El 27 de junio Rusia dijo adiós a uno de los símbolos de la industrialización apresurada de la década de los 40 del siglo pasado, la planta de níquel más antigua de la ciudad de Norilsk (2.890 kilómetros al noreste de Moscú), tras 74 años de humeante servicio.
De ella, levantada en su día gracias a los prisioneros del gulag soviético, salieron los materiales necesarios para la fabricación del tanque T-34, uno de los pilares de la victoria soviética sobre la Alemania de Adolf Hitler, en 1945.
La planta ha tenido todo este tiempo un legado menos heroico: las 400.000 toneladas de dióxido de azufre emitidas a la atmósfera cada año, precio inevitable por el proceso para la obtención del preciado níquel.
El vicepresidente de Norilsk Nikel, la compañía que explota estos territorios del ártico ruso, Alexander Ryumin, estuvo presente durante el volcado de las últimas toneladas al rojo de níquel. "Hoy asistimos a un evento histórico", aseguró.
La compañía señala como motivo principal del cierre la mejora en la salud de la ciudad, Norilsk, y es que al cerrar esta planta, situada en el centro de una ciudad que nació con el fin de dar vida a la extracción de minerales, se prevé una mejora de las condiciones de vida de los cerca de 200.000 habitantes.
Y sin duda, sin el humo de sus chimeneas el aire será más respirable, pese a que otras grandes plantas de la misma compañía seguirán produciendo a escasos kilómetros de la población.
Pero pese al evidente beneficio para la salud de los habitantes de Norilsk, ha pesado también, y mucho, en este cierre, el factor económico, ya que el precio del níquel no pasa por su mejor momento, con un año de caídas casi continuadas de su valor en los mercados.
Otro factor de peso ha resultado lo poco eficiente de una tecnología hace muchas décadas desfasada. Ahora la producción que albergaba esta planta pasará a la más moderna de la región, Nadezhda, "Esperanza" en ruso, situada a unos diez kilómetros de la ciudad de Norilsk.
La mina más profunda de Rusia
Tras visitar de la mano de los trabajadores de Norilsk Nikel las principales plantas de la ciudad, nos enfundamos el casco, mascarilla y bote de oxígeno de emergencia para bajar a una de las minas más profundas del planeta, la mina Taimyrski, en la vecina localidad de Talnakh.
El ascensor de los mineros baja, en un recorrido que parece interminable, hasta los 1050 metros. Se abre entonces ante nosotros un laberinto impresionante de miles de galerías, rieles y vehículos de transporte.
De esta tierra se extrae el níquel que hemos visto en la superficie fundirse al rojo, pero también el platino, algo fundamental, con el precio al alza, y con Norilsk como líder absoluto en la venta de este mineral.
Nuestro vehículo de transporte lo conduce con soltura Urumbay, un ciudadano originario de Tayikistán con más de 20 años de experiencia en estas galerías.
"La vida aquí está bien, te acostumbras al clima", dice. Urumbay es uno de los miles de trabajadores de las ex repúblicas soviéticas que trabajan en estas latitudes. Como musulmán, este mes está siendo especialmente difícil: "El ramadán en un lugar donde no se pone el sol es muy duro", comenta.
A los mandos de una excavadora está Andrey, también con casi 2 décadas a sus espaldas en estas galerías. "Antes, las medidas de seguridad eran muy relajadas, ahora son muy estrictos" me dice, antes de salir de la cabina y ponerse a manejar su excavadora con un mando a distancia, para evitar un posible derrumbe.
Habitantes indiferentes a la contaminación
De nuevo en la superficie, no hay duda de que este es un lugar extremo. En pleno ártico ruso, Norilsk soporta 10 meses de invierno, con temperaturas de 30 grados bajo cero y picos de 50.
Esta es una ciudad cerrada a extranjeros, lo fue durante la Unión Soviética, y lo sigue siendo ahora, aunque los tiempos de los espías con gabardina hayan pasado a la historia y todo pueda verse con extrema nitidez gracias las fotos de satélite de acceso público en internet.
Para poder entrar en esta ciudad, has de ser invitado a ello, y ser aprobado por los servicios secretos, FSB.
Mientras la ciudad va digiriendo el cambio que supone el cierre de la planta y que sus 2.500 trabajadores se marchen, indemnizados unos o relocados otros. Los habitantes de este lugar único continúan con sus vidas.
Durante junio y julio se viven en el ártico los llamados "días polares", cuando nunca se pone el sol, que resplandece constantemente sobre la ciudad, y las temperaturas, inusualmente altas, llegan a los 30 grados sobre cero.
La contaminación es un hecho en un lugar que nació para extraer y procesar metales pesados, un lugar sólo pensado para trabajar. Pero la población parece bastante ajena e indiferente a los titulares apocalípticos de medios extranjeros, empeñados en presentar a la ciudad como "el peor lugar para vivir".
Greenpeace también ha sido muy dura con esta ciudad-empresa, señalándola como una de las ciudades "más contaminadas del mundo".
Pese a ello, los habitantes de Norilsk pasean en bicicleta, salen a correr o se bañan en la rivera de los lagos artificiales creados para la refrigeración de las plantas.
Es un paisaje sorprendente, repleto de tuberías, grandes, pequeñas, diminutas o gigantes, que se extienden por todo el territorio, y es que el suelo de esta región del ártico está permanentemente congelado, pese a las temperaturas de los dos meses de verano, y resulta imposible soterrar las tuberías, el cableado o construir cimientos.
Artiom y Yulia son dos trabajadores, marido y mujer, de la empresa, hoy es su día libre y toman el sol y se bañan en un lugar donde carteles en rojo y amarillo aseguran que está prohibido. "Claro que el agua está sucia" dice Artiom, conductor de unos 50 años, "Qué vamos a hacer" dice su esposa, agente de seguridad, enseñando sus dientes de oro: "Hay que aprovechar el calor, que el invierno es muy largo".
Mientras, en el centro de la ciudad, un partido de fútbol es seguido por varios cientos de personas en el pequeño estadio frente a la catedral de la ciudad, la más al norte del planeta. Un grupo de jóvenes juega a baloncesto y decenas de niños pequeños corretean entre los árboles.
Pese a que hay muchos edificios con un aspecto ruinoso, en la calle se ve que el nivel de vida es alto. Buenos coches, ropa cara y muchas familias con niños. No es de extrañar, los sueldos en esta parte remota del mundo son notablemente más elevados que en muchas regiones de la Rusia rural.
También todo es aquí más caro, Todo lo que hay en las tiendas ha de llegar en barco, cruzando los hielos del mar blanco en una travesía de varios días, desde el puerto de Murmansk, lo que encarece cualquier producto ostensiblemente, siendo los precios mucho más altos a los de la capital, Moscú.