El empresario Jovenel Moise juramentó este martes como nuevo presidente de Haití, con la esperanza de cerrar la crisis política que ha vivido el país, el más pobre de América, desde la anulación de los resultados de los comicios de 2015 ante las protestas y el presunto fraude.
Tras más de un año de inestabilidad política y después de que las elecciones se aplazaran en cuatro ocasiones, finalmente Moise, de 48 años y miembro del Partido Haitiano Tet Kale (PHTK), logró la victoria en la primera vuelta de los comicios de noviembre del año pasado con un 55,60 por ciento de los votos.
La crisis política surgida tras la anulación de los resultados de los comicios de 2015, que también daban como ganador a Moise, llevó a que Michel Martelly concluyera su mandato presidencial en febrero de 2016 sin que se hubiera elegido a su sucesor.
Desde entonces, Haití fue dirigido por un Gobierno provisional encabezado por el expresidente del Senado, Jocelerme Privert.
Aunque los principales adversarios de Moise, entre ellos Jude Celestin, de la Liga Alternativa por el Progreso y Emancipación Haitiana (Lapeh), que quedó en segundo lugar, no han reconocido su victoria, la comunidad internacional respaldó los resultados.
Además de allanar el camino hacia la estabilidad política, el nuevo presidente, un empresario bananero sin recorrido político, tendrá que hacer frente a varios desafíos como impulsar la recuperación de la economía en un país, donde casi el 60 por ciento de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, el desempleo ronda el 70 por ciento y la inflación el 12 por ciento.
El huracán Matthew, que provocó en 2016 la peor crisis humanitaria después del terremoto de 2010 que dejó unos 300.000 muertos, causó también un rebrote del cólera, una enfermedad introducida en Haití por un contingente de cascos azules nepalíes desplegados para ayudar tras el sismo.
Los estragos del terremoto son aún visibles en la capital haitiana y siete años después más de 50.000 personas permanecen todavía en campamentos en pésimas condiciones.
A estos retos se suman el éxodo de miles de ciudadanos, la corrupción, los graves problemas de salud, tráfico de drogas, los bajos niveles de educación, debilidad en la Justicia y la inseguridad, sólo amortiguada, en parte, por la presencia de miles de cascos azules de Naciones Unidas.
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