Resulta complejo explicar cómo un deporte tan violento como las artes marciales mixtas (MMA, por sus siglas en inglés) ha logrado captar a una innumerable cantidad de fanáticos a lo largo del planeta y por estos tiempos es uno de los más populares, tanto en la sociedad occidental como en la oriental.
Tal vez sea porque logran despertar en el ser humano del Siglo XXI un rasgo propio que yace dormido gracias a la evolución de la tecnología. Los avances en este campo a lo largo de los años han facilitado la vida de las personas que, inconscientemente, se han vuelto más dóciles y menos violentas, dentro de una sociedad civilizada.
Alguien dijo alguna vez que el rugby es un deporte de bestias practicado por caballeros y que el fútbol es justamente lo contrario. Aquí, para dar un contexto, no hay ni caballeros ni bestias, hay que viajar aún más en el tiempo para encontrar este tipo de combates.
Las artes marciales mixtas han logrado combinar los conocimientos de pelea absorbidos de otras disciplinas como el muay thai, la lucha grecorromana y el jiu jitsu, entre otras, y los unió para crear un deporte tan apasionante como real.
La cuota de realidad es un plus difícil de igualar. La simulación no está contemplada y la ausencia de todo tipo de protectores, más allá de unos guantes que apenas acolchan los nudillos, pero que no suavizan el golpe, despiertan sonidos de dolor que la televisión no aprecia, pero que son escuchados en cualquier rincón del estadio en donde se desarrolle un combate.
Las repeticiones en cámara lenta y la calidad de sonido e imagen, sumada a la habilidad del director de cámara para mostrar el plano perfecto en el que se aprecia un golpe, tampoco logran transmitir lo que está sucediendo.
Hay dos luchadores dentro de una jaula que harán todo lo posible, dentro del reglamento, para que su rival golpe dos veces su palma contra el suelo, o contra el cuerpo del adversario y así el árbitro diga basta y haya un ganador. Para eso es necesario un estado físico, un nivel de concentración y una técnica de combate que sólo las artes marciales mixtas exigen.
Quienes juzguen a este deporte como un "circo romano" deberán primero ver en persona un evento de estas características y comprender que aquí la técnica supera a la violencia. En un puñado de combates, cualquier ignoto en la materia es capaz de comprender que lo que sucede en esa jaula es mucho más que una pelea, es una guerra de destreza que incluye a todas las partes del cuerpo.
La fuerza es apenas una característica, dentro de un cúmulo de condiciones que se necesitan tanto para dañar al rival como para esquivar sus ataques o huir de sus tomas. Las artes marciales mixtas lograron combinar de manera perfecta la violencia, la técnica y la deportividad, que queda expuesta al finalizar cualquier combate con el abrazo de ambos luchadores.
El show que hay alrededor acompaña al combate. Las luces, el humo, las pantallas y la música son condimentos que hacen de este un espectáculo extraordinario. Sin embargo, nada supera a la pelea.
Por otra parte, este deporte no ha cautivado más a una clase social que a otra y en las gradas de los eventos esto queda demostrado. Además, si bien los hombres predominan en los asientos, las mujeres también pagan entrada, aunque sí es difícil encontrar a un niño entre el público. Tal vez para ellos sí es demasiada violencia.
El público encontró aquí un espacio para saciar la sed que supo dominar al ser humano durante millones de años y que todavía persiste en el inconsciente. Tal vez sea por eso que año a año suma más adeptos, tanto en sociedades que se destacan por la desigualdad, como sucede en Asia o en América Latina, y también en naciones como Canadá y los países nórdicos, que gozan de otra realidad.
El instinto del ser humano late en el hombre y se despierta dentro de esa jaula.
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