A menos de tres horas del corazón de París y a otras tres horas de Londres, en las afueras de Calais, se emplaza el mayor campamento de refugiados de Francia. Allí viven alrededor de 5.800 personas, en su mayoría procedentes de Afganistán, Pakistán, Sudán y Siria, según estima Médicos sin Fronteras (MSF). Esperan el momento para cruzar el Canal de la Mancha y comenzar una nueva vida, lejos de las guerras, persecuciones y miseria de las que escapan.
El campamento se encuentra a la vera de un bosque y sobre los restos de un antiguo basurero. Queda a cinco minutos del centro de la ciudad de Calais, a la salida de la autopista que conduce a Dunkerque y al costado del acceso al túnel que une Francia con Inglaterra. La entrada está flanqueada por un camión de la policía francesa y un grafiti de Bansky en el que se ve a un hombre cargar con una mochila en sus hombros en medio de un inmenso cartel que dice "London's Calling".
A primera vista, se ven unas pocas casillas de madera en las que se improvisaron restaurantes y despensas, en las que se pueden comprar desde un cepillo de dientes hasta chocolates y papas fritas. Una garrafa de gas, fundamental para poder calentarse un té o cenar a la noche, cuesta desde tres euros la lata más pequeña.
En el campamento, el agua potable se consigue en unos sumideros, la electricidad es cortesía de unos generadores que se cortan cuando llueve y la cocina se hace con esas garrafas que a veces fallan y explotan. Darse una ducha es un privilegio diario de tres minutos, reglado con cronómetro en una zona especial.
El agua potable se consigue en unos sumideros, la electricidad es cortesía de unos generadores que se cortan cuando llueve y la cocina se hace con garrafas que a veces fallan y explotan
Las casas, que no son más que casillas de madera o carpas, no siguen un orden y las personas que viven ahí dentro duermen en bolsas de dormir o colchones desparramados, completamente hacinados. De un lado, están los afganos y paquistaníes. Del otro, sudaneses, eritreos y otros países de África. Sobre una especie de colina, se encuentra un grupo de sirios. Más allá, iraníes, iraquíes y turcos. Están dispersos y, a su vez, agrupados de acuerdo con su procedencia.
Todos coinciden en que es indispensable llevar la convivencia sin incidentes para evitar que la policía tenga un motivo para entrar en Calais y revisarlos. La policía francesa es su mayor enemigo. Una de las razones principales para querer llegar a Inglaterra es que consideran que la policía británica es más indulgente, según explica Daniel Barney, de MSF. Otros motivos son el conocimiento del idioma inglés y los familiares o amigos que ya viven en ese país.
Los días en el campamento son difíciles. Al hacinamiento, se suma el frío y el clima lluvioso típico de la zona. La ropa y la comida son repartidas de acuerdo con el cronograma establecido por las organizaciones que allí funcionan. Hay días en los que hay que hacer largas filas para conseguir algo para cenar. La plata que tienen la usan para comprarse teléfonos con los que seguir conectados con su familia, pero fundamentalmente para poder financiar el pago a las mafias para lograr el cruce.
Al hacinamiento, se suma el frío y el clima lluvioso. Hay días en los que hay que hacer largas filas para conseguir algo para cenar.
Así y todo, quienes viven en Calais no pierden el optimismo y tampoco el buen humor. Los refugiados llevan nueve meses, cinco, quizás una semana, pero están seguros de que algún día llegarán a Londres. Esperan conseguir trabajo, tener un techo, que no les falte ningún plato. También poder ayudar desde ahí a su familia para que puedan escapar de la misma desgracia de la que huyeron ellos. La mayoría de las personas en Calais habla inglés. Algunas tienen títulos universitarios y todas se consideran preparadas para insertarse en su futuro país. Londres está idealizado: para ellos es la tierra prometida.
En los hechos, no es tan fácil. Reino Unido ha elevado la ayuda a los refugiados, pero aclara que su capacidad de absorción está al límite, mientras que busca una solución conjunta con Francia ante la emergencia humanitaria y sanitaria que representa la jungla de Calais. En marzo de este año, el primer ministro, David Cameron, prometió aumentar junto a Fancia en 80 millones el presupuesto para las tareas de la policía y las organizaciones sociales. La Comisión Europea, por su parte, se comprometió a brindar entre 200 y 300 millones con el mismo objetivo.
Se estima que diariamente llegan 50 personas a Calais, y se calcula que una cifra similar consigue el paso ilegal hacia Reino Unido, a pesar de los intensos controles policiales. La mayoría de ellos pagaron a las mafias unos 5.000 euros para que éstas les hagan un nexo con un conductor de camión que los esconda al momento de hacer migraciones y los cruce por el túnel. Si al conductor lo descubren, deberá pagar una multa de unos 2.000 euros, mientras que los inmigrantes serán detenidos. La otra opción es saltar a los trenes que cruzan el puente. Es más arriesgado y muchos han perdido la vida en el intento.
La mayoría paga a las mafias unos 5.000 euros para que un conductor de camión los esconda al momento de hacer migraciones y los cruce por el túnel
"Para juntar el dinero, pedimos prestados a nuestros amigos y a nuestras familias", explica Bayan, un joven sirio de 25 años que llegó a Calais hace una semana. Vive en la misma casilla con otros tres refugiados. Los cuatro son de Damasco e hicieron el camino escapando de la guerra por vía terrestre. Siria, Turquía, Grecia, Serbia, Macedonia, Hungría, República Checa, Alemania y finalmente Francia. Dos de ellos llevan nueve meses; el otro, cinco. Uno no puede dormir desde hace diez días, según traduce Bayan. Hace diez días, sus amigos lograron cruzar y él quedó en Calais.
Más lejos, en una carpa donde conviven iraníes y turcos, un grupo cena cerca de las siete de la tarde. "Están comiendo bien porque en un rato se irán a probar suerte", explica Shahin, un iraní de 24 años, en un perfecto inglés. "Esto es así todas las noches, excepto los sábados y domingos porque hay menos tráfico y es más fácil que los atrapen", agrega. Shahin es ingeniero y huyó del régimen iraní hace cuatro meses. Su único familiar con vida es un tío que vive en Londres y que le facilitó el dinero para que les pagara a las mafias.
Un drama que excede a Calais
El drama de Calais no es nuevo para las autoridades francesas ni inglesas. El campamento tuvo su debut a principios de este siglo. Los primeros inmigrantes provenían de África. En distintas oportunidades, el gobierno francés intentó cerrar y desplazar el lugar. El actual campamento se encuentra en una zona aledaña al original.
En el norte de Francia, en el departamento Nord Pas-de-Calais, además, hay otros campamentos de refugiados. El más reciente es el de Grande-Synthe, ubicado a treinta kilómetros de Calais. "Aquí viven unas 1.000 personas", indica Bryan, voluntario de la ONG francesa Utopía 56 y encargado de hacer el breve tour por Grande-Synthe. Emplazado de la mano de la alcaldía local con el apoyo de Médicos sin Fronteras y la logística de Utopía 56, la realidad en ese lugar es bastante diferente a la de Calais.
Si en este último predominan las carpas y viven principalmente hombres de alrededor de 30 años para bajo provenientes de distintos países de África y Medio Oriente, en Grande-Synthe hay principalmente familias de origen kurdo repartidas en pequeñas casas de madera precaria. Pero hay algo que todos ellos tienen en común, más allá de la edad, la nacionalidad, la religión o el sexo. Su objetivo es llegar a Londres.
"No pictures, no pictures"
Luego de la construcción del nuevo campamento en Grande-Synthe, en febrero de este año fue desmantelada la mitad del asentamiento de Calais con la intención de que los inmigrantes o refugiados se reacomodaran en otras instalaciones. "Sin embargo, lo único que se logró fue que el doble de personas estén en la mitad del espacio, aún más hacinados", critica Barney, de MSF.
Tras esa última irrupción policial, los ánimos se caldearon en el campamento. Barney explica que las personas quieren evitar ser fotografiadas y que incluso pueden ponerse agresivas al ver una cámara. "No pictures, no pictures", se escucha en varias ocasiones durante la recorrida de Infobae. "No quiero, mi familia no sabe que estoy acá", dice Hayat, un afgano de 26 años. "¿Y dónde piensan que estás?". "En Francia, pero no así. En Afganistán había guerra, pero acá no hay derechos humanos".
Sin cámaras, los refugiados se abren. Invitan a su tienda, a tomar un té, a compartir con ellos el momento previo a calzarse sus bolsos al hombro e intentar durante la noche alcanzar el otro lado del túnel que une Calais con la ciudad inglesa de Dover. "Espero que la próxima vez que nos veamos sea en Londres", se despide Shahin con una sonrisa.