Las densas columnas de humo negro que se elevan desde los pozos de petróleo incendiados por el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) opacan el cielo en las zonas aledañas a Mosul, en Irak, donde el aire contaminado se volvió difícil y peligroso de respirar para la población.
Los incendios de yacimientos petroleros se multiplicaron en los meses previos al inicio de la Batalla de Mosul, como parte de la estrategia bélica de los yihadistas para frenar el avance de las fuerzas iraquíes y kurdas, respaladas por la coalición liderada por los Estados Unidos.
Cuando el pasado 25 de agosto, la ciudad de Qayyarah -situada a unos 60 kilómetros al sur de bastión terrorista- y las terroritorios alrededor fueron recuperados de manos de los yihadistas, varios pozos estaban en llamas. Desde ese entonces, el cielo nunca dejó de ser cubierto por un manto gris oscuro.
Qayyarah, que estuvo más de dos años en manos del Estado Islámico, no solamente es estratégica por ser la puerta a Mosul, sino, también, por ser una zona rica en petróleo, de cuya explotación y venta los yihadistas obtenían financiación.
Los civiles que habitan en las zonas cercanas a Mosul se encuentran afectados por las nubes tóxicas que liberan los pozos incendiados, en particular los ancianos y los niños, los más vulnerables.
La población no tiene acceso a las máscaras especiales y la tecnología de que las que disponen las tropas militares y ve muy limitadas sus posibilidades de recibir tratamiento.
En la comarca de Qayyarah, el director del sector sanitario indicó en octubre pasado que son cientos los casos de asfixia por los incendios que se deberían prolongar por mucho más tiempo.
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