Humberto de la Calle lideró las negociaciones con las FARC tras medio siglo de guerra con la guerrilla en Colombia. Después de la derrota en el plebiscito, que puso en jaque el trabajo del gobierno de Juan Manuel Santos, el pasado 1 de diciembre el Congreso colombiano aprobó por mayoría absoluta un nuevo acuerdo sin necesidad de otro referéndum.
El Gobierno insiste en que con el cumplimiento de lo acordado y el desarme de las FARC se apagará poco a poco la intensa polarización que ha dividido profundamente al país, como epílogo de un conflicto con 8 millones de víctimas, entre ellas 5,7 millones de desplazamiento forzado y 220.000 muertos.
Esta semana, De la Calle, quien fue vicepresidente colombiano entre 1996 y 1998, visitó España para reunirse en la Cámara de Comercio con los representantes de 15 empresas españolas y el diario ABC le hizo una extensa entrevista donde repasó el proceso de paz. A continuación, unos fragmentos de ese reportaje:
Por un lado, tenía a los altos mandos guerrilleros en La Habana como Iván Márquez y Timochenko, marxistas-leninistas como ha dicho antes, y por otro, a una fuerte oposición política cada vez más intensa en sus críticas. ¿Cómo hizo para no volverse loco en un lustro de negociaciones?
-En efecto, han sido casi cinco años de una presión muy intensa y la descripción que hace es correcta. En La Habana teníamos en frente a la guerrilla y en la sociedad colombiana a una fuerte oposición política. Nos reunimos cada vez que íbamos a Bogotá con los mandos militares, con la Iglesia y con los gremios. Y, tras el resultado del plebiscito, con los voceros del no: yo gasté personalmente con ellos 138 horas. Una situación muy compleja. No sé de dónde sale la energía para afrontar esto sin enloquecerme y sin caer en el síndrome de Estocolmo. Todas las noches me mentalizaba con que enfrente tenía a unos antagonistas, de las FARC, con los que no tenía simpatía de ningún tipo ni compartía nada en el nivel político ni principios, nada en común con ellos. Tenía que reafirmar eso para no perder el camino y no caer en el síndrome de Estocolmo. También debo decir que tras esta experiencia siento que conozco mejor a los colombianos.
¿Cómo le ha cambiado la vida este tiempo tanto en lo psicológico como en lo afectivo?
-Primero, en elementos de carácter cotidiano. Cinco años en La Habana implican un alejamiento de la familia. Hicimos 180 vuelos de ida y regreso, que me impedía en muchos momentos estar con mis hijos y nietos, y eso produce un sentimiento de desarraigo. En La Habana fui recibido con generosidad pero es una tierra ajena, y además la permanente presencia con las FARC tiene también un desgaste psicológico. En lo espiritual, por ejemplo, tengo el recuerdo de las visitas de las víctimas de los paramilitares y de las FARC, obviamente. Eran escenas desgarradoras, había que salir al diván del psiquiatra con cada víctima. Eso le hace a uno más sensible ante las personas que sufren en Colombia, que hay una gran cantidad de sufrimiento. Yo respeto a las personas que están en contra de lo que hicimos, aunque sí critico cierta miopía selectiva, un tic por el que cuando se habla de delito solo se piensa en las FARC, olvidando que algunos militares desviaron su camino. Creo que si no afrontamos esas realidades completas no hay paz en Colombia. De fondo, insisto que los delitos más graves no son amnistiables y se someten a sanciones restrictivas de la libertad.
También he notado cierto desprecio. Un día, el presidente de un grupo financiero me dijo: "Y usted para qué se metió en ese embeleco de la paz". Lo que yo veo allí es una enorme falta de empatía por colombianos que están sufriendo muchísimo. Respeto a los que no están de acuerdo, pero llamaría la atención a que una cosa es estar en las zonas de conflicto y otras en las zonas urbanas de los grandes capitales, y eso se refleja en los resultados del propio plebiscito. En la zona andina urbanizada ganó el no y en toda la periferia el sí. Colombia quedó encerrada por un círculo formado por los territorios más distantes. Los colombianos tenemos que entender eso; no olvidar esa circunstancia.
¿Qué va a pasar con los falsos positivos que denuncian los organismos defensores de los DDHH?
-Los falsos positivos van a ser asumidos por la jurisdicción especial para la paz. Habrá sanciones para los responsables y serán los jueces los que examinen en cada caso concreto el grado de cercanía y lejanía con el conflicto. Habrá casos absolutamente aberrantes que no tienen ninguna relación con el conflicto y que volverían a la justicia ordinaria, y aquellos en los que hay relación directa o indirecta tendrán las sanciones propias de la jurisdicción especial. No habrá impunidad.
En este tiempo, ¿ha podido dormir por las noches? ¿No tiene cargos de conciencia?
-Hombre, tengo que confesarle que he estado en situaciones muy críticas varias veces, desde las amenazas de los extraditables de la mafia cuando estaba en la Corte Suprema o el paso por la vicepresidencia que fue muy conflictivo, pero nunca he dejado de dormir bien (ríe). Tengo esa ventaja. Y con lo que se acordó en La Habana no tengo ningún cargo de conciencia. Todo está bajo la legalidad y a los críticos les digo que lean el acuerdo, que no se limiten a la información de las redes sociales, muchas veces mentirosa. De hecho, siempre digo que si alguien me demuestra que nos desviamos del Estado de Derecho yo pediré perdón.
La prensa colombiana ya le ve como posible presidenciable en 2018. ¿Ver peligrar el acuerdo le haría decidirse?
-Lo primero es que el acuerdo sí está en peligro y es explícito. Los del Centro Democrático dijeron que había que rectificar y hacer cambios sobre lo esencial. Me parece que eso sería un enorme revés y una verdadera calamidad. Sobre mi papel lo que digo es que debemos aunar fuerzas para la defensa y aplicación de los acuerdos, y yo por ahora estoy examinando la situación, pero lo que tengo claro es que continuaré en la línea de defender lo acordado, una huella indeleble en mi vida.
Con perspectiva, ¿qué errores no deben cometerse en las negociaciones con la guerrilla del ELN?
-Algunas de las expectativas que tuvimos con el inicio del diálogo con las FARC fracasaron y eso no debería repetirse. Siempre concebimos conversaciones relativamente cortas, en la medida de lo posible, durante la fase secreta se apuntó a una agenda concretísima para el fin del conflicto y nos hicimos ilusiones para unas conversaciones breves. El presidente incluso se imaginó unas conversaciones de meses, no de años. Lo ideal con el ELN es abreviar porque creo que la prolongación genera mucho desgaste, también para la guerrilla. En segundo lugar, hubo un compromiso de confidencialidad que no fue cumplido por las FARC, que aprovecharon la cobertura de los medios de Cuba y pudieron hacer sus arengas todas las mañanas. Eso es perturbador porque distrae de lo esencial. Aunque no se trata tampoco de dar consejo porque las características del ELN son bien distintas de las FARC. El ex ministro Juan Camilo Restrepo está al frente de la delegación y fue muy útil también al comienzo de las conversaciones con las FARC.
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