El nocaut que Adam Braidwood le propinó este viernes a Tim Hague había dejado al ex luchador de artes marciales mixtas con muerte cerebral, un estado de salud irreversible en el cuál sólo una máquina permite que el corazón siga latiendo.
La serie de golpes que recibió en la cabeza el ex luchador de 34 años sobre el cuadrilátero fueron letales y tras besar la lona, fue llevado a un hospital en donde se agravó su estado, hasta que se confirmó su diagnóstico, y posteriormente su muerte.
Tras conocerse la noticia, se dispararon las dudas sobre las consecuencias que podría tener Braidwood, ganador de la pelea. El canadiense de 33 años no realizó ninguna maniobra ilegal durante el combate, pero terminó formando parte del fallecimiento de su oponente.
A pesar del trágico final, el experimentado boxeador no puede ser juzgado por ningún tipo de crimen por una simple razón: el concepto de consentimiento.
Cuando un boxeador sube a un ring para disputar una pelea profesional, está aceptando las reglas de este deporte y por lo tanto las consecuencias que puedan generarle, sin importar la gravedad.
Como Hague fue noqueado legalmente, es decir, dentro de las reglas del boxeo, Braidwood no es responsable de su muerte.
Esta no es la primera vez que un púgil pierde la vida peleando. Los casos del estadounidense Davey Moore en 1963, el venezolano Carlos Barreto en 1999 y del panameño Pedro Alcázar en 2002 son algunos de los más recordados.
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