusia podía hacer fuerza y exhibir destreza militar, en una región cuyos jugadores son comparativamente más débiles. Como bonus, Rusia pudo promover la defensa del principio de que los soberanos reconocidos tienen derecho a gobernar, sin importar cuán brutales son. Entrar en Siria sirvió a muchos propósitos", explicó a Infobae Scott Radnitz, director del Centro Ellison de Estudios Rusos, de Europa del Este y Asia Central, de la Universidad de Washington.
Sin estar exentas de graves denuncias por la muerte de civiles e inocentes, la mayoría de las campañas militares que realizan hoy las potencias occidentales son selectivas: utilizan misiles teledirigidos para atacar blancos precisos. Muy distinto es el abordaje de Moscú. Sus ataques aéreos son descontrolados. Tienen un alto poder de destrucción y utilizan armamento que está prohibido por las convenciones internacionales.
Este proceder hizo que Rusia fuera acusada por distintas organizaciones internacionales, como Human Rights Watch (HRW), de estar cometiendo crímenes de guerra en Siria. El caso más grave fue la campaña de bombardeos sobre Alepo, que se extendió por un mes, entre septiembre y octubre de este año.
"Causó la muerte de más de 440 civiles, de los cuales más de 90 eran niños. Los ataques aéreos a menudo parecían ser imprudentes e indiscriminados, iban dirigidos intencionalmente por lo menos contra un centro médico e incluían el uso de armas indiscriminadas, como municiones en racimo y armas incendiarias", indicó HRW en un informe publicado a principios de diciembre. De acuerdo con el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, unos 4.000 civiles fueron asesinados desde que comenzaron los ataques rusos.
Dejando de lado las consideraciones humanitarias, al cabo de más de un año, la expedición de Rusia cambió totalmente la ecuación en Siria. Al Assad recuperó terreno y todos sus adversarios retrocedieron. Así parece muy improbable la propuesta estadounidense de encontrar una solución al conflicto sin el dictador que desató la guerra por la inusitada violencia con la que respondió ante las protestas de 2011.
Rusia, bajo amenaza terrorista
Hasta ahora, todo le venía saliendo bien a Putin. El gasto militar y el bajo número de soldados propios caídos eran costos que podía manejar sin demasiados problemas. Pero esto puede empezar a cambiar después del impacto mundial que causó el asesinato del embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov. El atacante, un policía asignado a su custodia, gritó antes de ser abatido: "¡No olviden Siria! ¡No olviden Alepo! ¡Los responsables de las atrocidades tienen que pagar el precio aquí!".
"No hay manera por ahora de saber si fue un tirador solitario o si formaba parte de una trama más amplia. Pero sabemos que muchos musulmanes turcos están muy enojados con Rusia por su apoyo a una alianza chiita-iraní con el régimen alauita sirio. Esos turcos son sunitas ortodoxos y desprecian a los musulmanes chiitas y alauitas, a quienes consideran herejes. A Rusia ya lo odiaban por cómo trata a los musulmanes del Cáucaso. Su rol en Siria lo hace aún más detestado", dijo Chirot.
La pregunta ahora es si el magnicidio en Ankara fue un hecho aislado, o el primero de una serie imprevisible de atentados que tendrán a Rusia como objetivo. Para Douglas Northrop, profesor de historia y estudios de Oriente Próximo en la Universidad de Michigan, "es posible que oficiales, soldados y civiles rusos pasen a ser blancos, de la misma manera que estadounidenses y europeos han sido elegidos".
En cualquier caso, todo indica que la fuerte participación de Rusia en Siria tendrá consecuencias. "Cualquier país que lleva adelante operaciones que matan un gran número de personas sabe que va a suscitar una reacción —dijo Radnitz—. No sería sorprendente que otros individuos, sean yihadistas o sólo personas enojadas con Rusia, ataquen a representantes de su política. La destrucción de Siria endurece a los combatientes, genera personas desesperadas y agraviadas, y cultiva ideologías extremas. Tendrá efectos negativos de largo plazo sobre la seguridad de Occidente y de Rusia por igual".
Las posibles respuestas de Moscú ante el nuevo escenario
"No puedo predecir la reacción del gobierno ruso. Sin embargo, seguro va a ser vehemente. Después de todo, éste fue un grave ataque contra un representante diplomático de un poder soberano. Como Estados Unidos reaccionó al asesinato de su embajador en Libia, esto va a unir a gran parte de la opinión pública rusa detrás del gobierno. Es un interrogante qué hará con ese apoyo. Pero no parece probable que vaya a revertir su política en Siria. Más plausible es lo contrario, que se refuerce la importancia de seguir involucrado", afirmó Northrop.
Si en algo hay acuerdo entre los especialistas en política exterior rusa es que el atentado, lejos de amilanar a Putin en relación a sus objetivos en Siria, seguramente tendrá el efecto inverso. Sobre todo porque termina de volcar a la ciudadanía rusa a favor de la intervención en el conflicto.
"El sentimiento que generó el asesinato —apuntó Radnitz—, junto con el factor de que el homicida estuviera aparentemente asociado a ISIS, fortaleció la apuesta de Moscú para continuar con la guerra. Además Turquía quedó avergonzada, así que redoblará los esfuerzos para probar que apoya a Rusia".
No obstante, más allá de los éxitos que pueda estar teniendo en lo inmediato por la renovada influencia que adquirió en el escenario internacional, a la larga, puede que la decisión de entrar en Siria se vuelva más y más onerosa.
"Mucho de lo que Putin hace está basado en consideraciones de corto plazo —dijo Chirot—. Dudo que haya pensado realmente que él y su país se iban a volver más sospechosos para los musulmanes sunitas. Y a fin de cuentas, ¿qué gana Rusia teniendo una base relativamente segura en Siria? Un Estado cliente que no controla gran parte de su territorio, que está en bancarrota y necesitará ayuda, y que es odiado por la mayoría de su población. La Unión Soviética hacía mucho esto y le salió muy caro. Rusia está cayendo en la misma trampa".
Como siempre ocurre, quienes verdaderamente van a sufrir las consecuencias de una estrategia geopolítica demasiado ambiciosa van a ser los ciudadanos. "Putin sigue gobernado un país con una población declinante, una economía enferma y pocos amigos confiables, si es que tiene. Puede que use este evento para aumentar aún más la represión en Rusia para asegurar su dictadura corrupta de tipo mafiosa. Para él los liberales son una amenaza mayor que los extremistas musulmanes, pero está jugando con fuego. El asesinato del embajador ruso convertirá a Medio Oriente en una pesadilla aún peor de la que es", concluyó Chirot.
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