Nadie lo sospecharía. Incluso, son pocos quienes conocen esta característica propia de Sudán. Este país olvidado y en constantes conflictos posee un tesoro turístico sin explotar: sus pirámides. Con el doble de monumentos piramidales que Egipto, pocos saben sobre los cientos de tumbas que esconde su desierto.
En el norte de Sudán los turistas valientes y alérgicos a las multitudes que ofrece la arena egipcia, podría visitar los restos del Templo de Soleb, uno de los mejor preservados de la región y que fuera visitado en su época de esplendor por el mismísimo Tutankamon. Fue construido por el Faraón Amenhotep III en el siglo 14 antes de Cristo y dedicado al Dios Supremo Amun.
Entre los años 3000 y 2.890 a. de C., los faraones solían enviar a sus ejércitos en busca de oro al sur del río Nilo, en la antigua Nubia, donde se encuentran estos monumentos. Entre sus misiones también debían hallar granito para sus estatuas y mano de obra esclava. La región era clave para el crecimiento de Egipto. La zona conquistada fue llamada con el nombre de Reino de Kush y sus habitantes adoptaron y copiaron todo lo relativo a la cultura egipcia.
Tras la caída del Imperio de Egipto, los kush o nubios continuaron con sus costumbres y representaron un renacer de los egipcios. Entre ese renacer se encontraba la construcción de pirámides y monumentos.
En algunas de las paredes de las construcciones pueden verse figuras insólitas para la época y la región desértica: elefantes, jirafas y gacelas esculpidas en sus piedras. Para los arqueólogos eso implicaría que esa zona habría estado cubierta de vegetación, como poco más al sur del continente.
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