LAHORE, Pakistán (AP) – Durante dos meses, durante el ruido estruendoso de las máquinas siderúrgicas, los hombres se burlaban de Mubeen Rajhu por su hermana. Aún ahora, ríen acerca de cuán fácil era hacerle perder la cabeza.
Algunos habían visto a Tasleem en el suburbio de Lahore con un cristiano. Ella era una buena chica musulmana de 18 años con un hombre en público. Aunque el hombre se convirtió al islam para amor a ella, esto no podría ser permitido.
"Algunos muchachos supieron que su hermana estaba en una relación", cuenta Ali Raza, un trabajador de la siderúrgica. "Le decían: '¿No harás nada? ¿Qué te ocurre? No eres un hombre'". Raza apenas puede contener una sonrisa cuando habla acerca de cómo fastidiaban a Rajhu. "Solía decirnos: 'Sino se detienen, me mataré. ¡Basta!'".
Él alzaba su voz para competir con las ruidosas maquinarias. "Los hombres aquí le decían… 'sería mejor que mataras a tu hermana. Es mejor que dejarla tener esa relación'", recuerda Raza. Rajhu les contó que había comprado una pistola, y un día de agosto dejó de ir a trabajar.
Rajhu descubrió que su hermana había desafiado a su familia y se había casado con el cristiano. Durante seis días iba y venía. Su furia crecía. ¿Cómo se atrevía? La vio riéndose al teléfono, ignorando las súplicas de su madre para que dejara al hombre. El séptimo día, sacó la pistola de donde estaba escondida, caminó hacia su hermana y con una bala en la cabeza, la mató.
"Honor"
Desde hace generaciones que en Pakistán son llamados "asesinatos de honor", realizados en nombre de la reputación de la familia.
Los asesinos rutinariamente invocan al islam, pero rara vez pueden citar algo más que sus creencias. Aún la línea dura del Consejo Ideológico Islámico de Pakistán que es conocido por no proteger a las mujeres, dice que la práctica desafía los principios del islam.
No tiene importancia: en los suburbios y las villas lejanas, fuera de los cosmopolitas centros urbanos, las personas viven en un mundo donde la religión está inexcrutablemente atada a la cultura y la tradición, donde los consejos tribales pueden ordenar que una mujer sea castigada públicamente, y una familia puede decidir matar uno de los suyos.
En la amplia mayoría de los casos, el asesino de "honor" es un hombre y la víctima es una mujer.
Ella es la hermana que se enamora de un hombre que no fue elegido por su familia. Es la hija que se niega un matrimonio arreglado, a veces con un hombre lo suficientemente grande para ser su padre. Es la esposa que no tolera más un matrimonio abusivo y pide el divorcio.
Él es un hermano, como Rajhu, que no puede tolerar el acoso de otros hombres, que creen que las mujeres son subsirvientes y deben mantenerse en las sombras, y que son medidas por la cantidad de hijos que pueden tener. Es un vecino, como Raza, que no cree que haya habido nada malo en asesinar a la hermana. Es un padre, como el de Tasleem, que no está enojado por su muerte, sino porque su muerte revelará la "vergüenza" de los miembros de la familia.
Mientras que la modernidad empuja contra la tradición, Pakistán ha visto un incremento de las mujeres y niñas asesinadas en nombre del honor: el último año, 1.184 personas fueron ejecutadas, y sólo 88 de ellas fueron hombres. El año anterior fueron 1.005 y en 2013, 869, de acuerdo con la Comisión de Derechos Humanos de ese país. Los verderos números serían mucho mayores, porque muchos casos no son reportados.
Las muertes han despertado una protesta pública y un coro de voces que dicen que no hay honor en ellas, solo deshonor. Tratan de encerrar las escapatorias legales para este tipo de libertad para matar. Canales de televisión y diarios han difundido el horror de niñas estranguladas, quemadas vivas o con un disparo en la cabeza.
Pero para muchos que han estado luchando contra este tipo de crímenes, es la mentalidad de un hombre que cree que puede matar a su hermana, o un padre que cree que puede asesinar a su hija que debe ser cambiada.
Disparar sin gritos
Los grilletes que lleva Rajhu parecen muy pesados para su contextura. Por más de un mes ha estado en la estación de policía de Lahore. Les contó su historia en una oficina con pocos muebles. Sus cuidadores se han ido; está detrás de las puertas cerradas, fuera de la vista y los oídos de los policías.
Rajhu dice que amaba a su hermana, una mujer silenciosa quien nunca antes se había rebelado contra su familia. Él le dio una oportunidad, dice. Le demandó que jurara sobre el libro sagrado del islam, el Corán, que nunca se casaría con ese hombre. Asustada, ella juró que no lo haría.
Rajhu, quien cree que tiene 24 pero no está seguro, a veces vacila cuando cuenta la historia, revelando algo de remordimiento. Es breve, sólo cuando habla sobre ella cuando era niña en su delicada voz. Él la ayudó a crecer, cuenta, y se pregunta cómo las cosas se volvieron tan fuera de control.
Jugando con las cadenas de sus manos, se agita cuando recuerda los acosos. Luego sus ojos se endurecen y su voz se pone metálica. Su furia crece y habla del día en que su hermana se casó con el cristiano. Fue el mismo día en que murió su abuela.
Tasleem dijo que iría a comprar medicinas y su hermano menor fue enviado con ella. Fue un largo rato. Al día siguiente Rajhu lo interrogó, golpeándolo hasta que confesara que Tasleem se había casado y que él había sido testigo.
"Él estaba allí en la corte cuando se casaron", dice, mientras todavía no puede creerlo. Tasleem volvió a la casa de sus padres porque quería que aceptaran a su nuevo marido, reveló Rajhu.
Durante una semana se quedó, hablando todos los días con su esposo, planeando la reunión. Rajhu recuerda las burlas. Su enojo crecía. "No podría dejarla ir. Era lo único en lo que pensaba. Tenía que matarla", dice. "No había alternativa".
El 14 de agosto, Rajhu tomó su arma. Tasleem estaba sentada con su madre y su hermana en el piso de concreto de la cocina familiar. "No hubo gritos. Sólo le disparé".
"Mi familia está destruida"
La familia de Rajhu vive en un barrio pobre en el norte de Lahore. Su padre, Mohammed Naseer Rajhu no quiere visitas en su casa. En la cocina, todavía están las marcas de sangre de Tasleem.
Por sus creencias sobre el islam, no quiere que su imagen sea fotografiada o grabada. Dice que es la razón por la cual no hay imágenes de Tasleem en su casa. Sólo existe una fotografía de la policía luego de muerta.
"Nunca deberás mostrar mi cara. Mi hijo mató a mi hija para salvar su rostro, par que nadie más vea el rostro de mi hija, y ahora me pides que haga eso", se enoja. Está de acuerdo con hablar brevemente de espaldas.
Está enojado de que su hijo la matara or dos razones solamente: el jovencito está en prisión ahora y no gana más los 200 dólares mensuales, y su familia pronto será blanco por las indiscreciones de Tasleem. "Mi familia está destruida. Todo está destruido por esta vergonzante niña. Aún luego de su muerte estoy destruido por su culpa", dice Naseer.
Sus vecinos defienden al muchacho. "Estoy orgulloso de este hombre que hizo lo correcto, que era matarla", dice uno de ellos, un hombre de tupida barba llamado Babar Ali. "No podemos permitir que nadie se case con alguien fuera de nuestra religión. Hizo lo correcto".
Luego de que su hijo matara a Tasleem, fue a la estación de policía y llenó un formulario para que lo perdonaran. No diría explícitamente que él perdonaba a su hijo, pero está claro que en su declaración dice que tenía el derecho de matarla.
Jehangir, el cristiano
El hombre con el cual Tasleem se casó, Jehangir, huyó la noche en que ella fue asesinada. La puerta de su casa está con candado. Pero las consecuencias de su amor por la joven se ha apoderado de la pequeña comunidad cristiana de esa aldea.
En los primeros días de septiembre, pocas semanas después del asesinato, hombres armados dispararon en sus casas. Nadie fue herido, pero nadie más durmió desde entonces. En este país mayoritariamente musulmán, los cristianos son sólo el 5 por ciento de la población y en los últimos años fueron víctimas de más y más ataques perpetrados por militantes, quienes insisten en que todos los no islámicos son paganos.
"Hemos estado con miedo desde que ocurrió el asesinato", dice Shahzia Masih, uno de los vecinos, sentado en una pequeña habitación decorada con imágenes de Jesús y María. "Sólo hay unas pocas casas de cristianos aquí, pero no tenemos otro lugar al cual ir".
"Se convirtió al islam por una joven, pero a su familia tampoco le gustó y entonces la mataron", recuerda el primo de Jehangir, Abbas Ainat.
A la espera del juicio
Los cuidadores de Rajhu regresan. Es hora. Debe retornar a su celda para prepararse para ser llevado al día siguiente a la prisión Kot Lakput de Lahore, donde esperará ser juzgado.
Un policía toma las cadenas de Rajhu para conducirlo por las escaleras de concreto. Su padre permanece en las sombras. Ha estado esperando. Está del lado de su hijo.
Por Kathy Gannon, agencia AP