Puede parecer absurdo, pero lo cierto es que la medalla de bronce da más felicidad que la de plata a los atletas que compiten en los Juegos Olímpicos.
No se trata de una apreciación subjetiva, sino de caracter científico. Los psicólogos Victoria Husted Medvec, Scott Madey y Thomas Gilovich hicieron un estudio que publicaron en el Journal of Personality and Social Psychology.
La psicología social ha documentado en diferentes oportunidades que el grado de felicidad de una persona tiene menos que ver con parámetros objetivos que con la situación personal en relación con personas cercanas.
"Los logros personales de una persona muchas veces importan menos que cómo esos logros son construidos subjetivamente. Ser uno de los mejores del mundo puede significar poco si en vez de ser decodificado como un triunfo sobre muchos es interpretado como una derrota ante una persona. Así, ser el segundo mejor puede no ser tan gratificante como debería", explican en su estudio los psicólogos.
Para comprobar su hipótesis, los científicos reclutaron a 20 estudiantes de la Universidad de Cornell. Buscaron personas desinteresadas por el deporte y que no conocieran a los atletas olímpicos.
Los voluntarios fueron puestos frente a fragmentos de video de los rostros de diferentes atletas que salieron segundos y terceros en sus respectivas competencias en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Las imágenes los mostraban instantes después de terminar de competir y, un rato más tarde, cuando estaban en el podio. Se habían editado cuidadosamente para que no hubiera indicios de cuál había sido el resultado ni se viera el lugar en el podio del atleta.
Los estudiantes tenían que asignar a cada rostro un puntaje de 0 a 10, siendo cero un cara "de agonía" y diez una de "éxtasis".
Con los resultados, se confeccionó esta tabla.
Allí se ve claramente que a los medallistas de bronce se los ve más felices que a los de plata, tanto al terminar la competencia como al momento de la premiación.
Los psicólogos continuaron con otros estudios sobre las declaraciones posteriores a la prensa de los medallistas de bronce y plata, con resultados similares. "Los pensamientos contrafácticos inclinan la balanza. En el medallista de plata, la alegría se mezcla con la idea triste de que estuvo a un paso de ser el mejor de todos; para el de bronce, en cambio, a la alegría de la medalla se suma la de haberse salvado de no estar en el podio".
Ese sabor agridulce con que quedan los segundos no parece aplacarse con el tiempo. Abel Kiviat, medallista de plata de los 1.500 metros llanos en los Juegos de Estocolmo en 1912, tenía ganada la carrera hasta que el británico Arnold Jackson apareció "de ninguna parte", para vencerlo por una décima de segundo. "Todavía me despierto algunas veces y digo 'qué diablos me pasó'", contó Kiviat al Los Angeles Times cuando cumplió 91 años.
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