Cada año mueren en el mundo 190.900 personas por consumo de estupefacientes, según las estimaciones más conservadoras presentadas por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC por su sigla en inglés), en su Informe Mundial sobre Drogas 2017. Probablemente la cifra sería aún mayor si todos los países tuvieran estadísticas confiables sobre este fenómeno que se agrava año a año. La gran mayoría de los decesos se produce por sobredosis, aunque también se contabilizan enfermedades, accidentes y suicidios que están directamente relacionados con excesos de consumo.
Si se miran los números por continente o región, el que tiene la mayor proporción de muertes es América del Norte, con 172,2 cada millón de habitantes. Luego aparecen Oceanía (102,3), África (61,9), Europa del Este (55,6), Europa Occidental y Central (26,4), Asia (22,5) y América Latina (14,9). El promedio mundial es 39,6.
Si los datos se desglosan por país, Estados Unidos es, con mucha ventaja, el que tiene el mayor número de fallecimientos por consumo de drogas en términos absolutos: 52.404 anuales para la UNODC. Pero es también el que lidera el ranking de mortalidad cada millón de habitantes, con 245,8. Considerando sólo a las naciones con estadísticas más o menos actualizadas —Islandia, Canadá y El Salvador están también entre los primeros, pero según datos de hace más de una década—, en segundo lugar está Suecia, con una tasa de 124,5. La lista de los primeros 15 se completa con Australia (116,2), Ucrania (104,9), Estonia (102,9), Rusia (81,1), Noruega (78,4), Finlandia (77,8), Dinamarca (72,3), Irlanda (70,8), Reino Unido (66,7), Lituania (60), Kenia (56,1), Venezuela (55,3) e Irán (53,2).
En la mayoría de los casos, las sustancias que más llevan a la muerte son los opiáceos, principalmente la heroína y el fentanilo. En Venezuela, en cambio, prevalecen la cocaína y sus derivados, que ocupan el segundo lugar en Estados Unidos. Las anfetaminas y los tranquilizantes aparecen segundos en Noruega y Finlandia. En Irlanda, Reino Unido, Suecia y Australia, ese lugar lo ocupan los tranquilizantes.
Analizando las características de los 15 primeros países se pueden identificar tres grupos. Por un lado aparecen naciones ricas de tradición liberal, con escasas regulaciones estatales sobre la economía y la sociedad, y con un problema de desigualdad creciente: Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda y Australia. Un segundo grupo está compuesto por ex países comunistas, algunos de los cuales atraviesan desde hace décadas serios problemas económicos, de violencia y de inestabilidad política: Rusia, Ucrania, Lituania y Estonia.
El tercer segmento es el que más sorpresa podría generar a primera vista porque son, de acuerdo a todas las mediciones, los países que tienen los mayores estándares de bienestar social y calidad institucional en el planeta: Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca, los nórdicos. Por último hay tres casos sin conexiones claras entre sí, aunque tienen en común notables déficits sociales y políticos: Kenia, Venezuela e Irán.
Lo desconcertante de este ranking es que los dos modelos de sociedad más exitosos para generar desarrollo, el liberal y el socialdemócrata, son también los más "eficaces" para producir personas que padecen un desapego a la vida tan grande como para morir producto del sobreconsumo de estupefacientes.
Un fenómeno sanitario, social y político
"Creo que la principal causa de las muertes relacionadas a las drogas, particularmente los decesos por sobredosis, es la difusión de los opiáceos en combinación con otras sustancias, como las benzodiazepinas. Este es un factor común a Europa y a Estados Unidos. Sin embargo, el origen de esta epidemia es diferente. En Estados Unidos se llegó a esta situación por un sistema muy liberal de entrega de prescripciones médicas de opiáceos legales para tratar dolores crónicos. Por algunas décadas, estas potentes drogas estuvieron disponibles para millones de personas, y algunas se volvieron dependientes de ellas. Hoy muchos se pasaron al consumo de opiáceos ilegales, como la heroína y el fentanilo", explicó Thomas Clausen, investigador del Centro Noruego de Investigación sobre Adicciones de la Universidad de Oslo, consultado por Infobae.
Los especialistas destacan un hecho que no se debe pasar por alto: los países más desarrollados son también los más meticulosos para determinar las causas de los decesos. Eso les permite tener un registro muy exhaustivo de los casos vinculados a las adicciones. Es indudable que en muchos otros lugares los datos no son tan confiables, lo que puede llevar a subestimaciones en las cifras sobre este tipo de muertes. De todos modos, nadie discute que el problema es de extrema gravedad en las naciones centrales.
Casi todos coinciden en que la entrega irresponsable de recetas médicas para consumir opiáceos como la hidrocodona y la oxicodona para fines analgésicos volvió adictas a muchas personas. "Ahora hay consenso en que son contraproducentes y peligrosas porque pueden llevar a la adicción, pero en su momento hubo una agresiva campaña de marketing por parte de las compañías farmacéuticas, que usaban investigaciones poco confiables para instalar que los opiáceos eran seguros y efectivos para el tratamiento de los dolores", contó a Infobae Tom Clark, investigador del Instituto de Salud Conductual de la Universidad Brandeis, en Massachusetts.
A la difusión de estas sustancias, que allanó el camino para la penetración de la heroína y del fentanilo —que es mucho más potente y peligroso—, se sumó una respuesta deficiente del estado. En esto también hay coincidencias entre Estados Unidos y los nórdicos. El objetivo que se fijaron los encargados de diseñar las políticas de salud fue erradicar toda forma de consumo de drogas, a través de un sistema legal altamente restrictivo.
"En Suecia no se hacen distinciones entre sustancias. Por ejemplo, el cannabis no se trata con mayor indulgencia que otras drogas. Además se persigue tanto a los consumidores como a los dealers, y se castiga tanto el uso como la posesión. El resultado fue exitoso en un sentido: el número de usuarios de drogas es bajo. Sin embargo, aquellos que consumen terminan estigmatizados y marginados, y tienen muy pocas oportunidades para acceder a medidas claves de reducción de daños, como el cambio de agujas y los tratamientos de sustitución, que pueden mejorar su calidad de vida", dijo Caroline Chatwin, profesora de criminología en la Universidad de Kent, Reino Unido, en diálogo con Infobae.
Esa decisión política favoreció el aumento en la tasa de mortalidad de los adictos. En contraste, Holanda eligió un abordaje completamente diferente, y si bien tiene problemas de consumo que no se pueden soslayar, la proporción de muertes es de apenas 11,1 por millón de habitantes. "En vez de preocuparse demasiado por el número de usuarios de drogas —continuó Chatwin—, su estrategia es reducir el daño que provocan las adicciones. Tienen un poco más de usuarios que Suecia, pero su calidad de vida es mucho más alta. Tienen menos probabilidades de enfermarse y morir, pero mayores de entrar en algún tipo de tratamiento".
Todos estos argumentos apuntan a los efectos del fenómeno, a explicar por qué en algunos países muere una proporción mayor o menor de las personas afectadas por esta epidemia. Pero no alcanzan para comprender los orígenes del problema, la razón por la que tanta gente siente que sólo puede vivir sedada o evadida de la realidad.
"Las drogas, el alcohol, el suicidio, no son una colección aleatoria de fenómenos. Usualmente derivan de la depresión, la angustia, la desesperanza, y ocurren en un contexto sanitario, económico y social declinante entre los blancos sin título universitario", dijo a Infobae la socióloga Shannon M. Monnat, profesora de la Universidad Estatal de Pensilvania.
Su análisis se centra en los problemas que viene enfrentando Estados Unidos en los últimos años, pero no son ajenos al resto de los países avanzados. El aumento de la desigualdad en un contexto económico desregulado, y la desarticulación de muchas de las instituciones de contención social que fueron pilares en la construcción de la modernidad, arrojaron ganadores y perdedores. Significaron oportunidades para muchos, pero también trajeron un sentimiento de desolación creciente para quienes no se pudieron adaptar a estas nuevas reglas.
"Este proceso llevó a un incremento de la angustia y de la desesperación, que puede empujar a las personas vulnerables a desarrollar comportamientos dañinos para la salud. Si a eso se le suma la facilidad en el acceso a calmantes muy adictivos, píldoras para la ansiedad y heroína cada vez más barata, se crea una tormenta perfecta", agregó Monnat.
Hacia una política integral para evitar más muertes
"Como la población que muere de sobredosis es heterogénea, representa un desafío para la salud pública —dijo Clausen—. La respuesta tiene que ser coordinada y diversificada, para cubrir las necesidades de todos los que están en riesgo. Eso incluye un buen acceso a tratamientos y a medidas para la reducción de daños. Adicionalmente, las políticas públicas tienen que incluir estrategias preventivas para reducir la difusión a futuro de desórdenes causados por el consumo de opiáceos. Pero no hay soluciones rápidas, y las intervenciones tienen que sostenerse durante un largo período de tiempo para que produzcan los efectos buscados".
Desde un punto de vista sanitario, es indispensable educar a los médicos que prescriben medicamentos, a los farmacéuticos y a los pacientes, para que comprendan los riesgos de largo plazo de los opiáceos en todas sus formas. "Hay que buscar que baje la prescripción de estas sustancias, y promover abordajes no opiáceos para lidiar con los dolores crónicos. También hay que ampliar el acceso a la naloxona en zonas de riesgo, y enseñar a los individuos a usarla para revertir las sobredosis", dijo Clark.
Por otro lado, también es necesario rever políticas que no parecen haber dado resultado. Es evidente que cualquier estrategia sanitaria razonable tiene que buscar la manera de evitar que las personas incurran en comportamientos que dañan su salud. Pero también lo es que el castigo difícilmente pueda ser la mejor respuesta.
"Creo que países como Suecia y Estados Unidos tienen que reformular sus políticas de drogas, para que la meta número uno sea reducir el nivel de daño que causa el consumo, tanto al usuario como a la comunidad. También deberían introducir técnicas más avanzadas, como las salas seguras, las pruebas de píldoras y permitir la prescripción de heroína para los adictos", afirmó Chatwin.
Håkan Leifman, director del Consejo Sueco para la Información sobre Alcohol y Otras Drogas (CAN por la sigla en sueco), sostuvo que para provocar un cambio es tan importante desarrollar los tratamientos médicos como mejorar el trabajo social. "Hay que fortalecer la prevención —dijo a Infobae—, apuntando a los más jóvenes, para que el número potencial de adictos se vaya reduciendo con el tiempo. Además hay que potenciar los esfuerzos para restringir la disponibilidad de drogas, tanto las que entran ilegalmente al país, como las sustancias legalmente prescritas".
No obstante, como el consumo desenfrenado de sustancias dañinas forma parte de una serie de reacciones nocivas a las dificultades que tiene la vida en este mundo, es fundamental pensar en respuestas integrales. Las propuestas populistas y conservadores que plantean restituir las reglas con las que se gobernaba la sociedad en el pasado están destinadas a fracasar. La única solución posible es desarrollar mecanismos que contengan económica, social y emocionalmente a las poblaciones vulnerables, a los perdedores del siglo XXI.
"El problema es mucho más grande que las drogas. Los esfuerzos para reducir el suministro tienen pocas probabilidades de éxito mientras la demanda permanezca elevada", dijo Monnat. "Lo que la gente realmente quiere es sentirse parte de algo que tenga sentido, que sus vidas tengan un propósito. Y muchos en Estados Unidos hoy no sienten eso. Somos un país muy individualista, y cuando las cosas empiezan a desmoronarse, estando solos es mucho más difícil tener éxito. La idea de que cada uno está por su cuenta, y de que sólo los más fuertes pueden sobrevivir, contribuye a crear un clima de aislamiento y desesperación. Una buena política económica, una buena política criminal, una buena política social, son también buenas políticas de salud pública", concluyó.
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