Hace un año era una ejemplo de vanguardia en la vanguardia. Hoy Uber es al menos una empresa en problemas. Y existe la preocupación de que en el futuro cercano "esté a punto de fusionarse como un reactor nuclear averiado, lo cual dejaría un cráter en el corazón de Silicon Valley", según Newsweek.
No se trata de un problema del sector: cada vez más personas en el mundo utilizan esta clase de servicio. Se trata de la cultura corporativa de la compañía, que se ha revelado oscura en diferentes episodios sucesivos. Y se trata también de sus finanzas: según Bloomberg, la aplicación de transporte perdió USD 800 millones en el tercer trimestre de 2016. "Algunos especulan que Uber pudo haber perdido USD 3.000 millones el año pasado", escribió Kevin Maney en el semanario estadounidense.
Como el modelo se basa en la suma de conductores, el volumen de pago de Uber es grande y, ante la competencia de Lyft y otras formas de transporte como Maven (una app para rentar automóviles por hora) y los taxis, tiene escaso poder para manipular las tarifas. "Con el fin de obtener capital para financiar sus operaciones y su expansión, Uber ha introducido ronda tras ronda de inversión privada, lo cual llevo la valuación de la empresa a casi USD 70.000 millones", publicó Newsweek, y comparó: eso es más que General Motors.
El director ejecutivo de Uber, Travis Kalanick, es un denominador común de los diversos problemas.
En lo que respecta a las finanzas, se ha negado a hacer que Uber cotice en bolsa. Su actitud es la de un rebelde que se quiere mantener independiente del mercado, pero es posible que se trata de la imposibilidad de obtener una oferta pública inicial lo suficientemente alta como para satisfacer a los inversores que han puesto ya tanto dinero.
En lo que respecta a la imagen, la responsabilidad de Kalanick es visible.
En febrero de 2017 la ex ingeniera de la empresa Susan Fowler denunció que sufrió acoso sexual y se quejó del maltrato a las mujeres y la disfuncionalidad de la práctica corporativa. Ante la mala respuesta de Uber, dos de sus inversores, Mitch y Freada Kapor, publicaron una carta abierta al consejo directivo sobre "la cultura destructiva" contra la que estaban cansado de luchar desde dentro.
El debate no se había terminado cuando Kalanick fue grabado en video mientras regañaba a un conductor de Uber durante un viaje. El hombre se había quejado por los bajos ingresos. Cuando las imágenes se hicieron públicas, el CEO se disculpó: "Debo cambiar en lo fundamental como líder, y madurar".
Luego del veto migratorio que impuso el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, la compañía chocó con los manifestantes que protestaban en los aeropuertos. Nació el movimiento #DeleteUber (#BorreUber), y se estimó que unas 200.000 personas eliminaron la app de sus teléfonos. Al carecer de base social —no tiene programa de cliente frecuente—, poco cuesta al público pasarse a la competencia.
Pocos meses antes, según la revista, Uber había obtenido "USD 3.500 millones del Fondo Público de Inversiones de Arabia Saudia, un movimiento que la hizo parecer como cercana a un gobierno que no permite que las mujeres conduzcan y lleva a la cárcel a los gays".
Entre los problemas más recientes se cuenta la denuncia de Alphabet, la compañía madre de Google, por el robo de tecnología del automóvil autónomo de otra de las empresas del grupo, Waymo. "Si Alphabet gana el caso, Uber tendría que comenzar a construir la tecnología de cero o pagar una tonelada de dinero para comprar otra", publicó Maney. Acaso por estrategia, Kalanick ha contratado a un científico que pasó por la NASA para que trabaje en el desarrollo de automóviles voladores.
La valuación de la empresa es de casi USD 70.000 millones, más que General Motors.
Pero hasta que llegue el tiempo de los carros sin conductor, Kalanick tiene que relacionarse con los 160.000 que actualmente componen la base de la app. Y ellos no están conformes con lo que ganan, ni con la falta de beneficios laborales, ni con la confusión sobre sus perspectivas económicas —Uber pagó USD 20 millones para llegar a un acuerdo en una demanda por publicidad engañosa—, ni con la negativa de la dirección a permitir las propinas, algo que el competidor Lyft hace.
"Es difícil imaginar la devastación que causaría el colapso de Uber", advirtió Newsweek. "Sus docenas de inversores van desde empresas de capitales de inversión a individuos como los Kapor y a compañías como Microsoft y Citigroup". La app transformó el futuro del transporte urbano; resta saber si será uno de los protagonistas de ese porvenir, o la piedra fundamental de su historia.
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