La bandera oficial de California se alzó por primera vez en Sonoma en 1846: un diseño de William Todd (sobrino de Mary Todd Lincoln, la esposa de Abraham Lincoln) que tomaba prestada la estrella solitaria de Texas y mostraba uno de los osos de la zona como desafío al mando mexicano, ante el cual los rebeldes se presentaron como territorio independiente. En 1911, con la misma estrella, el mismo Grizzly y la misma leyenda, California Republic, se convirtió en el símbolo oficial del estado que hoy, gobernado por demócratas y con las dos cámaras legislativas estatales en manos de demócratas, se prepara para resistir al presidente Donald Trump.
Y con el mismo oso pardo de la subespecie Grizzly, el tercer animal omnívoro de América del Norte, y el más agresivo. Convertido ahora en ícono de enojo, ya que no de insurrección.
"Como muchas de las otras casi nueve millones de personas de California que votaron por Hillary Clinton en 2016, el artista Eric Rewitzer reaccionó ante la victoria de Trump como si un tornado se hubiera llevado su casa", escribió Katy Steinmetz en Time. Pasó por todas las etapas del duelo desde la negación —"creí que no era en serio"— hasta la aceptación, que tomó la forma de una obra: el oso que reprodujo en miles de afiches y souvenirs de aeropuerto, siempre en el gesto amoroso de abrazar el perfil del estado, entre flores o rayos de colores, con mensajes como "Home" o "I Love You, California", es ahora un animal furioso que brama e intimida. "Han provocado a una bestia", dijo Rewitzer a Time. "Tengan cuidado".
Durante el escrutinio del 8 de noviembre de 2016, contra lo que habían indicado las encuestas, estado tras estado se manifestó rojo, de Florida a Carolina del Norte, del Oeste Medio entero a Pensilvania. En el oeste, en cambio, California —donde viven uno de cada ocho estadounidenses y cuya economía (sola: estimada aparte de la del resto de la unión) es la sexta del mundo— quedó en cambio más demócrata que nunca. La casa del ex vicepresidente Ronald Reagan es ahora el bastión principal de la movilización en contra de los republicanos en el poder. "Es la avanzada demócrata más grande y más influyente del país", dijo a Steinmetz el profesor de la Universidad de California del Sur (USC) Dan Schnur.
Desde ciudades como Los Ángeles o San Francisco hasta la capital, Sacramento y pasando por Silicon Valley, la unanimidad de la indignación ante las medidas que ha tomado Trump en sus primeras jornadas en el poder es perceptible. El gobernador Jerry Brown dijo en su discurso sobre "El estado del Estado", el 24 de enero de 2017, a sólo cuatro días de la asunción del millonario, que continuará en la lucha contra el cambio climático y a favor de los valores integradores de la inmigración: "California no da marcha atrás, ni ahora ni nunca".
En shock, como Nueva York el 11 de septiembre
Las órdenes ejecutivas que limitan la inmigración y suspenden —en el caso de los sirios, de modo indefinido— la entrada de refugiados incendiaron Palo Alto y sus alrededores, donde muchos profesionales de la tecnología de la información son, precisamente, inmigrantes.
"Desde que el descubrimiento de oro simplificó la entrada del estado a los Estados Unidos en 1850, los californianos han creído que este lugar es excepcional", escribió Steinmetz. "Y así es hoy: desde Hollywood a Silicon Valley, muchos ven a California no sólo hacia la izquierda sino como una delantera que podría 'mostrar un ejemplo al resto del país', como dijo Brown en su discurso".
Cuando Trump comenzó a cumplir con sus promesas de campaña, como firmar el decreto sobre la construcción del muro en la frontera con México y anunciar que les quitaría los fondos federales a las ciudades (que en el caso de California, representan hasta un 98% de devolución de impuestos) que protegieran indocumentados, la situación empeoró. "Anti-estadounidense", lo calificó el alcalde de Los Angeles, Eric Garcetti. "Usaremos todas las herramientas de nuestras funciones para luchar contra esta orden inconstitucional y preservar nuestra seguridad nacional y nuestros valores esenciales" advirtió el fiscal general del estado, Xavier Becerra.
La psicóloga Deborah Kory, que tiene su práctica clínica en el Bay Area, dijo a Time que la gente de la región sufría "un trauma colectivo" que comparó al que sacudió a la ciudad de Nueva York y sus suburbios luego del ataque terrorista que derrumbó las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. "Es un nivel de cambio tan completamente distinto que no podemos dar seguridades", dijo. Entre sus pacientes, la mayoría sintió pánico e incredulidad ante el triunfo de Trump, pero ahora los ve en otro camino: "No se puede mantener este nivel de angustia e hiperexcitación para siempre, así que las personas están menos disociadas y ansiosas y comienzan a poder contactarse con otras".
El viernes de la asunción de Trump, a millas de la frontera, en la ciudad de San Diego, cientos de manifestantes marcharon con una bandera mexicana y cantaban, en inglés y en castellano: "Aquí los refugiados son bienvenidos", "Inmigrantes, no tengan miedo" y "Trump, ¡escucha! ¡Estamos en la lucha!". "Una mujer blanca llevaba pegado un cartel en su espalda —destacó Time—: Estaré del lado de los más vulnerables". En el condado de Alameda, pocos días más tarde, 400 personas se reunieron frente a la puerta de un centro islámico con carteles que decían: "Todos pertenecemos aquí" y "Queremos a nuestros vecinos musulmanes".
De rojo a azul
Alguna vez California tuvo un corazón republicano. Reagan ganó la presidencia en 1980 —y fue reelegido cuatro años más tarde— luego de haber sido gobernador del estado; cuando su vice, George H. W. Bush, se presentó a la Casa Blanca, los californianos le dieron su apoyo, aunque ya por escaso margen. Desde los años de Bill Clinton el estado se tornó azul: Bush hijo ya no ganó. Y cuando Barack Obama se presentó a elecciones, como sintetizó el profesor de USC a Time, "para ser popular en California no tenía que hacer otra cosa que no ser republicano".
En esos años también hubo cambios demográficos decisivos en el estado: la inmigración de América Latina y de Asia, siempre presente, creció. Los latinos dejaron de ser la primera minoría para ser mayoría étnica en 2014. Al día de hoy, más de la cuarta parte de los habitantes de California nacieron fuera de los Estados Unidos, dos veces más que el promedio nacional.
De los 10 millones de inmigrantes que han hecho del estado su hogar —ese fragmento de la población equivale, por ejemplo, a todos los habitantes de Michigan— se estima que la cuarta parte no tiene papeles. "Somos una ciudad santuario, ahora, mañana, siempre", dijo el alcalde de San Francisco, Ed Lee, en un discurso a menos de una semana de la asunción de Trump. Días después la ciudad presentó una demanda contra el presidente y su gobierno, en la que alega que quitarles fondos federales a las ciudades santuarios es inconstitucional.
¿Y qué pasó con los republicanos? Es necesario llegar hasta los condados rurales —donde, hasta que hubo tormentas hace poco, vivían en queja permanente por la falta de agua— como Kent o Tulare, en el interior y no en la costa, para encontrarlos. "Gradualmente, California pasó de ser un estado con una división norte-sur (con un norte más liberal) a un estado con una este-oeste", escribió Steinmetz. En el oeste, San Francisco, Palo Alto, Los Angeles; hacia el este, distintos condados le dieron el triunfo a Trump por más del 60% en las elecciones. Pero por el modelo de representatividad, su impacto fue escaso.
Entre CalExit y Hollywood
Desde el inicio mismo de la unión, las fantasías de secesiones han abundado. Tras la elección comenzó un movimiento llamado CalExit, heredero de otros que han fracasado antes en hacer de California, como dice la bandera del oso, una república. "Un grupo llamado Sí, California, que ha apoyado esa iniciativa durante años y se prepara para juntar firmas para que la pregunta sobre la separación del estado se incluya en la boleta de votación de 2019, vio cómo sus seguidores explotaban de la noche a la mañana", observó Time. "Una lista de correos electrónicos de 13.000 pasó a 130.000, dijo el grupo. Los 1.500 seguidores de Twitter se convirtieron en 15.000".
California tiene además una caja de resonancia muy especial. En su discurso en la ceremonia de los Golden Globes, Meryl Streep habló sobre Trump —quien luego ejerció la crítica dramática al calificarla como una actriz sobrevalorada—: "La falta de respeto provoca falta de respeto, la violencia incita violencia. Y cuando los poderosos usan sus posiciones para amedrentar a otros, todos perdemos". En los premios del Screen Actors Guild, Julia Louis-Dreyfus se burló de la retórica presidencial ("Soy el ganador. El ganador soy yo. ¡Por paliza!") y recordó a su padre, un inmigrante que escapó de Francia durante la ocupación nazi: las medidas contra los inmigrantes, dijo, son una mancha para el país.
Otras celebridades casi compitieron por hablar ante las 350.000 personas que se reunieron en Los Angeles en una Marcha de las Mujeres al día siguiente de la de Washington. El director iraní Asghar Farhadi, cuya película The Salesman fue nominada como Mejor Largometraje Extranjero, dijo que no asistiría a la entrega de los Premios Oscar aunque le dieran un documento que lo eximiera de la orden sobre migración. El cineasta Judd Apatow y la comediante Rosie O'Donnell, entre otros, se comprometieron a apoyar a la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU).
"La organización también cobrará cheques de Sillicon Valley, un lugar que depende de —y se esfuerza por contratarlos— los ingenieros y ejecutivos más talentosos de todo el mundo", agregó Time. La compañía Lyft, competencia de Uber, anunció a sus clientes la donación de USD 1 millón luego de que Trump firmara el decreto. En Mountain View, los empleados de la compañía paraguas de Google, Alphabet, se manifestaron con carteles que resignificaron el lema de campaña de Trump, Make America Great Again: "Make America Welcoming Again" ("Hagamos a los Estados Unidos acogedores de nuevo"). Uno de los fundadores de Google, Sergey Brin, estuvo en las manifestaciones en el aeropuerto de San Francisco: "Vine porque yo soy un refugiado", dijo el nativo de la ex Unión Soviética.
A los pies del oso enfurecido de Rewitzer su esposa, Annie Galvin, pintó sus amapolas naranjas. "Se puede ser poderoso y amable", dijo el artista a Time. En otra versión de la obra, agregaron una declaración de los líderes demócratas de la legislatura provincial, que consideraron inspiración de la pieza: "California no fue parte de esta nación cuando comenzó su historia, pero hoy somos claramente los custodios de su futuro".