Era mayo de 1981. Todavía Pablo Escobar no era muy conocido en todo Colombia, pero ya era el hombre más rico de su país. El negocio iba de maravillas: ya era el proveedor del 80 por ciento de la cocaína que circulaba por el mundo mediante el Cártel de Medellín. Pero el perfil bajo todavía le permitía hacer una vida normal.
Fue por eso que cumplió con una promesa que le había hecho a su hijo Juan Pablo: visitar Walt Disney World. Cuando comenzó a planificar el mentado viaje, Escobar se encontró con un escollo que lo inquietó unos momentos: la visa requerida para ingresar a los Estados Unidos. Sin embargo, no encontró ningún impedimento para que le fuera emitida.
Con inmunidad diplomática conseguida gracias a sus contactos en el mundo de la política, viajó al país del Norte. Por aquel entonces era un hombre de negocios, dedicado a la compra y venta de propiedades. Se instalaron en Miami, en una espectacular mansión y luego viajaron hacia Orlando.
El viaje fue realizado con una amplia comitiva. Además de Juan Pablo (hoy conocido como Sebastián Marroquín), lo acompañaron su esposa María Victoria Henao, su madre Hermilda, su hermano Roberto Escobar y su primo e inseparable socio Gustavo Gaviria. También fue con ellos su guardaespaldas de máxima confianza, John Jairo Arias Tascón, más conocido como "Pinina". Fue uno de los máximos asesinos con que contó el Cártel en sus años de fuego. Fue responsable de cientos de crímenes. Se formó como sicario a los 15 años y nunca detuvo su marcha hasta su muerte en 1990.
Una vez en el parque de diversiones, Escobar dedicó su tiempo a hacer feliz a los suyos. "Nuestra vida familiar todavía no había tenido complicaciones. Fue el único período de puro placer y lujo que mi padre disfrutó", recuerda Juan Pablo en su libro Pablo Escobar, Mi Padre.
En las calles de Disney, entre atracción y atracción, el hombre que supo ganar más de cinco millones de dólares por semana se dedicó a comprar cuanto souvenires quisieran quienes lo acompañaban. Gastó una suma incalculable de dólares que sorprendía a propios y extraños. Uno detrás de otro. Sin detenerse. Nadie en el parque sospechaba que el hombre con una gorra, una nutrida familia y un prolijo bigote era el capo máximo mundial del tráfico de drogas.
Incluso, a pesar del supuesto temor que tenía a las montañas rusas, Pablo Escobar le dio a su hijo un gusto singular. Ingresaron juntos a uno de los juegos más espectaculares que tenía Walt Disney Worl: Space Mountain, el atractivo circuito que se desarrolla entre las "estrellas" mientras la nave circula a gran velocidad. Ese espacio había sido inaugurado seis años antes y era uno de los más concurridos.
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