638 maneras de matar a Castro, un documental de Channel 4 (BBC), reconstruye con gracia la obsesión fatigosa por el magnicidio que poseyó a unas patrullas perdidas de la Guerra Fría. Siempre a la espera de una aprobación expresa de la Casa Blanca que nunca les llegó, impulsados por la Central de Inteligencia (CIA) o sus propios desvaríos, elaboraron planes con cigarros explosivos, armas con mira telescópica, bombas de diversas clases, hermosas espías letales, LSD en estado gaseoso y hasta un traje de buceo envenenado.
Ningún intento tuvo éxito. La vez que Castro había estado más cerca del fin fue en 2006, debido a un trastorno de sus intestinos, que requirieron cirugía. Fue en su país, en su cama, con su esposa, Delia Soto del Valle, a su lado.
Había llegado a los 90 establecido en una propiedad de la localidad de Jamainitas, en las afueras de La Habana, que sólo han conocido invitados estelares como el presidente francés Françoise Hollande y el Papa Francisco, o los amigos que le quedan a la Revolución Cubana como los mandatarios Evo Morales, de Bolivia, y Rafael Correa, de Ecuador. Allí tenía piscina y huerta, arte original y también una reproducción del Guernica de Pablo Picasso, varias mecedoras y televisores modernos.
Había sobrevivido vuelto casi un modelo de ropa deportiva desde que, hace ya una década, abandonó el poder, y con él el uniforme verdeolivo que lo caracterizó desde aquel 1º de enero de 1959 cuando hizo historia al encabezar el movimiento guerrillero que alumbró el primer país socialista en el hemisferio occidental. Bajo el gobierno sanguinario de Fulgencio Batista, Cuba había tocado el techo del progreso económico y social: una nación pequeña del Caribe, con un capitalismo dependiente centrado en un monocultivo básico, el azúcar.
Había sobrevivido entretenido aún con rebeldías significativas —el arte de sobreinterpretar las palabras del Comandante tiene nivel olímpico— como firmar en el Granma, órgano oficial del Partido Comunista Cubano (PCC), un desplante al presidente Barack Obama mientras Raúl Castro, su sucesor en el poder, lo recibía en visita oficial histórica, luego de haber negociado un descongelamiento de relaciones que duró medio siglo. "No necesitamos que el imperio nos regale nada", escribió.
Es imposible contar la historia del siglo XX sin mencionar a Fidel Castro. Y también es imposible referirse a su figura como se suele hacer: para algunos un héroe, para otros un tirano. Ese enfoque omite la connotación histórica del personaje, y apenas dibuja caricaturas de trazo grueso: como dictador mostró demasiado carisma, como guía del pueblo cubano causó penurias y divisiones.
Fidel Castro fue un caudillo con un poder de comunicación acaso sólo comparable a las antiguas estrellas de Hollywood; un dirigente de psicología elusiva, que ha despertado pasiones extremas pero nunca indiferencia. Y que quiso ser juzgado —y absuelto— por la historia, desde antes que se convirtiera en el talento político de (des)proporciones épicas.
Como dictador ha mostrado demasiado carisma, como guía del pueblo cubano ha causado penurias y divisiones
De la cuna a la historia
En el pueblo de Birán, en la provincia de Holguín, está la finca donde el ex presidente de Cuba nació el 13 de agosto de 1926, el tercero de los siete hijos que tuvieron el inmigrante gallego Ángel Castro y su segunda esposa, la cubana Lina Ruz: entre Ángela y Ramón, los mayores, y Raúl, Emma, Juana y Agustina, los menores. El Sitio Histórico de Birán es un museo nacional que desde comienzos del año recibió 22.000 visitantes, casi la mitad extranjeros.
La propiedad original tenía menos de 300 hectáreas, pero el ex soldado del ejército español que la compró la convirtió en una hacienda de más de 12.000, a la vez que se instalaba como el terrateniente de Birán. Vendía caña de azúcar y madera a las empresas estadounidenses que su hijo famoso habría de expropiar tras derrocar a Batista. También se dedicó a la ganadería y la explotación de minerales.
A diferencia de su hermano más joven, hoy presidente de Cuba, Fidel Castro no manifestó intereses políticos antes de ingresar a la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana en 1945, a los 18 años, recién salido de la escuela jesuita. Se vinculó con la Unión Insurreccional Revolucionaria, levemente anarquista. Sus opositores recuerdan que en 1948 se lo acusó de los asesinatos del dirigente estudiantil Manolo Castro y del sargento de la policía universitaria Oscar Fernández Caral; sin embargo, el primer cargo se diluyó por falta de evidencia, y un testigo anuló el segundo al declarar que la policía lo había obligado a mentir.
Ese mismo año estaba en Colombia cuando se produjo el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliecer Gaitán, y asistió al Bogotazo. "Aquella fue una experiencia de gran magnitud política. Yo aún no había cumplido los veintidós años", le dijo a su biógrafo oficial Ignacio Ramonet. "Vi el espectáculo de una revolución popular totalmente espontánea". Y pensó en otra. En Cuba.
Era un abogado del Bufete Azpiazo-Castro-Remende cuando el 26 de julio de 1953 participó en el asalto al Cuartel Moncada, que inició la lucha armada contra Batista pero fracasó en horas. Casi la mitad de los combatientes fue torturada y asesinada en los días siguientes. Fidel Castro ejerció su propia defensa en juicio —de la que se popularizó el alegato "La historia me absolverá"— y fue a la cárcel.
Luego, libre a cambio de mantenerse en el exilio, lideró un regreso improbable en un yate tan sobrecargado que demoró siete días para hacer una trayectoria de cinco. Y apenas desembarcados los 82 pasajeros del Granma, el ejército los destrozó. Los guerrilleros que se salvaron se reagruparon en la Sierra Maestra. En la confusión, la prensa dio por muerto al caudillo. Hasta que The New York Times tituló en la tapa de su edición dominical del 24 de febrero de 1957: "Visita al rebelde cubano en su escondite; Castro sigue vivo y sigue luchando en las montañas".
El resto es conocido: la guerra de guerrillas, el triunfo —y la ominosa salida de Batista y funcionarios con, literalmente, todo el dinero en efectivo que pudieron cargar— y la entrada a La Habana del 8 de enero de 1959, con Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, jóvenes y barbudos, vivados como rock stars.
50 años en el poder
Al comienzo de la Revolución Cubana dejaron la isla los ricos que perdieron sus propiedades, los funcionarios de la dictadura y parte de la clase media que no soportó la tensión entre su deseo de una sociedad mejor y sus raíces en una familia burguesa. Todos tenían en común una creencia: salían de paseo, los Estados Unidos no permitirían la soberanía de Cuba. Cocinaron su puerquito para la Navidad de 1960 un poco preocupados porque las cosas no volvían a su cauce, pero jamás imaginaron que la situación empeoraría y duraría décadas.
Después de todo, Fidel Castro era un enigma ideológico. No era comunista como su hermano Raúl; más bien se inclinaba por medidas populistas como la baja del costo de la renta y los servicios o la suba de impuestos para los Cadillacs. Sin embargo, entre la nacionalización de los intereses estadounidenses y la reforma agraria condujeron primero a la revocación de los contratos azucareros con el vecino y luego al fin de la provisión de petróleo. En enero de 1961, el presidente Dwigth Eisenhower declaró la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba, que duraría 55 años. Fidel Castro anunció que Cuba adoptaba el modo de gestión socialista.
La Unión Soviética, que nunca se había interesado por la isla —toda América Latina le parecía bajo la influencia de Washington—, de pronto descubrió que podía ofrecerle alianza a una nación ubicada a 90 millas de los Estados Unidos. Así Cuba sufrió —y Fidel Castro y su gobierno los sobrevivieron— dos episodios dramáticos: el intento de invasión de Bahía de Cochinos/Playa Girón y la Crisis de los Misiles. Y actos de repudio político más complejos y duraderos, como la Ley de Ajuste Cubano —que permite la residencia legal a los llegados de la isla— y el embargo/bloqueo que componen distintas leyes del Congreso estadounidense.
La Unión Soviética, que nunca se había interesado por la isla, de pronto descubrió que podía ofrecerle alianza a una nación ubicada a 90 millas de los Estados Unidos
La educación, la salud, la cultura, la ciencia y el deporte fueron las áreas en las que Cuba logró niveles de país desarrollado, aunque su economía y su respeto a libertades públicas básicas, como la de expresión, se mantuvo dentro de los paradigmas del subdesarrollo. La vigilancia interna —tan real como exagerada— ha encontrado el complemento menos deseable: una oposición/disidencia que no supera la desarticulación y que no consigue competir con el establishment del PCC.
Acaso por la época que le tocó vivir, Castro trascendió la isla por sus intervenciones internacionalistas, como la participación de Cuba en la Guerra de Angola. También influyó a los movimientos insurgentes de América Latina en las décadas de 1960 y 1970.
Tres crisis migratorias —los niños Pedro Pan, el Mariel y los balseros—, la ejecución del general Arnaldo Ochoa —un héroe de la república de gran popularidad, acusado de narcotráfico, en quien muchos vieron un chivo expiatorio—, la imposibilidad de crear una economía diversificada y autónoma y la catástrofe tras la caída de la Unión Soviética —una hecatombe que dejó a la población literalmente sin alimentos y al país sin energía— fueron algunas de sus tormentas más difíciles. De la última parecía que no saldría: inició un proceso de apertura al capital privado y pronto lo pudo cerrar, desconfiado de sus consecuencias ulteriores, con la ayuda del petróleo venezolano.
El otoño del patriarca
El 31 de julio de este año se cumplieron diez años desde que Fidel Castro dejó el poder.
En aquel verano de 2006 la noticia conmocionó a los cubanos: la televisión —todos los canales son estatales— anunció apenas que había sobrevivido a una cirugía complicada y que delegaba el poder en su hermano Raúl, ministro de las Fuerzas Armadas. Los rumores se multiplicaban mientras las voces oficiales sólo repetían que la salud del dirigente era un secreto de Estado.
A los quince días Granma publicó fotos de Castro y el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Ya en diciembre hubo informes oficiales sobre la biopsia negativa y la recuperación del paciente, que a mediados de 2007 dio su primera entrevista como cubano de a pie: no volvería a la presidencia. En febrero de 2004, Raúl Castro asumió formalmente y en un mes comenzó con sus reformas económicas. Pero se mantuvo en una especie de retiro activo hasta el final, y a él recurrían los sectores más conservadores del PCC como referencia indiscutible.
Otra consecuencia de su salida del poder fue la exposición de su vida amorosa, que siempre resultó un venero de especulaciones. Si desde 1999 se mostró por primera vez con su esposa en público, desde 2006 casi no hay foto del Comandante en la que no se vea a la madre de cinco de sus siete hijos —Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel: todos con A—, con quien se casó en 1980 poco después de la muerte de Celia Sánchez Manduley, la persona a la que amó y en la que confió desde la Sierra Maestra. Llevaba ya veinte años con Dalia Soto del Valle, a quien sedujo desde que la conoció en un acto durante la Primera Campaña de Alfabetización de Trinidad, la ciudad donde ella había nacido 17 años antes.
Su pultima aparición rutilante fue el 19 abril en la clausura del VII Congreso del PCC. Fidel Castro se mostró idéntico a sí mismo.
"Tal vez sea de las últimas veces que hable en esta sala", dijo, presintiendo el final. "Pronto deberé cumplir 90 años". Y a continuación agregó, incombustible: "A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos como prueba de que en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos. A nuestros hermanos de América Latina y del mundo debemos transmitirles que el pueblo cubano vencerá".
Los cambios que atraviesa la isla, en definitiva, son sin él. Es difícil encontrar un cubano viejo que no lo exalte y un cubano joven que no lo vea como el pasado.
Suya, entonces, es la historia. Ya no importa si lo absuelve.
LEA MÁS:
Fidel Castro, 90 años: de los campos de azúcar a Sierra Maestra y el retiro en Jamainitas https://t.co/6Ph0rmdlv4 pic.twitter.com/VGSaX1VaYw
— Infobae América (@InfobaeAmerica) August 13, 2016