Pronto la primera dama y su hijo menor se instalarán con él en la residencia presidencial, pero hasta que lleguen Melania Trump y el pequeño Barron, el presidente de los Estados Unidos está solo. Para documentar cómo en su día a día en la Casa Blanca, Michael Scherer y Zeke Miller se sentaron a la mesa del mandatario para una nota exclusiva que publicó la revista Time: "Donald Trump After Hours" ("Donald Trump en sus ratos libres").
"La Sala Azul se ha iluminado con casi una docena de velas. La mesa está decorada con rosas amarillas y el Monumento a Washington está perfectamente encuadrado en la ventana", escribieron. "Los camareros conocen bien las preferencias personales de Trump. Le traen una Coca Diet, mientras que al resto de nosotros nos sirven agua"
En un extremo de la mesa se ubicó el vicepresidente, Mike Pence. Luego de la ensalada, cuando llegó el pollo, Trump fue "el único que recibió un plato extra de salsa". Su postre también tuvo privilegios presidenciales: "Dos cucharadas de helado de vainilla con su torta de crema de chocolate, en lugar de la única cucharada de todos los demás".
El texto combinó impresiones sobre el inquilino de la Casa Blanca y una recorrida por los aposentos con observaciones de los periodistas. "Trump ve la cena con Time como una oportunidad para declaraciones breves ante un público en el que no confía completamente. Quiere repasar sus muchos logros, y regularmente desvía las preguntas para ello".
Ya habían estado en el Salón Oval, aquel lugar donde está la oficina del hombre más poderoso del mundo. Casi una docena de ayudantes de alto rango suelen encontrarse en ese habitualmente en ese lugar. Según describieron los periodistas, los funcionarios se apiñan detrás de sofás o cerca de las ventanas y puertas. La oficina repleta de gente se convierte en uno de los espacios favoritos del presidente.
"El ex presidente Barack Obama solía ver el Salón Oval como un santuario, accesible sólo para un pequeño círculo de asesores en un horario estrictamente regulado. Para Trump, la sala funciona como algo parecido a una corte real o una sala de reuniones", compararon. "Las puertas siempre están abiertas para que lleguen hasta allí funcionarios de alto nivel y visitantes distinguidos".
El estilo protocolar anterior no satisfacía a Trump: "Nunca había gente", se quejó ante Time. "Yo uso la oficina. La uso mucho. Yo he recibido aquí a la mejor gente del país".
Donald Trump ha hecho grandes cambios en la Casa Blanca y los espacios donde a diario trabaja. En un intento por dejar su huella en el edificio, ha incluido retratos de sus antecesores favoritos en el cargo, como Andrew Jackson y Theodore Roosevelt.
"El Salón Oval ahora se adorna con cortinas de color oro", comentaron. El presidente vigiló que se atendieran sus gustos: pagó de su bolsillo la enorme araña de cristal que ahora cuelga del techo del comedor. "Hice una contribución a la Casa Blanca", bromeó.
Desde Richard Nixon, los presidentes han compartido dos preferencias en materias de televisores: todos han sido pequeños y se embutían en un estante de aparador. "Trump cambió esta tradición con un nuevo televisor de pantalla plana de 60 pulgadas", destacaron.
Acompañado de sus funcionarios más cercanos, el republicano suele saltar de un canal a otro mientras comenta las noticias "con sarcasmo" cuando no son amables con su persona.
"Logré hacer algo que nunca pensé que tendría la capacidad de hacer. He sido capaz de no mirar ni leer cosas desagradables", les explicó a Scherer y Miller. Ha dejado de sentir la necesidad de saber todo lo que se dice sobre él. "En términos del ego, es una cosa muy, muy buena".
Aunque los poderes de la presidencia son enormes, Trump ha descubierto en estos primeros meses en el cargo que no hay manera de controlar el modo en que sus gobernados percibirán sus palabras y sus acciones. "Entre sus frustraciones está la falta de respeto que siente que ha recibido de la prensa, que no refleja su versión de la realidad. La historia que quiere contar no es la que la nación lee y ve en los medios", ilustraron.
Desde el Salón Oval sólo hay que caminar unos 50 metros para llegar hasta el dormitorio del mandatario, pero él suele utilizar el ascensor que lo lleva de la planta baja hasta su residencia, un espacio de más de 6.000 metros cuadrados, atendido por un centenar de personas, entre ellos valets y mayordomos.
Durante los gobiernos de Obama, el segundo y tercer piso de la mansión ejecutiva se trataron como viviendas privadas: las hijas y la madre de Michelle Obama vivían en algunas de las habitaciones adicionales. "Nunca nadie llegó hasta estos pisos a excepción del día en que celebraron la victoria del Obamacare", recordó Time.
En cambio, Trump suele invitar al personal a reunirse regularmente en su casa, y también organiza cenas para sus amigos y reuniones políticas con sus simpatizantes. Disfruta mucho de ofrecer excursiones a algunos líderes extranjeros.
Presidentes como Bill Clinton y Harry Truman han dicho —en broma, pero un poco en serio también— que la mansión de gobierno parecía una suerte de prisión. Trump no la siente de esa manera, en absoluto. "Uno tiene que ser cierto tipo de persona", argumentó. "La gente no tiene idea de la belleza de la Casa Blanca. La verdadera belleza de la Casa Blanca".
Si acaso algo lo afecta, son los costos emocionales del trabajo, según describieron los periodistas. Dio como ejemplo su visita al Centro Médico Militar Nacional Walter Reed, en las afueras de Washington, donde se reunió con miembros de servicio heridos en Irak y Afganistán. Fueron horas "increíbles y terribles."
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