Fiesta (1926)
¿Sabes cuál es tu problema? Eres un expatriado. Un expatriado de la peor especie. ¿No te lo habían dicho nunca?. Nadie que haya dejado su país natal ha logrado escribir algo digno de ser publicado… Otros dicen que eres impotente.
Volví a rezar por mí mismo y entonces empecé a sentir una agradable sensación de somnolencia, así que le pedí a Dios que los toros salieran buenos y que las fiestas se desarrollaran a pedir de boca… Me pregunté si había algo más por lo que rezar y pensé que me gustaría tener un poco más de dinero, así que pedí ganar mucho dinero y empecé a pensar qué podía hacer para lograrlo… Me sentí de repente bastante avergonzado al pensar que era un mal católico, pero comprendí que no podía hacer nada por evitarlo, al menos de momento, o tal vez nunca.
Ahora los únicos que siguen siendo educados son los camareros y los jockeys. Con independencia de lo vulgar que pueda ser un hotel, su bar siempre es estupendo.
Hay personas que no se pueden insultar. Dan la impresión de que quedarán aniquiladas ante nuestros propios ojos si uno les dice ciertas cosas.
Entrechocamos las copas y las dejamos una al lado de otra sobre la barra. Estaban empañadas de frío. Al otro lado de las ventanas, protegidas por cortinas, estaba el ardiente verano de Madrid.
"Los asesinos" (1927)
—¿Por qué van a matar a Ole Andreson? ¿Qué les hizo?
—Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jamás nos vio.
—Y nos va a ver una sola vez —dijo Al desde la cocina.
—¿Entonces por qué lo van a matar? —preguntó George.
—Lo hacemos para un amigo. Es un favor, chico vivo.
Adiós a las armas (1929)
La habitación que yo compartía con el ayudante Rinaldi daba al patio. La ventana estaba abierta. El cubrecama estaba encima de mi cama y todas mis cosas aparecían colgadas en la pared. La mascara de gases en su caja ovalada de hojalata, y el casco de acero colgado en el alzapaño. Mi baúl estaba al pie de la cama y sobre él mis botas de invierno, con el cuero reluciente de grasa. Mi fusil de tirador austriaco, con su cañón rayado y su magnífica culata de nogal, que tan bien se acoplaba a la mejilla, colgaba sobre las dos camas.
—Entonces, ¿usted cree que estamos cercados, teniente? ¿No nota sensaciones raras en la cabeza?
—No hagas bromas, Bonello.
—¿Y si bebiéramos un trago? —propuso Piani—. Si estamos cercados es mejor beber un trago. Descolgó la cantimplora y la destapó.
—Miren, miren —dijo Aymo señalando la carretera.
A lo largo del parapeto del puente avanzaban cascos alemanes. Estaban inclinados hacia delante y se movían lentamente, de una forma casi sobrenatural.
Muerte en la tarde (1932)
El único lugar en donde se puede ver la vida y la muerte, esto es, la muerte violenta, una vez que las guerras habían terminado, era en el ruedo, y yo deseaba ardientemente ir a España, en donde podría estudiar el espectáculo. Me ejercitaba en mi oficio comenzando por las cosas más sencillas, y una de las cosas más sencillas y más elementales sobre las que se puede escribir, es la muerte violenta.
Es muy posible que la primera corrida a que se asista no sea artísticamente buena. Para que no ocurriese esto sería menester que coincidieran buenos toros y buenos toreros. Los toreros artistas con toros sin casta no dan un espectáculo interesante, y el torero capaz de ejecutar con el toro hazañas extraordinarias que puedan llevar al espectador a un intenso grado de emoción, no intentará consumarlas con un toro de difícil embestida.
"Las nieves del Kilimanjaro" (1936)
Yo mismo he destruido mi talento. ¿Acaso tengo que insultar a esta mujer porque me mantiene? He destruido mi talento por no usarlo, por traicionarme a mí mismo y olvidar mis antiguas creencias y mi fe, por beber tanto que he embotado el límite de mis percepciones, por la pereza y la holgazanería, por las ínfulas, el orgullo y los prejuicios, y, en fin, por tantas cosas buenas y malas. ¿Qué es esto? ¿Un catálogo de libros viejos? ¿Qué es mi talento, en fin de cuentas? Era un talento, bueno, pero, en vez de usarlo, he comerciado con él.
—¿Qué estás diciendo, Harry? ¿Has perdido el conocimiento?
—No. No tengo ni siquiera conocimiento para perder.
Por quién doblan las campanas (1940)
El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar.
El teniente Berrendo subía siguiendo las huellas de los caballos, y en su rostro había una expresión seria y grave. Su ametralladora reposaba sobre la montura, apoyada en el brazo izquierdo. Robert Jordan estaba de bruces detrás de un árbol, esforzándose porque sus manos no le temblaran. Esperó a que el oficial llegara al lugar alumbrado por el sol, en que los primeros pinos del bosque llegaban a la ladera cubierta de hierba. Podía sentir los latidos de su corazón golpeando contra el suelo, cubierto de agujas de pino.
El viejo y el mar (1952)
Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salado, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana.
Soy un hombre viejo y cansado. Pero he matado a este pez que es mi hermano y ahora tengo que terminar la faena.
El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.
La mar, como la nombra la gente que la ama, como mujer. A veces los que la aman hablan mal de ella, pero siempre como si fuera mujer. El viejo siempre la veía como algo femenino, que concede o niega grandes favores; si hacia cosas malignas o tremendas era porque no lo podía evitar, la luna la afecta como si fuera mujer, pensaba.
Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
París era una fiesta (1964)
Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, todo el resto de tu vida.
Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él.
Cuando las lluvias frías persistían y mataban la primavera, era como si una persona joven muriera sin razón.
Comíamos bien y barato, bebíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor, y nos queríamos.
Llegar a todo aquel nuevo mundo de literatura, con tiempo para leer en una ciudad como París, era como si a uno le regalaran un gran tesoro.
Sentía la soledad de muerte que llega al cabo de cada día de la vida que uno ha desperdiciado.
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