De aquel técnico idóneo, que llegó a un club al borde de la crisis, lo volvió imbatible a nivel local y le dio fama internacional, sobreponiéndose a los golpes financieros, sólo queda su nombre: Arsène Wenger. Tuvo todo para dar un salto de calidad histórico, pero se durmió en los laureles y condujo al Arsenal al colapso. Su adiós está cerca. Y aunque nunca dejará de ser una leyenda, el trágico final parece inevitable.
Su futuro es una incógnita. Su contrato vence al término de la temporada y la renovación, aún en veremos, carece de garantías. Hasta sus hinchas más devotos piden un cambio y su estadía es cada vez menos legítima. La estrepitosa eliminación de la Champions League, con un humillante global de 10-2 a favor del Bayern Munich, dejó el clima más álgido que nunca. Este curso, el título de la FA Cup es la luz al final del túnel, ya que en la Premier League, donde actualmente está fuera de los puestos de la Liga de Campeones, pedalea cuesta arriba.
A Wenger lo sostiene ser Wenger. Su legado. Porque gracias a él, el Arsenal Football Club es un marca global, que se mantiene de moda y no pierde elegancia. Desde que tomó el cargo en septiembre de 1996, ganó 15 títulos: tres Ligas, seis FA Cups y seis Community Shields (Supercopa de Inglaterra). Sus trofeos, todos nacionales, fueron el fruto de una revolución deportiva: cambió los malos hábitos de tabernas y tabaco por entrenamientos integrados y regímenes nutricionales. Le dio al equipo una identidad futbolística emparentada con los conceptos del fútbol total. Convirtió en estrellas a Thierry Henry, Dennis Bergkamp, Patrick Viera, Fredrik Ljungberg, Robert Pires, Cesc Fábregas, y tantos otros. El Arsenal de Wenger se transformó en una fenómeno mundial sin ganar una Champions League: enamoró a millones de personas en el mundo con una identidad de fútbol puro. Generó admiración por su capacidad de cazar talentos de corta edad y llevarlos a la gloria. Se ganó la fidelidad eterna con sus orden institucional y su capacidad de gestión, tanto deportiva como financiera.
Cronología de un paulatino debilitamiento
En 2006, arrancó un periodo tormentoso. Primero, el Arsenal perdió la final de la Champions League con el Barcelona de Ronaldinho y Rijkaard. Rozó la gloria, ganaba 1-0 a falta de 14 minutos. Aquel doloroso partido, fue el último de Dennis Bergkamp, que miró los 90 minutos desde el banquillo. Por eso, la temporada 2006/2007, arrancó con la particularidad de que cada miembro de la plantilla era un fichaje de Wenger. Hasta en 'Los Invencibles', el equipo campeón e invicto 49 partidos en 2003/2004, había nombres como Martin Keown o Ray Parlour. No eran necesariamente titulares, pero tenían una gran presencia dentro del club por su antigüedad. Permanecían como símbolos históricos, como figuras constantes entre los cambios bruscos.
El partido homenaje de Bergkamp se hizo en el Emirates Stadium, que recién se terminaba de construir. Hoy es un icono mundial al que acuden turistas de cientos de países. Algunos de ellos solamente viajan para saborear la experiencia de estar 90 minutos en uno de las mejores canchas del planeta. No obstante, su edificación, no solamente significó la mudanza de Highbury, el viejo estadio. También implicó un ciclo de austeridad económica de aproximadamente siete años, que llegó a su fina en 2013 con el fichaje de Mesut Özil por 50 millones de dólares, el más caro de la historia del club. Durante ese tiempo, hubo un éxodo desmedido de estrellas y los fichajes eran ordinarios, pero Wenger logró mantenerse siempre en el top 4 de la Premier League -nunca en sus 20 años terminó más abajo en la tabla- y clasificar religiosamente a la Champions. Salvo algún que otro resultado abrupto, como la derrota 8-2 con el United en 2011, los hinchas toleraron ver un Arsenal joven e inexperto, porque el DT francés se encargaba de que su equipo no pierda el estilo y se mantenga en la élite.
Y el último factor que debilitó a Wenger fue la marcha del vicepresidente David Dein en abril de 2007. Él fue el encargado de ponerlo en el Arsenal y siempre fue el nexo perfecto con los dirigentes: tenía una forma especial de llevar las ideas del DT a la directiva y viceversa. Llevaba adelante las negociaciones con Wenger, era su aliado. Sin él, no quedó ningún directivo en el Arsenal que vea al fútbol con un fanático.
El técnico francés sacó adelante al club y sobrevivió a una lucha desigual. Mientras equipos como Chelsea o Manchester City se hacían grandes a costa de inyecciones económicas astronómicas, el Arsenal peleaba con su filosofía estable y sin derrochar dinero. Así, después de muchos años, consiguió terminar de pagar la construcción del estadio y logró la estabilidad económica absoluta. Con buenos acuerdos de patrocinio y sin gastar de más en el mercado o en salarios, el Arsenal alcanzó los recursos financieros para volver a incorporar figuras y dar el salto de calidad. Pero nunca llegó.
Las razones por las que se avecina el adiós
El problema actual de Arsène Wenger, y por el cual debe salir del Arsenal, es que esta temporada demostró que llegó a un punto en que no puede brindarle más nada a la institución. El estancamiento es innegable. La última liga la ganó hace 13 años y el último título importante fue la FA Cup 2014/2015. Por nombres y variantes, posee la mejor plantilla de los últimos siete, ocho o nueve años, y no logra sacarle provecho. Sucumbió ante los cambios del juego. Quizás pueda ser asesor o manager, pero está claro que a pesar de sus grandes hitos, Wenger no evolucionó como entrenador, principalmente en la preparación de partidos y estructuras tácticas. Su estadía no es la única incógnita. Alexis Sánchez y Mesut Özil, las dos máximas estrellas del equipo, también podrían irse. Héctor Bellerín, el último gran talento descubierto por el DT, difícilmente se quede si se va su mentor.
Lo paradójico es que si la vara del Arsenal está alta es culpa de Wenger. Es víctima de su glorioso pasado, de sus épocas doradas. El Arsenal moderno fue construido por él, de pies a cabeza. Y los hinchas lo saben, se lo reconocen, pero han encabezado protestas para reclamar por un cambio de aire. Los clubes de fútbol están por encima de cualquier futbolista, entrenador o dirigente. El Arsenal no es de Stan Kroenke ni Alisher Usmanov, sus mayores accionistas, aunque ambos estén satisfechos con que el equipo juegue en la élite europea, sin importar los resultados, ni siquiera un global de 10-2. Y tampoco le pertenece a Arsène Wenger, el hombre que pasará a la historia del fútbol y que será por siempre el mejor DT de la historia del Arsenal. Aquel que pudo irse como un absoluto héroe y se quedó lo suficiente para que su salida parezca la de un villano.
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