(Desde Washington) Hillary y Donald se parecen, aunque sus discursos subrayan complejas diferencias políticas y personales: Clinton y Trump son conocidos por la mayoría de los estadounidenses, y la mayoría de los estadounidenses desconfían de ellos. La candidata Clinton no convence cuando asegura que no cometió delito al usar una computadora privada para enviar sus mails desde el Departamento de Estado. Y Trump tampoco convence cuando sostiene que no es machista y respeta a las mujeres.
A dos semanas de las elecciones de los Estados Unidos más asintomáticas de su historia, Hillary tiene una ventaja promedio de cinco puntos sobre Donald para llegar a la Casa Blanca, que extrañará la mirada geopolítica y la perspectiva económica que Barack Obama desplegó en ocho años de mandato presidencial.
Para derrotar a Clinton, el candidato republicano debe lograr que los niveles de presentación electoral sean bajos y que los hombres blancos mayores voten por encima de la media en los comicios presidenciales. En cambio, para derrotar a Trump, la candidata demócrata tiene que lograr que los latinos y afroamericanos vayan a votar, que las mujeres blancas educadas apoyen su programa político y que la afluencia a las urnas sea masiva e inédita.
—¿Qué hará el presidente Obama en los últimos días de campaña? —le preguntó este enviado especial a un experto en elecciones que conoce la intimidad del Salón Oval.
—Jugará muchísimo —contestó con una sonrisa espontánea.
—¿Eso qué significa?
—Tiene que aportar los votos de los jóvenes, los afroamericanos y los hispanos.
Aquí está la clave del resultado electoral.
Trump seduce a un votante conservador, que sufre las consecuencias de la globalización de la economía y que no acepta a una mujer en la Casa Blanca. Clinton, por su parte, capta los votos de las mujeres –no importa su edad, pertenencia social, etnia o religión–, un número importante de hispanos y la mayoría de afroamericanos. Pero no llega a los jóvenes, una pieza fundamental en un país que envejece y se resiste a modificar su matriz ideológica y su desconfianza a la integración mundial.
Entonces, la campaña electoral de Obama, el respaldo de los medios de comunicación y la ausencia de apoyo del Partido Republicano a su opaco candidato presidencial, pueden lograr que Clinton haga historia el próximo 8 de noviembre. Para ponerlo en términos de una presunción política que anoche embriagaba a importantes asesores del Comité Demócrata: Hillary podría triunfar por default, ante la ausencia de un candidato republicano con fuerte apoyo partidario y la presencia del voto masivo hispano en el Estado de la Florida.
Sin embargo, y pese a la acción psicológica que se ejerce en los principales diarios, revistas y portales manejados por el establishment americano, Trump no baja los brazos y hace su última apuesta. El candidato republicano cree que el voto vergonzante, ese que tiene su nombre pero que no es explicitado en las encuestas, puede volcar los comicios presidenciales. Es un cálculo arriesgado que Hillary, Obama y sus asesores relativizan ante los sondeos que reciben todos los días y de todos los distritos electorales.
Trump y Clinton pelean por los votos en los estados que oscilan en cada comicio presidencial (Florida, Ohio, Utah, Carolina del Norte y Georgia, para poner algunos ejemplos). Esos votos son
inasibles para los candidatos, y su proyección electoral decide al sucesor de Obama. Ya se sabe que Hillary gana en la mayoría de las encuestas y que Donald apalanca su voluntad de poder en el voto vergonzante.
Aún faltan catorce días, una eternidad.