La semana pasada, unos 30.000 musulmanes se congregaron en las afueras de Hampshire, Reino Unido, para celebrar la paz y condenas el terrorismo, como parte de su campaña "Unidos contra el terrorismo". El encuentro anual Jalsa Salana, del movimiento Ahmadi, recibió incluso una afectuosa salutación de la primera ministra Theresa May.
¿Quiénes son estos musulmanes que están alzando su voz con fuerza frente al terror?
El Movimiento de musulmanes ahmadíes es una organización religiosa de ámbito internacional establecida en 195 países, con presencia en África, América del Norte y del Sur, Asia Australia y Europa. En la actualidad, el número total de ahmadíes supera los doce millones de fieles en todo el mundo. Los ahmadíes son una secta musulmana muy dinámica en la historia moderna del Islam.
El Movimiento fue fundado en 1889 por Hadrat Mir Ghulam Ahmad (1835-1908) en la aldea de Qadian, situada en Punjab, en la India. Su creador, Ghulam Ahmad, decía ser "el Reformador y Mesías de los últimos días", el esperado por todas las comunidades religiosas del mundo, "el Mahdi o Mesías".
El Movimiento lleva como estandarte un mensaje conciliador del islam: "paz, hermandad universal y sumisión a la Voluntad de Dios en su pureza original". El islam es entendido por los ahmadíes como "la religión de las personas en el camino recto". Con esta convicción, el movimiento ha llegado a todos los rincones de la Tierra en sólo un siglo desde su creación.
Donde se establecen, intentan ejercer una influencia islámica constructiva a través de proyectos sociales, instituciones educativas, servicios sanitarios y construcción de mezquitas; y ello a pesar de sufrir una dura persecución por parte de las demás sectas musulmanas.
Los ahmadíes se han ganado la distinción de ser considerados una comunidad pacífica, respetuosa con la ley, perseverante y humanitaria. Sus objetivos son adaptar y modernizar los valores islámicos morales y espirituales, favorecer y estimular el diálogo interreligioso, esforzándose en defender al islam pacifico, repudiando el accionar de los demás musulmanes que ejercen el terrorismo, a quienes condenan tajantemente por su violencia sea cual sea su forma u origen.
El Movimiento ofrece una presentación clara de la sabiduría islámica, su filosofía, su moral y espiritualidad tal y como se desprende del Corán y de la práctica de la suna del profeta Mahoma. Algunos ahmadíes alcanzaron puestos políticos de relevancia, como Muhammad Zafrula Khan, ex primer ministro de Asuntos Exteriores del Pakistán, que fue designado presidente de la 17.ª Asamblea General de la ONU y presidente y Juez del Tribunal de Justicia de la Haya y Abdus Salam, premio Nobel de Física en 1979, que también ha sido reconocido por la comunidad internacional por sus éxitos y servicios.
Tras el fallecimiento de su fundador, el Movimiento Ahmadí ha sido liderado por sucesores conocidos como Jalifas. El líder actual del Movimiento, Hadhrat Mizra Mansur Ahmad, fue elegido en 2003. Su título oficial es el de Jalifatul Masih.
La persecución sobre los ahmadíes no es nueva. El general Zia, dictador pakistaní, fue quien en 1984, para ganar el apoyo de los islamistas radicales de Pakistán, promulgó el famoso Decreto XX antiahmadí que fue anexado al Código Penal de Pakistán con severas penas para el Movimiento. A través de este decreto, se privó a los ahmadíes de sus derechos fundamentales y su libertad de culto. Por disposición del decreto se podía imponer a cualquier ahmadí una pena de prisión rigurosa de tres años y una sanción sin límites. Cualquier ahmadí podía ser fácilmente acusado por profesar su fe y a la vez por "actuar" como un musulmán, pues se los considera heréticos.
El decreto se convirtió en la luz verde que permitió que los elementos antiahmadíes abrieran la puerta a la persecución con el apoyo del Estado y fue un arma idónea, en mano de los radicales y del gobierno, para incriminar a los ahmadíes con base en argumentos carentes de fundamento y excusas. Así, desde 1984, unos 400 ahmadíes han sido asesinados y muchos más han sufrido intento de asesinato, sus propiedades fueron saqueadas, sus lugares de culto destruidos, profanados y sometidos a todo tipo de ataques y hostigamiento.
Al ser considerados heréticos y blasfemos, unos tres mil ahmadíes han sufrido persecución de los tribunales. Centenares han sido condenados. Toda la población ahmadí de Rabwah (cerca de 35.000 personas) fue acusada bajo el decreto anti-ahmadí y del código penal del Pakistán, lo que los empujó masivamente al exilio. Muchos de ellos se instalaron en EEUU, Inglaterra y Alemania. Todos se adaptaron a las leyes de los países de acogida y no hay registro de que ningún integrante de la comunidad haya participado o llevado a cabo un acto de violencia terrorista.
Desde 1986, en que fuera aprobada en Pakistán "la ley penal de blasfemia", la mayoría de las víctimas de esa ley son los ahmadíes, a pesar de que ellos jamás han ofendido al nombre del Profeta. Aun así, el único castigo contemplado para la violación de esta ley es la pena de muerte.
La declaración del gobierno de Pakistán afirmando que hasta ahora no se ha ejecutado a ningún ahmadí es engañosa ya que la política del gobierno ha sido animar a los mullah, quienes a través de grupos terroristas cercanos a los talibanes afganos asesinaron en los últimos 3 años a más de 200 ahmadíes a causa de su fe, y ninguno de los homicidas ha sido arrestado. En muchos casos, los asesinos y sus patrones son conocidos por el Gobierno pero nunca se toman medidas contra ellos.
Los crímenes y otras formas de violencia continúan perpetrándose contra la Comunidad. Un sobrino del Jefe Supremo de la Comunidad fue asesinado a plena luz del día en julio pasado. Ésta es la situación angustiosa y desesperante de los ahmadíes, no sólo en Pakistán. Una nueva ola de ataques contra los grupos religiosos minoritarios se ha desatado contra ellos, y muchos están siendo asesinados en Pakistán y en los países donde han migrado por otros musulmanes, por su fe y su credo.
Muchos musulmanes ortodoxos consideran la comunidad ahmadí como blasfema por no adherirse a la creencia de que Mahoma fue el último profeta. La campaña de odio contra los ahmadíes no ha disminuido hacia el interior del islam. La propaganda antiahmadí se manifiesta dentro del islam en todas sus ramas y sectas. El asesinato de Qamar Ul Zia, en marzo de este año en Pakistán, y el reciente crimen de Asad Shah, en Glasgow, Escocia, a manos de otro musulmán sunita, han sido la clara evidencia de ataques sectarios motivados por el odio religioso contra los ahmadíes.