"A través de las fotos uno se muestra tal y como es, esto es inevitable (…) y en nuestro caso, en jugadores y en entrenadores, está muy presente lo efímero y la soledad", decía en 2013 Ernesto Valverde (Viandar de Vera, Cáceres, 1964) a propósito de la presentación de su libro Medio Tiempo (Editorial La Fábrica), compuesto de una serie de 66 fotografías de su autoría, todas en blanco y negro.
Es que el hoy técnico del Barcelona pensaba dedicarse profesionalmente a la fotografía una vez que finalizara su carrera como jugador, la que desarrolló durante 14 años entre Alavés, Sestoa, Espanyol, Barcelona, Athletic de Bilbao y Mallorca, pero los caminos del fútbol lo fueron atrapando y allí se quedó, aunque ahora del otro lado de la línea de cal.
Lo apodan Txingurri, un vocablo del idioma vasco que en español se traduce como Hormiga. Aquella denominación le fue dada por Javier Clemente en tiempos en que el ex delantero fichó por el Espanyol de Barcelona, en 1986, cuando tenía 22 años. "Porque era delgadito y pequeñito", explicó el emblemático ex jugador y entrenador del Athletic de Bilbao respecto de aquel sobrenombre.
Pero podría hacerse extensivo también para definirlo en lo que él llama pasatiempo pero que es en realidad una de sus grandes pasiones, la fotografía, para lo cual se necesitan también muchas de las virtudes que tiene esos insectos: paciencia, perseverancia, intensidad, laboriosidad. Y todo en el más absoluto silencio, en un plano casi inadvertido.
Valverde viene de una familia que le transmitió el valor y el amor por el arte. Su hermano, Mikel Valverde, es un destacado funcionario de la cultura vasca ligado al mundo del cómic, y él entrenador, además de a la fotografía, le dedica su tiempo libre, su medio tiempo, a la escritura. De hecho los textos que acompañan las instantáneas del libro le pertenecen.
La historia comenzó en su casa familiar. "Recuerdo que teníamos una cámara Olympus PEN e hice un curso de fotografía por correspondencia". Fue en tiempos en que el delantero ya jugaba profesionalmente en Barcelona, allá por 1988. Entre partidos, concentraciones, charlas tácticas, viajes y una serie de lesiones que padeció hasta el hartazgo, terminó por recibirse de fotógrafo en el Institut d´Estudis Fotografics de Catalunya.
Y tanta es la pasión que Ernesto Valverde siente por esa rama del arte que recuerda cuando se lo consulta que con su primer sueldo se compró una cámara fotográfica y ya tiene en su foja de servicios dos importantes muestras. Una en Bilbao y otra en una galería de Atenas, esta última realizada en tiempos en que dirigía al Olympiacos, el equipo que lo consagró como DT. Es que en tierra helena estaba solo, sin su familia, y encontró en la fotografía ese lazo con el amor que necesitaba.
Sus fotos, las que no busca, sino con las que se encuentra, como ha dicho en más de una oportunidad, transmiten en muchos casos soledad y esto tiene su motivación: "Los jugadores y entrenadores estamos en una ciudad y yo tengo la sensación de que siempre estás de paso, de que no eres de ese sitio. Tiene ese punto de soledad. Como en las concentraciones, viajes y hoteles…"
¿Qué dicen las fotos de Valverde? Mucho de lo que rodea al fútbol cuando las luces se apagan y el ruido se calla. Una de las series que publicó en la galería de Atenas cuenta mucho de las sensaciones de un polémico encuentro entre Panathinaikos y Olympiacos suspendido a los 83 minutos de juego como consecuencia de violentos disturbios.
Habla pausado, pensante, con detalle. En su mente busca las palabras correctas, con el mecanismo de quien detecta el momento indicado para capturar el instante en el que ocurre aquello que quiere decir o transmitir. Ernesto Valverde, el que llegó al Barcelona para reconfigurarlo como el equipo de la estética, esa disciplina impregnada en sus instantáneas.