Suena absurdo, pero es así: la Organización de los Estados Americanos (OEA), la institución con la imagen de mayor seriedad en el continente, no forma parte de la frágil mesa de diálogo que se pretende instalar en Venezuela. Hasta el momento, el motivo de semejante ausencia es uno: el régimen que comanda Nicolás Maduro lo impide.
En Washington la preocupación crece. No sólo en la sede del organismo, sino también en el Departamento de Estado norteamericano. Fue luego de que durante la Toma de Venezuela los oradores confirmaran que el domingo próximo no asistirán a la cumbre en la isla Margarita. El diálogo está congelado.
El punto de la OEA es fundamental. Maduro lo impide como su condición primera. La pregunta que sigue reviste una lógica abrumadora: ¿cómo ponerse de acuerdo en temas más sensibles como presos políticos y revocatorio si no pueden reunir como mediador al organismo más preparado para este tipo de conflictos?
En Caracas, en Washington, en el Vaticano y en las capitales de la región sospechan que detrás de esta rígida cláusula existe una clara intención: dilatar lo máximo posible las reuniones y ganar tiempo. Es por eso que el arzobispo Emil Paul Tscherrig había aclarado que se harían rondas previas para tratar de determinar el nivel de voluntad que había en ambas partes de resolver la grave crisis institucional que sufre la nación. Su sospecha se confirma.
Las condiciones de la OEA para unirse a un diálogo productivo fueron expuestas a las partes mediante los mecanismos diplomáticos con los que cuenta. Son tres: hacer todo de acuerdo con lo que indica la Constitución de Venezuela; realizar el revocatorio de manera transparente y no con "trampas"; los presos políticos deben ser puestos en libertad, son una prioridad política pero también humana. Estos puntos son innegociables para el organismo.
La oposición, mientras tanto, espera señales más claras y trata de no fracturarse. Si bien algunos consideran que el papel del Vaticano es importantísimo y que podría redundar en una esperanza, otros desconfían de la fuerza que pudiera tener para torcer el brazo de Maduro. Sumado a ello, la relevancia dada a Ernesto Samper, secretario general de la Unasur, y a José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente español, como garantes del diálogo tampoco genera ánimo. Sospechan que ambos guardan simpatías con Caracas y que eso desvirtúa un diálogo abierto y eficaz.
En tanto, empecinado en ganar tiempo, Maduro anhela poder llamar a elecciones anticipadas en 2017. Reza para que el precio del barril de petróleo se recupere y así conseguir un respiro para el frágil populismo que se instauró en el país hace años. Cree que es su última carta, mientras juega al diálogo con los demás.
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