Transexualidad: un desafío imposible de resolver para el deporte profesional

Cada vez son más los casos de deportistas transexuales que quedan en el centro de la polémica. Si los obligan a competir con el sexo de su nacimiento o les permiten hacerlo con el de su elección, siempre hay problemas

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Mack Beggs y Tifanny fueron
Mack Beggs y Tifanny fueron noticia esta semana por su cambio de sexo

Según el Comité Olímpico Internacional (COI) el género de una persona depende exclusivamente del nivel de testosterona: los hombres adultos poseen entre 240 y 950 nanogramos por decilitro, mientras que en las mujeres ronda entre 8 y 60 ng/dL.

Sin embargo, cada federación, cada deporte y cada torneo, tiene reglas completamente distintas, lo que provoca que muchos de los deportistas que toman la valiente decisión de asumir quiénes son terminan siendo víctimas de su propia sexualidad.

Esta última semana se han destacado los casos de Mack Beggs Tifanny, quienes ahora son señalados como culpables de un problema que en realidad son provocados por reglamentos desactualizados y poco claros.

Beggs no quiso competir en
Beggs no quiso competir en la categoría femenina, pero no tuvo otra opción

Beggs tiene 17 años y practica lucha en Texas, Estados Unidos. Hace dos años que inició un tratamiento hormonal para dejar de ser mujer y poder ser reconocida como hombre. Sin embargo, el organismo estatal exige que cada competidor luche contra oponentes del género que aparece en su certificado de nacimiento. Como era de esperarse, en 53 peleas aún no conoce la derrota y varios luchadores decidieron abandonar antes del enfrentamiento.

Otro caso es el de Tiffany, quien fue bautizada como Rodrigo Pereira de Abreu. La voleibolista brasileña logró recién este año ser inscrita en la liga femenina italiana, luego de haber forjado una carrera rodeada de hombres en Francia, España y Bélgica. En su primer partido, la jugadora de 29 años fue la máxima anotadora.

Tiffany fue habilitada para jugar
Tiffany fue habilitada para jugar en Italia

Tanto Beggs como Tiffany fueron obligadas a jugar en categorías en las que no pertenecían. El primero tuvo que enfrentar a mujeres, teniendo un nivel de hormonas masculino, y la segunda, jugó varios años con alto nivel de estrógeno, hormona femenina, en ligas masculinas.

Pero esto no es la primera vez que ocurre. La tenista Renée Richards compitió varios años como hombre, bajo el nombre de Richard Raskin, hasta 1975, cuando cambió de sexo. Al año siguiente se inscribió en el US Open femenino, pero sus colegas estallaron de furia y el conflicto llegó hasta la Corte Suprema de Nueva York. Finalmente, la Asociación de Tenis de Estados Unidos (USTA, por sus siglas en inglés) se vio obligada a aceptar a la tenista en la competición de 1977. En aquella edición, Richards llegó a la final del dobles y con el tiempo alcanzó el Top 20 del ranking de la WTA.

El caso de Richards fue
El caso de Richards fue definido por la Corte Suprema de Nueva York (Getty)

Pero el problema no se detiene allí. Tanto en el caso de Richards y como en el de Tiffany, las jugadoras lograron sacar una enorme diferencia con respecto a sus rivales. En el caso de la voleibolista es más notorio, debido a que la potencia de sus brazos y la fuerza de sus piernas desentona incluso con el de el resto de sus compañeras.

El principal problema es que en promedio, la mujeres alcanzan un rendimiento 10% inferior al de los hombres (nótese en los récords mundiales). Sin embargo, el COI sostiene que el bajo nivel de testosterona ya es suficiente para emparejar rendimientos.

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La científica estadounidense Joanna Harper llevó a cabo una investigación y registró que al reducir los niveles de la hormona masculina en ciertos atletas, los mismos bajan también su rendimiento. Por lo que no debería existir discusión alguna. Sin embargo, habiéndose realizado estas pruebas en deportes individuales como el atletismo, la polémica no apacigua en el marco de los deportes de contacto.

Mientras el tiempo pasa, la sociedad cambia y la humanidad intenta dejar los prejuicios de lado, el deporte, que se presenta como una herramienta para alcanzar este objetivo, muchas veces termina siendo un arma que juega en contra de aquellos que luchan por un mundo menos desigual.

 
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