Los habitantes de Pa Deng, un pueblo ubicado en los bosques de Tailandia, se volvieron pioneros de la energía limpia en un país dependiente de los combustibles fósiles. Después de los paneles solares, los aldeanos adoptaron el uso de una fuente energética por lo menos inusual: las heces.
Un amigo oriundo de Myanmar le dijo a Wisut Janprapai que los excrementos se podían transformar en gas para cocinar. "Al principio no lo creía", dijo a la agencia de noticias AFP. La casa de madera de Janprapai, de 44 años, está rodeada de árboles frutales y descansa a la sombra de la cordillera que dibuja la frontera occidental de Tailandia con la vecina ex Birmania.
El reino es el segundo mayor consumidor de energía del sudeste asiático después de Indonesia, según datos de 2013 del gobierno de Estados Unidos, y ocupa el lugar 22 en el ranking mundial. Sus recursos energéticos son principalmente destinados a la expansión de su capital, Bangkok, donde algunos de los centros comerciales de lujo consumen más energía que provincias enteras.
"No es nada complicado, sólo hay que poner la comida y los residuos", explicó Kosol Saengthong, líder de la red que se constituyó entre todos los que participan del proyecto. "Y entonces el gas llegará". El biogás es más sostenible que la quema de madera y ahorra, además, a los aldeanos tener que adentrarse en el bosque para buscar leña.
Los habitantes de Pa Deng vivían sin luz eléctrica hasta que el ex primer ministro Thaksin Shinawatra donó paneles solares. La implementación se hizo una década atrás, pero sin el mantenimiento necesario, los dispositivos quedaron fuera de servicio después de unos pocos años.
"Así que decidimos enviar a nuestros aldeanos a aprender a solucionar los problemas de los paneles nosotros mismos", dijo Kosol. Los aldeanos se acercaron a universitarios, fábricas y centros de investigación, donde ofrecieron los frutos de sus huertos a cambio de lecciones sobre cómo aprovechar otras formas de energía renovables, como los tanques de biogás.
Los ahora devenidos expertos en paneles solares y otras tecnologías verdes enseñan a comunidades rurales vecinas cómo producir energía y reducir al mínimo su huella ecológica. Pero no todo el mundo quiso adherirse al proyecto. Hasta ahora, sólo una quinta parte de las familias de la zona Pa Deng integran la red, que requiere de sus miembros contribuir con dinero a un fondo de mantenimiento y una reserva para cubrir las eventuales emergencias médicas.
"Los que no están interesados en nuestras ideas todavía quieren postes
eléctricos por parte del Gobierno", dijo Kosol, quien cree que sería una pérdida innecesaria de dinero y energía.
Wisut Janprapai tiene varios paneles solares conectados a un ventilador y un televisor, además del biogás para la cocina, y se da por satisfecho con eso. "Creo que no necesitamos aire acondicionado ni un refrigerador", dijo a AFP, antes de agregar que ve poco que envidiarle a la vida en la ruidosa y brillante Bangkok. "Allá no tienen noche".