Los pasajeros del vuelo 1111 de United Airlines, que cubre la ruta San Francisco-Lihue, Hawaii, abordaron contentos de ir a las playas paradisíacas, a una zona donde el océano Pacífico es tan salado que resulta más fácil flotar y nadar. Pero en lugar de alohas y tragos con sombrillitas, los esperó, como en un sinfín, un aterrizaje inexplicado, luego de cuatro horas en el aire, de regreso a San Francisco.
El vuelo a ninguna parte salió a las 9 de la mañana del 9 de febrero, y apenas comenzó su trayecto, se detectó un problema de mantenimiento que lo obligaba a regresar al punto de partida. Sin embargo, la ruta es tan extensa (más de 2.500 millas, 4.000 kilómetros) que las naves tienen que viajar con muchísimo combustible, y el problema hacía inseguro un aterrizaje con los depósitos llenos.
En esas situaciones, los pilotos suelen llegar a una altitud segura para tirar el combustible, de manera tal que se disperse en la atmósfera y no llueva sobre la superficie. Pero el modelo de la nave, un Boeing 757, no tiene esa capacidad. Por lo cual los pilotos debieron gastar el combustible hasta que los depósitos llegaran a una reserva que hiciera seguro el aterrizaje en San Francisco, sin alejarse demasiado por cualquier problema que el desperfecto de mantenimiento detectado pudiera causar.
Los pasajeros, desilusionados y malhumorados, llegaron de regreso a San Francisco, donde, para peor, llovía. United reacomodó a los clientes en un vuelo organizado ad hoc, que salió a las 16:30 y llegó a Lihue a las 21.
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