Herman Webster Mudgett se cambió el nombre. Prefirió llamarse y ser conocido como H. H. Holmes. El hotel que había construido, conocido como "el Castillo", aparentaba ser el lugar elegido por los turistas para pasar sus días durante la Exposición Universal de Chicago de 1893. Pero algo comenzó a llamar la atención de los vecinos: la mayoría de las mujeres que ingresaban no salían.
Holmes las invitaba prometiéndoles trabajo y prosperidad. Fueron años de engaños en los que sus "huéspedes" ingresaban allí y se perdían en lo que en verdad era el lugar: un sinfín de habitaciones -unas 100- conectadas entre sí, laberínticas y de las cuales era casi imposible escapar. Puertas secretas, mirillas para espiar cada rincón y escaleras que no conducían a ningún lado. En varios de esos cuartos, el asesino había diseñado un sistema de cámaras de gas para adormercer y matar a sus víctimas.
"Un laberinto de horror", se lo llamó. Pasaría a la historia, sin embargo, por una descripción más clara: "El Castillo de los asesinatos". Su sótano, tal como relataron las crónicas de aquella época, estaba equipada con una mesa de disección y hasta con un crematorio. A algunos los convertía en cenizas, a otros los disolvía en ácido. Holmes no dejaba rastro de sus crímenes. Incluso, vendía el esqueleto de algunos de ellos a escuelas de medicina.
Cuando finalmente las autoridades lograron que se sentara frente a una corte, el asesino más tenebroso de Chicago admitió ser el responsable de la muerte de 27 víctimas. Sin embargo, se calcula que sus crímenes ascendieron a 200. "Nací con el diablo dentro mío", indicó en su confesión. Lo sentenciaron a muerte.
En su crónica, The Washington Post publicó sobre sus momentos finales: "Cuando las palabras que marcaron su destino fueron pronunciadas en un tono bajo, Holmes no se movió. Durante todo ese tiempo no se estremeció, sino que miró al juez directamente a los ojos y, cuando el último sonido se apagó, se volvió hacia uno de sus abogados y comentó en voz baja: 'Bueno, eso es todo'".
La historia oficial dice que fue ejecutado en la horca en 1896, en Pensilvania. Sin embargo, los rumores sobre que seguía vivo persistieron durante más de un siglo. Y ahora, sus tataranietos quieren poner fin a esos mitos. Pretenden conocer la verdad. Es por eso que su cuerpo será exhumado del Cementerio Holy Cross, de Yeadon. Brindaron sus ADN y pretenden saber si el hombre que está enterrado bajo una lápida identificada bajo el nombre de H. H. Holmes es su tatarabuelo.
La increíble historia sobre Holmes y su falsa muerte comenzó luego de su supuesto entierro. Una de sus víctimas, que logró sobrevivir, Robert Latimer, indicó que no era él quien yacía bajo tierra. Al parecer, según relató el escritor Adam Selzer, Latimer había explicado en aquel entonces que Holmes había convencido a sus guardiacárceles de que era inocente y que sería injustamente ejecutado.
"Habían traído un cuerpo falso y lo habían escondido detrás de un tabique, debajo del andamio (de ejecución). Cuando Holmes fue llevado para ser ahorcado, los guardias habían formado un semicírculo alrededor de él, bloqueando momentáneamente la vista de los pocos periodistas y jurados (presentes) mientras fingían atar sus brazos y poner la capucha sobre su cabeza. En esos pocos segundos cruciales, el cuerpo suplente con capucha se alzó detrás del semicírculo, y Holmes mismo se escabulló para ser sacado de contrabando en un ataúd. Los guardias habían apoyado el cadáver encapuchado por un momento antes de colgarlo", relató Selzer en su libro H. H. Holmes: La verdadera historia del demonio blanco de la ciudad.
Los médicos que chequearon la muerte también fueron engañados. Y como si fuera poco, una petición de último momento del condenado fue aceptada por la corte. Ideó un sistema de sepultura con cemento por el cual sería imposible -teniendo en cuenta la época- poder desenterrarlo. Fue así que las autoridades desestimaron investigar los rumores y dieron por seguro que Holmes había sido ahorcado.
Los diarios locales se hicieron eco de esta versión alimentada por L. W. Warner, quien escribió un panfleto en el cual aseguraba la fallida ejecución y en el que citaban las palabras de Latimer, afirmaba que el asesino que logró escapar de Chicago se encontraba lejos de aquel país. "H. H. Holmes nunca fue colgado en Filadelfia. Hizo trampa en la horca y hoy vive bien y plantando café en San Parinarimbo, Paraguay, América del Sur", era la versión de Latimer que los diarios de entonces reprodujeron. También es la que transcribe Selzer en su libro. Sin embargo, no hay registro de esa ciudad paraguaya.
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