Diego Maradona vestía una camiseta con la cara del por entonces presidente estadounidense George Bush y la inscripción "criminal de guerra". El ex jugador de fútbol estaba envuelto en una bandera argentina mientras intentaba avanzar por los pasillos de un abarrotado tren camino a Mar del Plata. Los días de la Cumbre de las Américas en 2005 lo verían junto al venezolano Hugo Chávez encabezando actos y protestas. Filmando la escena, detrás y a veces también frente a las cámaras, estaba un muy buen amigo suyo que había llegado desde el otro lado del Atlántico para hacer un documental cuyo rodaje se extendería por casi tres años. Era el mismo que alguna vez describió a Fidel Castro como su "padre ideológico" y aún llena estadios en toda América Latina cuando toca con su No Smoking Orchestra. Porque Emir Kusturica es más que un director de cine, más que un músico: es también un personaje sumamente contradictorio. Y sus dos ciudades temáticas en los Balcanes lo dejan en claro.
Hay ciertos sitios en los que pareciera que el tiempo se hubiese detenido, como si nada hubiera cambiado, como si las guerras que asolaron a los Balcanes y causaron demasiadas muertes simplemente fueran parte de una horrenda y lejana pesadilla. Eso es el oeste de Serbia. Así es la zona de Mokra Gora, las Montañas Mojadas. Allí los turistas se bajan de un antiguo trencito y trepan por la colina hasta alcanzar el pueblo que imita a una aldea tradicional serbia, con una iglesia y casas pequeñas, todas completamente de madera. De hecho el lugar se llama Drvengrad: la ciudad de madera, una ciudad en la que nadie vive porque allí todo es mentira. Kusturica construyó la aldea para su película La Vida es un Milagro (2004) y, una vez finalizado el rodaje, la abrió al público. Por entonces explicaba que él había perdido Sarajevo, su ciudad natal, durante la guerra de los años 90 y sentía la necesidad de construir una nueva. Pero Sarajevo no está perdida: sigue allí como capital de Bosnia Herzegovina y sigue siendo, pese a las inevitables cicatrices, una ciudad muy bonita. Drvengrad no puede reemplazarla.
Pese a la retórica anticapitalista de su creador, como en cualquier parque temático de atracciones hay que pagar para entrar al pueblito. Es sábado y las callejuelas están repletas de cámaras de fotos que disparan incesantes flashes bajo el tibio sol. Hay restaurantes, tiendas de recuerdos y artesanías, un lujoso hotel con spa, canchas de tenis y turistas, muchos turistas que deambulan lentamente, compran, comen, fuman, beben. Por momentos la escenografía confunde, como si el pueblito fuese realmente tan antiguo como tradicional, encantador y romántico, un enclave de fantasía en medio de los Balcanes. Pero no. Detrás de todo hay un mensaje político.
Kusturica construyó en Mokra Gora una oda a la gente que admira, por eso los nombres de las calles y plazas homenajean a directores como Federico Fellini o Ingmar Bergman, pero también al tenista serbio Novak Djokovic, a Ernesto Che Guevara y, claro, a Diego Maradona. En la "cárcel de la ciudad" se ven los rostros de Bush y del ex Secretario General de la OTAN Javier Solana detrás de barrotes y bajo la leyenda "humanismo y renacimiento". Fue en 1999, durante el mandato de Solana, que la Alianza Atlántica bombardeó la región de las actuales Serbia y Montenegro en el marco de la Guerra de Kosovo.
La pequeña iglesia cristiana ortodoxa que corona el complejo de Drvengrad aporta un componente local nacionalista y choca contra los orígenes musulmanes del director nacido en Bosnia y convertido al cristianismo en 2005. El nombre Emir es evidentemente islámico. A nadie parece importarle, quizás porque el pueblito, con sus tiendas y cafés, podrá ser artificial pero eso no le quita lo afable y pintoresco. Y la vista al montañoso paisaje que lo rodea impresiona.
El anfiteatro junto a la iglesia lleva el nombre de Gavrilo Princip, el joven nacionalista que asesinó al archiduque austrohúngaro Francisco Fernando en 1914 dando el puntapié inicial a la Primera Guerra Mundial. Para Kusturica, es un héroe y su nacionalismo debe ser reivindicado. Por eso el director celebró el centenario de aquel asesinato redoblando la apuesta que había hecho en Drvengrad: en 2014 inauguró su segunda ciudad.
Si Drvengrad es la Ciudad de Madera, Kamengrad es la Ciudad de Piedra. Se encuentra a unos 28 kilómetros al oeste de la primera, en Bosnia Herzegovina pero en un territorio en donde la mayoría de la población es serbia. Como un barrio más, forma parte de Visegrad, la ciudad en donde nació el premio nobel de literatura Ivo Andric y uno de los lugares que más sufrieron los intentos de limpieza étnica contra musulmanes por parte del ejército serbio durante los tempranos 90. En el sitio en que el racismo significó guerra y muerte, Kusturica consideró adecuado construir una ciudad que pretende glorificar a la etnia serbia. Allí Andric tiene su monumento como también lo tienen otras figuras que el cineasta considera relevantes para el nacionalismo serbio, entre ellas el inventor Nikola Tesla y el príncipe y líder religioso Pedro II. Un enorme mural junto a la sala de cine homenajea a Gavrilo Princip.
El barrio luce como una aldea medieval, como una ciudadela amurallada o como un castillo de piedra con torres y amplios portales. Hay un cine y bares, un centro cultural, muchas tiendas. Todo se ve prolijamente falso, una artificial escenografía muy bien plantada, un set de filmación, y sorprendentemente limpio comparado con el resto de Visegrad. En los numerosos bares, locales y visitantes por igual beben cerveza despreocupadamente, mientras de fondo se escucha el susurro del río Drina. Hace poco más de dos décadas por allí bajaron flotando cadáveres, muchos de los cuales nunca fueron encontrados o reconocidos.
Visegrad solía ser una ciudad multiétnica surcada por un río y con un puente que simbolizaba la unión entre cristianos y musulmanes. La obra más importante de Andric relata la historia de este puente y de la gente que lo ha atravesado durante siglos. Pero hoy esa historia queda en segundo plano y la parafernalia del barrio ideado por Kusturica se lleva todos los flashes. Curiosamente Kamengrad también es conocida con el nombre de Andricgrad, en honor al escritor, hijo pródigo de la ciudad. Como en Drvengrad, el punto más importante es la iglesia ortodoxa serbia que se constituye como símbolo nacionalista, no religioso, una forma de diferenciar y separar: exactamente lo opuesto a aquel puente que es Patrimonio de la Humanidad y está ubicado a apenas 500 metros de distancia. Pareciera que para el director serbio cristiano, nacido bosnio musulmán, no hay contradicción en pregonar desde sus ciudades de mentira el nacionalismo y la discriminación mientras homenajea a alguien que escribió sobre la unión de dos pueblos.
Quizás la próxima vez que viaje a Mar del Plata Maradona deba lucir una camiseta con el rostro de Kusturica.
LEA MÁS: