"Viejo es el viento, y todavía sopla"
(Anónimo)
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Mientras ella, María Teresa Cobar, y él, Carlos Víctor Suárez, bailan al compás del bolero "Si nos dejan", del mexicano José Alfredo Jiménez, podemos repasar sus vidas.
Que no fue fácil para ninguno de los dos. María Teresa nació en Guatemala hace 80 años. Carlos Víctor, en Cuba, hace 95.
Ella trabajó casi toda su vida "de niñera y limpiando casas en Miami… Llegué a Florida, Estados Unidos, a mis 26 años, y como madre soltera de Ana, mi única hija. Nunca me casé. Me dediqué a criarla, y me olvidé de todo lo demás…", según le relató al Miami Herald.
Él partió de Cuba en 1960, sobre el eco de los primeros balazos de la revolución, y también se refugió en Miami. "Me abrí camino trabajando en el mantenimiento de edificios hasta que pude abrir una pequeña joyería en el downtown. Me casé, tengo un hijo y dos nietas, pero mi mujer murió hace diez años. Quedé con familia, sí, pero solo…"
Y mientras siguen bailando ("Si nos dejan nos vamos a querer toda la vida / Si nos dejan nos vamos a vivir a un mundo nuevo / Y podemos ser un nuevo amanecer de un nuevo día"), nos preguntamos qué hacen allí.
Ella, de novia: vestido color champagne con lentejuelas.
Él, de novio caribeño: pantalón de hilo y guayabera color crema. Como la que tenía Gabo García Márquez para recibir el Nobel de Literatura 1982…
Pues bien: acaban de casarse. Entre ambos suman 175 años (casi dos siglos…), pero se han jurado amor eterno y se han entregado los anillos de matrimonio ante la ministra Margarita Rodríguez, de la iglesia Sunshine Catedral, Fort Lauderdale, que ha dicho en la ceremonia: "Con su amor, ellos nos recuerdan que nunca es tarde".
Los años, implacables, los empujaron al residencial para personas de la tercera edad "Aventura Plaza", North Miami Beach. Ella llegó antes que él, en 2009, y él hace apenas un año, pero estaba a punto de mudarse: "No me adaptaba".
Pero hace diez meses se cruzaron en un pasillo. Y juran que fue amor a primera vista. Sí: también posible a los 80, a los 95… Cuando la carne ya no es firme, pero sí el alma."Cuando la ví, mi corazón se llenó de alegría", jura él.
Los primeros pasos fueron lentos. Ella le mostró todos los rincones del residencial: un tour que llegaría mucho más lejos… Después compartieron clases de pintura y manualidades, y el desayuno. Por esos días, empezaron a llamarlos "los tortolitos".
Una noche, él la sacó a bailar en una de las fiestas del residencial.
Hace dos meses le dijo: "Quiero casarme contigo". Y ella dijo que sí.
Y como en el bolero, los dejaron.
La boda fue por todo lo alto. Ella nunca se había casado, "y no quería irme de este mundo sin vivir esa experiencia". Cuando se vieron, ya vestidos con sus mejores galas, y ella maquillada y peinada por expertos, sucedió este diálogo:
–Maricusa… ¡si te veo en otro lado no te reconozco!
–Maricuso… ¡qué elegante está el señor!
Y mientras siguen bailando, ya está lista la suite de luna de miel del "Aventura Plaza". Y después, nunca más habitaciones separadas. Porque "nos queremos, nos cuidamos, nos acompañamos", dicen casi a coro.
Sí: ella, 80 años.
Sí: él, 95 años.
Pero en la alta noche, el peor momento de la soledad, vestidos o desnudos, sin hablar del futuro (porque a esas edades el futuro es cada día), y acaso sin saberlo, están escribiendo su propia y gran novela de amor.
Sin letras impresas. Sin libro. Porque para eso, para el amor, ya existe una Biblia: "El amor en los tiempos del cólera", del hombre –del genio– de la guayabera y la flor amarilla. Sin saberlo, Gabo escribió la historia de María y Carlos. Y ellos, acaso sin leerla, fueron (son) sus protagonistas.
Porque el amor también es brujo. Es misterio. Es milagro. Es eternidad. Es la última verdad y la última esperanza cuando parece que nada queda en pie.