Faltaban apenas 11 días —11 días escasos e interminables— para que llegara a su final la campaña presidencial más criticada de los tiempos modernos en los Estados Unidos. Muchos demócratas, y sobre todo muchos ciudadanos aterrorizados por la posibilidad de que Donald Trump llegara a la Casa Blanca, ya habían comenzado a votarla en los lugares donde hay comicios tempranos. Mantenía la delantera en las encuestas luego de que un video mostrase al millonario en pleno alarde de sus agresiones sexuales contra las mujeres.
En ese momento, otra bomba, en una campaña llena de bombas, obstaculizó el camino de Hillary Clinton de regreso a Washington, DC, donde estuvo ocho años como primera dama, ocho como senadora por Nueva York y cuatro como secretaria de Estado del presidente Barack Obama.
"No damos nada por sentado", había dicho mucho tiempo atrás su estratega principal, Joel Benenson, con sabiduría accidental. "Se hace campaña hasta el final, y con regularidad se mira lo que se tiene delante". El 28 de octubre delante de Clinton se presentó una reapertura de la pesquisa que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) hizo sobre sus correos electrónicos con información potencialmente clasificada enviada desde su servidor privado, y de los cuales 30.000 fueron borrados.
La primera parte de la investigación había terminado en julio con la decisión de no imputarla. Pero a poco más de una semana del 8 de noviembre, día de las elecciones, el jefe del FBI hizo el anuncio. No se sabe qué contienen los 650.000 correos que se analizarán ahora. Pueden ser copias de los que ya se analizaron; pueden ser los 30.000 borrados; pueden ser pedidos de delivery de comida con indicaciones de tipo "extra picante" o "opción sin gluten"; pueden no contener información reservada.
Pueden, inclusive, ni siquiera ser de Clinton: se hallaron en la computadora que su colaboradora muy cercana Huma Abedin compartía con su ex marido, el ex congresista Anthony Weiner, quien —para hacer el caso más escandaloso— enfrenta el divorcio porque se lo descubrió en sexting con una menor de edad.
Poco importa a estas alturas de la competencia por el mando del nación más poderosa del presente. Ni siquiera que Abedin pueda ser acusada de perjurio, ya que había declarado que había entregado todas las máquinas relevantes para la investigación.
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Lo único que importa es que difícilmente el contenido de los correos se conozca antes del 8 de noviembre, y esa incertidumbre dejó a la candidata demócrata de nuevo en competencia estrecha con Trump.
Los demócratas denunciaron que James Comey, titular del FBI, se inmiscuyó en la campaña electoral. Desde Obama hasta Eric Holder (ex fiscal general), desde el senador Harry Reid hasta Robby Mook (a cargo de la campaña de Clinton) lo acusaron de haber violado las leyes. Ella aseguró que no se hallaría nada nuevo en esos correos: "Adelante, mírenlos. Sé que van a llegar a la misma conclusión que la vez anterior".
Nada de eso detuvo su caída en las encuestas.
¿No era que ya ganaba?
La esposa del ex presidente Bill Clinton había llegado a la recta final como favorita, pero muy magullada. De un día para el otro quedó con un 46% de intención de voto contra un 45% de Trump, según una encuenta de ABC News y el Washington Post. En una combinación de diversas encuestas, CNN le dio una ventaja del 5% sobre Trump, que es poco si se considera un margen de error del 3% y el hecho de que algunos estados decisivos, porque no son fieles a ningún partido, podrían volcarse a favor del candidato republicano. Florida, por caso. Pero ella mantuvo hasta último momento otros similares, como Pensilvania.
A lo largo de las primarias y de la campaña, uno de los problemas que la caracterizaron fue su imagen entre poco carismática e impopular, una combinación de su naturaleza personal fría y de los ataques que recibió sin pausa desde que fue primera dama. Mientras su contrincante desplegaba sus capacidades histriónicas en los mitines, ella subía a internet sus podcasts With Her (https://www.hillaryclinton.com/page/podcast/), por ejemplo, un espacio donde podía controlar el mensaje para sus simpatizantes.
Y antes, en las primarias, le costó competir con la gracia del senador Bernie Sanders, quien sedujo a toda la juventud demócrata —y más allá— con una pasión en su discurso y en sus gestos que Clinton nunca conoció. Aunque siempre contó con el apoyo de su partido, preocupó a sus miembros porque su incapacidad para generar entusiasmo hizo de la pelea con Trump algo tan ajustado: un candidato simpático ante otro a quien ni siquiera su propia dirigencia apoya, como le sucedió al republicano, hubiera hecho de esta campaña un picnic para los demócratas.
Clinton parece fría, y las veces que ha ha logrado hacer virtud de la necesidad se ha mostrado como alguien que se ocupa de las cosas sin hacer aspaviento: una profesional de la política. Algo que disgusta tanto a la ciudadanía estadounidense que en buena parte permitió el ascenso de una figura atípica como Trump.
Mientras el millonario secuestraba la atención de los medios —a los que denostaba porque no le prestaban la atención suficiente, o en su mayoría lo criticaban— ella ganaba atención por ser la competidora, no necesariamente para expresar todo lo que pensaba hacer en caso de ser elegida. Para peor, muchas veces cuando logró hacerlo, trastabilló: primero estuvo a favor del Tratado Transpacífico (TPP), luego se manifestó en contra. Durante la primera investigación de sus correos electrónicos estiró la verdad —el eufemismo favorito en los Estados Unidos para señalar que un político miente— en varias ocasiones.
Los demócratas, o el establishment: paradojas
La historia tiene recorridos asombrosos. El Partido Republicano nació contra el esclavismo (apoyado entonces por el Partido Demócrata) y se convirtió en el epítome del establishment, en particular desde que los demócratas cooptaran los movimientos por los derechos civiles y los republicanos encararan el neoliberalismo desde las presidencias de Ronald Reagan.
Ahora, ante la crisis del Partido Republicano de la cual el Tea Party se ha mostrado como apenas la punta del iceberg, los demócratas que Clinton quiere volver a llevar al Poder Ejecutivo son el establishment. Son los que juegan dentro de las instituciones, a las cuales les conocen hasta los atajos. Los republicanos, en cambio, luego de una interna con 17 precandidatos, sacaron un aspirante a la presidencia que se jacta de ser antisistema.
Mientras que Donald Trump podría trabar la relación con el Congreso al estilo "You're fired!", Obama —quien precisamente tuvo problemas de cierres de su gobierno por no poder negociar con los republicanos en Capitol Hill— cree que Clinton es capaz de trabajar más allá de las divisiones partidarias y encontrar acuerdos con la oposición legislativa. Si ganara la fórmula Hillary Clinton-Tim Kaine, "no tendrán que confrontar una crisis de proporciones históricas", dijo a The New Yorker en referencia a su asunción cuando la crisis de los derivados tóxicos de las hipotecas hizo colapsar los mercados como la Crisis de 1929. "En lugar de tratar de aprobar un estímulo de 800.000 millones de dólares, o salvar la industria automotriz, o renovar el sistema financiero —todo lo cual estaba plagado de preocupaciones para los republicanos impregnados de filosofías de gobierno pequeño, o ningún gobierno—, podrán trabajar en cosas como infraestructura".
Descalificaciones machistas, acusaciones probables
Durante la campaña 2016, la candidata demócrata recibió insultos específicos de la cultura misógina del patriarcado —bruja, repugnante y vieja, por ejemplo— y acusaciones menos simbólicas sobre las posibilidades de corrupción en la Fundación Clinton que comparte con su esposo ex mandatario, su relación con el dinero en la política en general y, por supuesto, sus servidores privados. Wikileaks mostró correspondencia —el colectivo de hackeo y denuncia que fundó Julian Assange organizó "tres fases" de filtraciones contra Clinton— que la mostrarían menos como una defensora del estadounidense medio que transpira para pagar las cuentas y dar educación a sus hijos que como una campeona de Wall Street.
Cuando Clinton se debilitó al borde del desmayo durante los actos de recordación de los muertos en los atentados del 11 de septiembre de 2011, se supo que había tenido una neumonía. Trump se jactó de su salud y trató de encuadrarla como vieja, porque aunque ella es un año y medio menor que él es una mujer y las diferencias entre los sexos la privan de "la fortaleza" que requiere la función pública a tope del Ejecutivo.
"¡Yo no duermo la siesta! ¡Yo no duermo la siesta! ¡Yo no duermo la siesta!", enfatizó Trump en un mitin para señalar que Clinton no podía funcionar sólo con las horas de sueño de la noche.
"Me mantuve al lado de Donald Trump en tres debates durante cuatro horas y media, y así probé una vez más que tengo la fortaleza para ser presidente", ironizó ella en su respuesta.
Otras cuestiones, en cambio, pusieron en duda su capacidad para el cargo, según el estadounidense medio. El diario Los Angeles Times les pidió a sus lectores que les expresaran "sus pensamientos sobre la candidata y su impacto en la cultura nacional". De 1.800 respuestas pro-Clinton y 3.019 respuestas anti-Clinton, las expresiones más usadas fueron, entre las desfavorables: mentirosa, corrupta, guerra, dinero, fraude, fundación, criminal; y entre las favorables: calificada, experimentada, inteligente, fuerte, sexismo, servicio, misoginia, futuro.
En las palabras negativas algunas se asocian con facilidad: fundación, corrupta y dinero: en un documento de 13 páginas del auxiliar de Clinton Doug Band se habla de "Bill Clinton Inc", el equivalente a una empresa que puede combinar la Fundación Clinton con los ingresos del ex presidente por sus conferencias con la consultora del mismo Band, Teneo, y con el Departamento de Estado bajo la candidata demócrata. En síntesis: pagos a cambio de influencia o acceso al poder.
El ex autor de discursos de George W. Bush, Marc A. Thiessen, escribió en el Washington Post: "Allí donde van los Clinton, los sigue su nube propia de controversia y corrupción". Citó casos como el caso Whitewater, las sospechas de donaciones interesadas de compañías como Madison S&L y los escándalos sexuales, en el pasado, y la fundación y los correos electrónicos en el presente. "Esto no termina", agregó, sobre la investigación del FBI, si Clinton gana. Sugirió así que la hipotética prosecución de una mandataria en ejercicio inclinaría al país hacia el caos.
Bajo el peso de esas presiones, Clinton trató de hacer campaña para convertirse en la primera mujer al mando de la Casa Blanca y a la vez mantenerse lo más inadvertida posible. Pero los chistes sobre anticipar las elecciones al 31 de octubre, diría de Halloween, demostraron que para muchos de los electores su figura resultaba tan poco amable como la de Trump.
Antecedentes y temas
A diferencia del hombre de negocios y estrella de reality shows que los republicanos llevan como candidato, Clinton tiene una experiencia de servicio público de décadas. Muchos medios y expertos le dieron por ganados los tres debates presidenciales por eso: fue capaz de hablar de algo concreto sobre políticas de gobierno.
Pero en su fuerza yace precisamente su debilidad. A los seguidores de Bernie Sanders, que lo escucharon acusarla de que mientras presentaba proyectos de ley para partir en distintas unidades los bancos que causaron la crisis financiera, "la secretaria Clinton estaba ocupada dando discursos a Goldman Sachs por USD 225.000 cada uno". Las filtraciones de Wikileaks agregaron que ella trató de tranquilizar a sus anfitriones en la gran empresa asegurándoles que la furia de la gente contra los bancos era producto de "malos entendidos" y "politizaciones" de los hechos.
Acaso otro problema sea que en política exterior, su métier en la gestión Obama y un tema que parece arcano al candidato opositor, Clinton dejó menos marcas que el presidente. Es decir que lo que tiene que mostrar es, en realidad, cuestiones polémicas como el acuerdo nuclear con Irán. Según la revista Foreing Affairs, "dejó su cargo sin una doctrina, una estrategia o un triunfo diplomático de su autoría". De ahí que los temas que impulsó en su campaña son los mismos que se defienden hoy desde la Casa Blanca: derrotar al Estado Islámico, rechazar la tortura como método, mantener un puñado de tropas en Afganistán. Y la fracasada promesa de Obama de cerrar el centro militar de detención de Guantánamo.
Luego de otro año de tragedias incesantes por la violencia armada, su propuesta de controlar quién puede poseer armas de fuego —para que, por ejemplo, un psicótico enamorado de ISIS no las compre en internet, como sucede— es popular entre los sectores medios ilustrados. Pero los que defienden la línea dura del derecho a tener armas en un país donde hay tantas como habitantes (300 millones) difícilmente valoren su mensaje.
"Todo el mundo —todo el mundo— cae tumbado en la vida", dijo Clinton en un acto. "Y como mi madre me mostró y enseñó, lo que importa es si uno se levanta. Y aquellos de nosotros que somos gente de fe sabemos que levantarnos es lo que debemos hacer". Queda por ver eso si le resulta posible luego de tantas caídas, en una campaña electoral que ha dejado la riña de gallos en el nivel de elegancia de la esgrima.
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