El Amazonas es indispensable para la supervivencia de la humanidad. Y la seguridad de esa enorme masa de selva tropical llamada "el pulmón del planeta", está, en gran medida, en manos de un pequeño grupo de hombres y mujeres.
Se trata de los agentes del Instituto Brasileño para el Ambiente y los Recursos Naturales Renovables, o IBAMA, por sus siglas en portugués. Una suerte de "policía ambiental" que controla a los deforestadores ilegales que devoran poco a poco la jungla.
No es un trabajo fácil. La selva del Amazonas ocupa un territorio que prácticamente duplica al de la India. Equipados con radios con un rango máximo de dos kilómetros y camionetas fácilmente reconocibles por los deforestadores, a menudo los agentes del IBAMA persiguen sombras durante días.
La localidad de Novo Progresso se encuentra en el norte de Brasil, en el estado de Pará. Es una de las tantas ciudades fundadas durante la dictadura militar de la década del 70 y del 80. En aquel entonces, adentrarse en el Amazonas, construir caminos y pueblos era visto como un acto de patriotismo. Y muchos se enriquecieron durante ese proceso.
"Los madereros están mejor equipados que nosotros", señaló a Reuters Uiratán Barroso, el director de IBAMA en Santarem, la Capital del estado. "Hasta que no tengamos dinero para alquilar autos sin identificación y comprar radios apropiadas, no podremos hacer bien nuestro trabajo", agregó el funcionario.
Pero eso es sólo lo básico. Cuando los agentes del IBAMA pescan a un maderero in fraganti, son capaces hasta de quemar el camión en el que transportan los troncos ilegales. Eso convierte su tarea en algo bastante peligroso. En junio, un policía murió asesinado de un disparo durante un procedimiento de la agencia.
"No tenemos suficiente dinero ni para pagar las pruebas de aptitud que le permitirían a nuestros agentes portar armas", se lamentó Barroso, quien además agregó que dichos tests cuestan apenas 200 reales (cerca de 60 dólares estadounidenses).
En Brasil la transformación del paisaje es brutal. Grandes extensiones de selva fueron arrasadas en los últimos años con el propósito de destinarlas a la siembra de soja y a la cría de ganado.
El golpe al medio ambiente es doble: no sólo se quitan árboles que absorben el dióxido de carbono, sino que esos lugares se destinan al pastoreo de ganado, que genera grandes cantidades de gas metano.
A pesar de que sólo en el 2015 se arrasó en el Amazonas el territorio equivalente a cinco veces la ciudad de Los Ángeles, los agentes de IBAMA lograron disminuir el ritmo de la deforestación en casi un 80 por ciento en los últimos 12 años.
Con la creciente mecanización del campo, que emplea cada vez menos mano de obra, muchos brasileños se ven empujados a esta clase de prácticas ilegales como método de subsistencia.
"No hay otra cosa para hacer", reconoció Elis Pereira, un maderero de 25 años al que IBAMA le confiscó y quemó el camión. Sin forma de ganarse el sustento, su futuro resulta oscuro. Depende del Amazonas para sobrevivir. Como todo el resto de la humanidad.
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