Tres semanas después de que Japón atacara la base naval de los Estados Unidos en Pearl Harbor, Hawaii, el gobierno de Washington puso en marcha un plan secreto para salvaguardar un tesoro invaluable que sienta las bases del país del norte.
El plan, conocido por unas pocas personalidades políticas de la capital norteamericana, consistía en poner a salvo los principales documentos que conforman lo más íntimo e importante de la historia de la nación: la Constitución de los Estados Unidos y la Declaración de la Independencia, entre otros objetos cuyos valores son imposibles de calcular.
Pasados 20 días del ataque aéreo a la base naval, Washington parecia una ciudad militarizada. El país estaba ya inmerso en la Segunda Guerra Mundial y esa era la sensación que se respiraba en la capital. "El miedo a un ataque en DC era palpable, y el gran temor en la Costa Este eran las bombas alemanas y el sabotaje", indicó Stephen Puleo, autor del libro "Tesoros Americanos". En la obra explica cómo fue que un tren puso a salvo esos "tesoros".
El 26 de diciembre de 1941, cuando la noche comenzaba a ser una realidad, miembros del Servicio Secreto vaciaron una de las plataformas principales de Union Station y trasladaron cuatro cajas en apariencia sin valor alguno. Nada las describía. Ninguna inscripición que detallara que había en su interior. Pero en ellas se encontraban "el alma" de la nación, tal como lo describió History Channel.
Además de la Constitución y la Declaración de Independencia, también se transportó desde la Biblioteca del Congreso Artículos de la Confederación, tres volúmenes de la Biblia de Gutenberg, cartas de George Washington, anotadores del poeta Walt Whitman -luego extraviados- y una copia de la Carta Magna.
Pero ese plan para salvaguardar el "alma" de los Estados Unidos no fue ejecutado a las corridas luego de que Japón empujara al país a ser parte de la contienda bélica. Catorce meses antes, cuando la guerra ya desangraba Europa comenzarom a delinearse los pasos para que esos tesoros se salvaguardaran lejos de Washington. "A lo largo del continente europeo los nazis destruyeron millones de libros y manuscritos", contó Puleo. Eso era lo que estaban haciendo los alemanes durante sus bombardeos incendiarios sobre Londres.
Las noticias sobre las pérdidas de ejemplares y obras de cientos de años llegaron a la Biblioteca del Congreso norteamericano. Su curador, Archibald MacLeish temió lo peor si el conflicto estallara más allá de Europa, como estaba ocurriendo. Fue por eso que encargó a sus hombres de mayor confianza que confeccionaran una lista con los indispensables que deberían ponerse a salvo. Las 10 semanas que siguieron permitieron que toda la planta de trabajadores pudieran identificar y guardar 5 mil cajas con libros y música de todo tipo. Todos deberían ser relocalizados lejos, muy lejos de Washington y en diferentes puntos del país.
En un principio se pensó en Fort Knox, pero allí debería guardarse el suficiente oro como para poder atravesar la guerra. Cinco mil cajas de gran porte no entrarían en el lugar mejor custodiadio de la nación. Los lugares designados, además, deberían reunir ciertas características de humedad, presión y temperatura para proteger los "tesoros". Finalmente los lugares elegidos fueron: Universidad de Virginia, la de Washington y el Instituto Militar de Virginia. MacLeish estuvo de acuerdo en creer que los nazis no enfocarían sus bombardeos en esos lugares para destruir sus documentos históricos.
Los documentos fundamentales de la historia de los Estados Unidos estuvieron a resguardo durante tres años más, lejos de la curiosidad de estudiantes e investigadores. Fue hasta después del Día D, cuando los Aliados ya habían obtenido una amplia ventaja sobre la Alemania nazi. En el verano de 1944, retornaron a su hogar: la Biblioteca del Congreso.
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