"Tacos altos", la novela que una muerte en un súper chino le inspiró a Federico Jeanmaire

La identidad es "el gran tema del siglo XXI" según el autor, que escribe a partir de las preguntas para las que no tiene respuesta. "Uno escribe novelas para tomar riesgos, porque si no ya está todo hecho"

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La identidad es "el gran tema del siglo XXI" según el autor, que escribe a partir de las preguntas para las que no tiene respuesta. "Uno escribe novelas para tomar riesgos, porque si no ya está todo hecho"

Un día Federico Jeanmaire leyó en Infobae la historia de un supermercadista chino que murió en el interior de su comercio a causa de un incendio. Ese fue el punto de partida de un desafío que se autoimpuso el autor de Más liviano que el aire (aunque él prefiere hablar de "riesgo"): que la voz narradora de Tacos altos, la novela que marca su regreso al sello español Anagrama, fuese una chica de 15 años de nacionalidad china que vivió en Argentina y que escribe una suerte de diario personal. Allí narra su regreso a su tierra natal, el encuentro con sus abuelos y un nuevo viaje hacia la Argentina atraída por un particular pedido de su abuelo.

Riesgo o desafío, el escritor que nació en Baradero hace 58 años sale triunfador. Tacos altos es, quizás, una de sus novelas más ambiciosas y al mismo tiempo, una de las más logradas. Son 166 páginas que transmiten una belleza que el lector agradecerá. Una solidez narrativa que tiene en la cadencia y el uso del lenguaje herramientas utilizadas con maestría para volver a una de las obsesiones de este autor: la reflexión sobre la identidad.

"La lengua es el gran recipiente de la identidad de cualquier cultura"

¿La zona central y el mayor desafío para usted ha sido lo formal y cómo narrar un diario en primera persona escrito por una chica china adolescente que vivió en Buenos Aires?

—Eso es el motivo por el cual escribí el libro, se puede ver como desafío pero a mí me gusta llamarlo riesgo. En este caso, el riesgo era la lengua que iba a utilizar la narradora protagonista. Tengo una idea sobre las lenguas artificiales, un montón de ideas estéticas que me vienen de mi pasión por Cervantes pero que tienen una relación íntima con otro de los temas que me importan mucho hoy, que es el de la identidad. La lengua es el gran recipiente de la identidad de cualquier cultura. Estamos inmersos en un mundo muy complicado respecto a lo que va a pasar con las migraciones. Qué es lo que va a decidir el mundo en su totalidad pero también individualmente cada uno, qué respuesta ética, moral, cada uno va a tomar respecto a lo que está ocurriendo en el mundo. A mí me parece que la identidad es el gran tema del siglo XXI, así como la mujer fue el gran tema del siglo XX. La identidad va a cruzar todo el siglo, es el gran tema. Internet no ha sucedido porque sí, los celulares no suceden porque sí y, hoy por hoy, es muy complicado mantener aquello que se llama nacionalidades o ideas culturales comunes o tradiciones, con la migración y con todo lo que uno puede encontrar fácilmente en una mesa o dentro de su casa y me parece que la lengua es el lugar donde se va a empezar a reflejar.

—¿La lengua constituye la identidad?

—Es el gran componente de la identidad. Uno puede hacer mapas de la cultura de un pueblo a partir de la decisión sobre la palabra, que el español tenga una división tajante entre toro y vaca y que no la tenga con otros animales no es casual. Todo eso está en la lengua, toda la cultura está en la lengua. Y las lenguas artificiales por un lado provocan cierta fantasía o cierto imaginario fantástico en lo que estamos leyendo, aunque sea real, pero también está diciendo algo sobre la propia identidad, porque una de las grandes maneras en que nos damos cuenta como somos es a partir de la mirada del otro. Son ideas estéticas que me llevaron a escribir esta novela, y de este modo y no de otro, porque ese era el riesgo y porque supongo que uno escribe novelas para tomar riesgos porque si no ya está todo hecho.

—También permite pensar las migraciones y como se expresaron en la literatura argentina, como las narró Roberto Arlt, los irlandeses de Rodolfo Walsh y como las narra usted aquí, por ejemplo. Ya no convivimos con los almaceneros gallegos como el Manolito de Quino en Mafalda sino con los supermercadistas chinos.

—Nosotros ya tuvimos cuestiones con la artificialidad de la lengua a principios del siglo XX con los inmigrantes europeos. El cocoliche era una lengua artificial que por lo general se usaba en el teatro burlesco, en ese momento muy importante. Uno lo puede encontrar en Discépolo, pero tenía una parte negativa, de alguna manera el cocoliche era lo que no éramos el resto, entre comillas. La lengua siempre refleja esos cambios y los cambios que hoy tenemos en Argentina son diversos. Vivo en Constitución, mi barrio está repleto de dominicanos, paraguayos, bolivianos, chinos, creo que chinos hay en todos los barrios. Es otra migración, en algún sentido no tan potente como la de principios del siglo XX pero sí muy numerosa. En mi barrio es bastante común salir a caminar y encontrarte con gente de piel negra pero cuando vine a vivir a Buenos Aires a los 17 años era prácticamente imposible encontrarte con una persona de piel negra en la calle. Eso implica cambios y supongo que la lengua va a hacer algo con eso.

—Es atractivo el paralelo que hace con el cocoliche porque muchas de aquellas palabras que pertenecían a lo subalterno hoy están incorporadas al habla cotidiana...

—El cocoliche comenzó como sorna, era reírse de aquel que naturalmente hablaba mal.

—¿Es posible que hoy mismo estemos incorporando palabras o modismos chinos que dentro de cincuenta años formarán parte de la lengua?

—Obvio, de hecho hay dos clases de migrantes chinos: muchos que intentan aprender la lengua e integrarse y otros que no. La cultura china es muy férrea, no es tan maleable como la nuestra; los argentinos somos de tomar lo que nos parece que está bien sin importar de donde venga porque somos una cultura que suma y acumula de los demás. La cultura china no, es bastante estricta y tradicional y hay muchos chinos a los que les cuesta integrarse, pero hay otros que están integrados, interesados y aprenden cosas y incluso tratan de vivir un poco como los argentinos. Hay varios chinos que conozco que encuentran una variante del humor completamente argentina, aprenden muy rápido eso; bueno el diálogo en Argentina es un disparate, es muy difícil hablar en serio con alguien si es que no tenés un problema; ellos aprenden muy rápido eso. No creo que el chino pueda integrarse demasiado a nuestra cultura, eso lo veremos, pero sí aprenderla y practicarla con mucha facilidad, el chino es tremendamente práctico.

"La mayor parte de lo que vivimos, lo vivimos automáticamente y sin pensarlo"

—Hay otra zona de la novela que es la reflexión entre justicia y venganza. ¿Está de acuerdo?

—Sí pero no me lo planteo como algo a resolver, me lo planteo como una pregunta humana. Por ejemplo, siempre me impresiona la gente que aparentemente es muy tranquila pero en el momento en que le pasa algo grave en su familia, la tenés en la tele diciendo que hay que matar a todos. No la justifico pero me parece un momento un clave en la vida de cualquier persona, un momento crucial en el cual uno puede tomar actitudes de lo más diversas que me gusta llamar como volver a cierta animalidad previa. En el fondo, todos somos animales que estudiamos, nos comportamos más o menos, nos vestimos, pero en los momentos límites, como decía Freud, uno vuelve a ser el animal y decide lo que decide y lo que puede. Todos saben lo que Videla hizo y lo que significa, pero recuerdo esa entrevista en la que él dice "los desaparecidos no están ni muertos ni vivos, son desaparecidos, no están". Me parece que eso produce en el que lo está escuchando un mayor deseo de venganza que el hecho en sí: la burla sobre un hecho determinado o que el otro ironice sobre un hecho determinado tan tremendo, es un momento en el que la animalidad puede estallar más fácil, porque estamos preparados para entender ciertas cuestiones pero aparece un bruto de estos diciendo algo tan significativo y te da ganas de... no sé...me interesó trabajar eso de no poder frenar lo animal que llevamos adentro. Tengo una idea bastante definida sobre lo poco racionales que somos durante el día y las pocas cosas que hacemos realmente porque las pensamos y las decidimos, creo que la mayor parte de lo que vivimos, lo vivimos automáticamente y sin pensarlo, me interesó todo eso en la mente de una chica de 15 años. Sentarme ahí y pensarlo desde ahí, qué pasa en la literatura y esas preguntas que me hago y para las cuales no tengo ninguna respuesta porque de lo que tengo respuesta no escribo.

—Que además es una chica cuyo ritual de iniciación le da título al libro...

—Claro, mi madre me contaba que en su generación cumplir 15 años era que te entregaban los tacos y eso era pasar de nena a señorita, y me pareció que los tacos eran una especie de fiesta de quince en la cual unas personas necesitan que rápidamente te conviertas en adulto para un determinado cometido y entonces se les ocurre entregar tacos, determinada vestimenta y maquillaje que te inventan como mujer cuándo todavía no lo sos.

—A lo largo de la novela, tuve presente aquella imagen del chino al que saquearon durante la crisis del 2001. ¿Usted también?

—No, lo pensé pero después, cuando ya había terminado el libro. Me parece que esa imagen fue fácil de comercializar en los medios porque el chino no había muerto, lo único que le había pasado era perder su mercadería; era fácil ponerse en ese lugar. Este caso que cuento, que es verídico, prácticamente no tuvo repercusión en los medios porque es dramático: el supermercadista chino muere y se ve que debe haber razones políticas o editoriales para que no se cuente una muerte en el Gran Buenos Aires cuando están habiendo muertes en el resto del país como pasó en diciembre de 2013. Todos sabemos que cuando el Gran Buenos Aires se pone complicado complica todo. Además creo que era menos exhibible para la prensa.

—¿Aquél cumplía con todos los requisitos de la narrativa mediática y este no?

—Claro, aquel era enternecedor y encantador: un señor llorando que casi no sabía hablar y que lo había perdido todo.

—¿Y cómo conoció esta historia?

—Creo que salió en dos lugares y uno fue Infobae. Había cierta contradicción entre uno y otro, en uno se decía que el chino había decidido morir en el incendio para no entregar la mercadería y, en el otro, que no había podido salir a tiempo porque estaba todo enrejado. De algún modo, esa contradicción pública entre dos diarios también armaba como una novela porque entre una y otra cuestión hay un mundo de posibilidades que fue lo que quise escribir en esta zona de la novela. La novela tiene muchas más zonas, pero en ésta quise pensar que cualquier decisión es una lucha entre una cosa y la otra y me gustó pensar en una mente china que está intentando tomar alguna decisión respecto de esto.

—Vuelve a publicar en Anagrama después de haber sido finalista del premio hace veinticinco años y de una vida literaria de quince libros, ¿cómo lo está viviendo?

—Estoy feliz, no sólo por el sello, que es una marca inconfundible en las librerías, sino también por lo que significa en el trato, lo que significa Herralde como editor. Los escritores sabemos que tenemos un oficio que no pega tanto con la facilidad de la modernidad, ser escritor hoy es interesante además por la complejidad que significa el artefacto libro. Volver a una Editorial que es como un mundo en la literatura es muy bonito.

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