"Brasil estaba pasando de país periférico a potencia media, y el Lava Jato lo frenó"

Ese es el verdadero impacto estructural de la condena al ex presidente Lula más allá del dilema ético, sostiene el politólogo Pablo Anzaldi. “América Latina avanza hacia un ‘versallismo’ político”, afirma

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El ex presidente del Brasil Luis Ignacio Lula da Silva ha sido condenado en primera instancia a 9 años de prisión por la supuesta aceptación de un soborno o dádiva -un departamento en un balneario- y el hecho tiene consecuencias que van mucho más allá de los tribunales.

Esta sentencia -que dejaría fuera de la carrera presidencial al líder del Partido de los Trabajadores si fuera confirmada por una segunda instancia- se produce en el marco de una mega investigación por corrupción -el llamado Lava Jato– que afecta a toda la clase política brasileña -incluido el actual presidente, Michel Temer- y que ya ha tenido consecuencias institucionales.

En esta entrevista, el politólogo Pablo Anzaldi analiza el impacto que este mani pulite brasileño está teniendo no sólo en el país vecino sino en toda América Latina, mirando al contexto geopolítico que, en este caso, no es sólo un decorado sino un actor y no el más neutro.

Pablo Anzaldi es profesor de Procesos Sociales y Políticos de América Latina en la UCA, de Escenarios Internacionales 1 y 2 en Untref (Universidad de Tres de Febrero) y de Filosofia social y politica en la Universidad Católica de La Plata (UCALP). Es autor de Los años 70 a fondo (Ediciones SB, 2017).

— Más allá del fuerte impacto que tiene la noticia de la condena al ex presidente del Brasil como caso particular, ¿cuál es su efecto estructural?

— Es un impacto en dos sentidos; hay un impacto coyuntural sobre Lula, que hoy es el candidato con más fuerza, con 30 por ciento más o menos de intención de voto, y evidentemente de confirmarse por el Tribunal Federal la condena, quedaría afuera de la competencia electoral, o lo dejaría herido, porque una condena no es un buen elemento para un perfil de campaña. Pero también me interesa remarcar por un lado el fracaso político histórico de toda una clase política y de toda una clase dirigente brasileña; hay involucrada gente de todos los partidos políticos. Pero al mismo tiempo se da en Brasil a través de Temer un proceso de regresión desde el punto de vista social y político que conviene tener en cuenta. Temer gobierna Brasil con el 4 por ciento de adhesión.

— Hay una crisis de representatividad…

— Sí, además en Brasil hay un 1 por ciento de propietarios de la tierra y hay un 40 por ciento de diputados de origen agrario. Hay un 4 por ciento de empresarios y un 50 por ciento de representación empresarial en la Cámara de Diputados. En Brasil los blancos representan el 40 por ciento de la población, el resto son negros, mulatos, mestizos, y hay un 96 por ciento de representación parlamentaria de los blancos. Esto no es gratuito. No niego que haya existido corrupción en Brasil y en el Partido de los Trabajadores, por eso la responsabilidad de defraudar las expectativas de la gente más castigada es una responsabilidad doble. Pero esta representatividad falseada, como proceso paralelo a la corrupción, ha generado una reforma laboral que tiene media sanción del Senado, por la cual el empleador podrá unilateralmente aumentar las horas de trabajo, tendrá facilidades para el despido; es decir, un verdadero ajuste laboral. Esto significa que hay una ofensiva de los sectores más concentrados contra los sectores del trabajo y los sectores populares que habían logrado avances significativos, visto el período a escala, con el gobierno del Partido de los Trabajadores.

Brasil era un actor central de una América Latina que estaba insertándose como un mega espacio en el mundo

— ¿Esta crisis pone además en peligro la capacidad, el margen de maniobra de Brasil frente al capital transnacional?

— Claro, pero no está en cuestión por la estructura económica de Brasil, sino por el cambio de la élite política. Porque Lula, a pesar de su ideología socialdemócrata, era heredero de la tradición nacionalista del Estado brasileño, que viene desde el Barón del Río Branco, de la cual el Ejército fue depositario incluso en los tiempos de Castelo Branco allá por la década del 60. Es decir la concepción geopolítica de que Brasil tenía que tener a nivel mundial un rol significativo por su propia dimensión geográfica y demográfica, etcétera. Con Lula, Brasil estaba pasando de ser un país en vías de desarrollo o periférico a ser una potencia media, es decir el actor principal de América Latina, el interlocutor de los Estados Unidos en la región, un agente decisor en las mesas internacionales. Al menos en los conflictos referentes en el hemisferio Sur y ya desde la crisis de Paraguay cuando se produce el exilio del general Lino Oviedo (1999), eso ya se resuelve en el sistema Mercosur. La última crisis de Haití también comienza a resolverse en el Sur. Es decir, Brasil era un actor central de una América Latina que estaba insertándose como un mega espacio en el contexto de un mundo donde hay otros mega espacios: Rusia, China, los Estados Unidos, la Unión Europea, etcétera.

— Esto es al margen del tema corrupción…

— Hay que distinguir el proceso de lucha contra la corrupción que es totalmente legítimo; la clase dirigente, incluso la del PT, ha sido muy corrupta, (el actual presidente Michel) Temer también, Temer acaba de ser grabado prácticamente en un intento de soborno…

Hay que distinguir el fenómeno de orden ético de la cuestión geopolítica

— Sí, era un sistema…

— Claro, era un sistema. Pero hay que distinguir ese fenómeno de orden ético, que es absolutamente imprescindible, de la cuestión geopolítica o político-estratégica. El proceso de crecimiento de Brasil como potencia media capaz de traccionar y de liderar a América Latina se ha frenado y ha retrovertido completamente y hoy tenemos una clase dirigente, en Argentina y en Brasil, que no está identificada con tradiciones nacionales de los Estados.

— ¿El factor geopolítico puede, además de consecuencia, ser visto como un factor en la génesis de este fenómeno tan masivo como el Lava Jato?

— No tengas dudas, las pruebas del juez (Sergio) Moro las proporciona en gran medida la inteligencia norteamericana.

— Lo que no es algo nuevo en este tipo de denuncias…

— No tengas ninguna duda. El caso Odebrecht empieza en Estados Unidos y toca a toda la clase dirigente de América Latina. Pero el elemento que me interesa señalar es que esta retroversión del poder geopolítico de Brasil está en paralelo a la retroversión del poder geopolítico argentino en particular y de América Latina en general y también a una regresión de orden social porque por ejemplo la reforma jubilatoria que está impulsando Temer eleva la edad de jubilación a 65 años y en Brasil 65 años es el promedio de vida de enormes regiones. Por lo tanto habría gente que se jubilaría y se moriría al otro día. Es decir, hay una tendencia del capital, como la cabra que siempre tira al monte, a incrementar la explotación del trabajo cuando no tiene contrapeso del sector trabajo, en un contexto de tensiones y también de colaboración de clases.

El Lava Jato revela el
El Lava Jato revela el fracaso de toda la clase política y de toda la dirigencia de Brasil (Reuters)
Decir que el trabajo no es un derecho sino una contingencia implica que existen dos “razas”, una destinada a gozar de bienes y servicios y otra de ilotas

— ¿Es eso lo que está pasando en Brasil?

— Se está dando un proceso de lucha de las clases dominantes contra los pobres, porque si en Brasil hay uno por ciento de hacendados y tres por ciento de empresarios, eso coincide con el cuatro por ciento que adhiere a Temer. Es un problema agudo, profundo, que va a tener consecuencias. Por ejemplo ese tuit que hizo (el economista) José Luis Espert diciendo que el trabajo no es un derecho sino una contingencia está a tono con esta visión que, aunque él no lo sepa, es de origen neopagano y gnóstico; supone que hay dos razas, no biológicas, una que está destinada a gozar de los bienes y servicios y la otra que es una masa de periecos, periféricos como en Esparta, o ilotas, que tienen que vivir en la marginación total, ya sea en las villas miseria de la Argentina o en los morros de San Pablo.

El socialismo del siglo XXI es un fracaso desde el vamos, porque el fracaso está en el socialismo en sí

— El socialismo del siglo XXI, o el bolivarianismo, que fue hegemónico –aunque muy dispar- en la década pasada, ¿representó realmente un avance para esos sectores?

— El socialismo del siglo XXI es un fracaso desde el momento en que ya levanta como bandera un nombre sin ver, sin comprender que el fracaso está en el socialismo en sí. En Venezuela esto es súper evidente porque Venezuela compra la estrategia cubana y marcha hacia la destrucción total de la vida económica. Pero también hay matices. En Bolivia hay éxitos muy importantes en materia educativa y social de parte de Evo Morales como coordinador de múltiples organizaciones sociales e indígenas. En Ecuador el modelo de articulación entre el poder y la sociedad es otro, (Rafael) Correa era -ahora está Lenin Moreno- el líder de una élite tecnocrática y la sociedad, organizada o no, adhería o no, punto, pero él gobernaba desde una perspectiva tecnocrática.

A los efectos de ganar y de hacer gobernable la situación brasileña, el PT aceptó la herencia de transformaciones estructurales que dejó Fernando Henrique Cardoso

— ¿Y Brasil?

— En el caso de Brasil había una gran complejidad porque es un país con alta fragmentación social y política. El Partido de los Trabajadores se hace sobre el molde de la vieja Central Única de Trabajadores y de los obreros metalúrgicos que lideraba Lula, en una huelga que está entre las huelgas más grandes de la historia mundial, las huelgas de Volta Redonda del año 80, con el respaldo de la Iglesia Católica; en aquel entonces estaba Hélder Câmara que protegía a las comunidades cristianas de base. Eso se ha disipado con el tiempo, hoy Brasil está muy influido por la cuestión del evangelismo, de las sectas de todo tipo, del candomblé, etcétera, etcétera, y es una sociedad distinta, por lo tanto el PT también ha sido distinto. El PT ha ido virando desde una posición radicalizada hacia una posición quizás más de centro. A los efectos de poder ganar y también de hacer gobernable la situación brasileña, aceptaron la herencia de transformaciones estructurales que deja Fernando Henrique Cardoso y marcharon hacia una recomposición de un rol del Estado más moderado y más medido. Es decir, en cada país hay variantes distintas, pero por supuesto que la cuestión socialismo siglo XXI ya es una confusión desde el vamos. Yo creo más bien en la política de realidades tendientes a la justicia y no en cuestiones ideológicas.

La mega investigación por corrupción
La mega investigación por corrupción en Brasil tiene consecuencias geopolíticas para toda América Latina (AFP)

— Para concluir, qué puede llegar a pasar en Brasil? ¿Hay salida a esta crisis?

— Las salidas están más o menos sobre la mesa, si el Tribunal Federal confirma la condena de Lula, éste queda fuera de juego y ganará cualquiera, quizás Marina Silva.

— ¿Pero se llega a las elecciones?

— Entiendo que sí, porque increíblemente está instaladísima la idea posmoderna de que es más importante la democracia que el bien común. Y eso no deja de ser problemático. Hacia lo que sí marcha Brasil, como toda América Latina, creo yo, es a un versallismo político, es decir, a un aislamiento de la clase política respecto de las necesidades sociales, a una masa de excluidos y a una explosión. Lo que ya pasó, por ejemplo, en el caso argentino a fines de los 90, y del 89 al 92 en el caso de Venezuela, donde los sectores populares fuera del circuito del trabajo, de la producción, de los servicios del Estado… En Venezuela antes de Chávez el Estado era como la luna, algo que ocurre hoy día nuevamente también porque el proceso venezolano está en descomposición total. Pero en aquel tiempo las masas agotaron las ánforas de su paciencia y explotaron y lo hicieron sin dirección, sin programa, sin organización. Ahí es que un jefe de tropas especiales paracaidistas como Chávez se constituye en la terminalidad de un proceso de personalización política que ya venía en marcha.

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