Cupido lanza una flecha.
No regala flores ni bombones ni tarjetas preimpresas con clichés. No baja la luna y las estrellas, ni se presenta como un faro para la barca a la deriva en el mar oscuro. Cupido no manda un e-mail como Tom Hanks, ni siquiera el 14 de febrero.
El dios del deseo amoroso, hijo de Venus y de Marte –dioses, no por nada, del amor y de la guerra– lanza una flecha. Y apunta al corazón.
El valor iconográfico de esa imagen ha alimentado el tópico del amor en la cultura occidental. Cuando ese deseo amoroso se cumple, y la gente encuentra momentos de felicidad al compartir su vida con otro, ese ser se le clava en el corazón. Y si se pierde a ese otro, la fuerza de la muerte arranca la flecha y el dolor desgarra el músculo.
Quien haya enviudado sabe que la mañana siguiente a la pérdida del ser amado es siniestra: el sol ha vuelto a salir y el café huele igual, pero el mundo tal como se lo conoce ha desaparecido. Uno está desorientado en su propia piel. Todo está idéntico y todo está irreconocible.
Fernando Savater dice que no puede hacer lo que hizo toda su vida: escribir. Sentarse a pensar y teclear hoy no es lo mismo que era sentarse a pensar y teclear cuando vivía Sara Torres Marrero, la cineasta y profesora de Estética con la que compartió 35 de los 68 años de su vida, es decir, un poco más de la mitad, casi 13.000 mañanas, tardes y noches.
"Escribía para que Sara me leyera. Escribía para que me quisiera más", dijo el autor de Ética para Amador al diario español El País. "Ahora que ya no está, no quiero seguir escribiendo", ha reiterado desde que comenzó en España, a finales de 2015, la gira de promoción, que continúa en América Latina, de su libro, acaso último, y el primero en colaboración con ella: Aquí viven leones: viaje a las guaridas de los grandes escritores.
Habían preparado la obra con extremo cuidado y dedicación, según repitió, porque era su declaración de amor conjunta por la literatura: una recorrida por los lugares que albergaron a ocho grandes escritores que Savater y Torres amaron, y cuyas lectura y relectura constituyeron, a la vez, la basa del amor entre ellos, que se interrumpió cuando, a mitad de camino de la investigación, ella recibió un diagnóstico de cáncer que terminó con su vida en pocos meses.
Fernando Savater dice que no puede hacer lo que hizo toda su vida: escribir. Sentarse a pensar y teclear hoy no es lo mismo
Savater terminó Aquí viven leones "con grandes dificultades" para honrar la memoria de la persona a la que dedicó casi todos sus títulos desde que 28 años atrás, cuando publicó San Sebastián –una mirada del flâneur sobre distintos lugares de la ciudad vasca–, apuntó: "Para Sara, con amor eterno", en la primera página de su manuscrito. Ella es la coautora de la obra que toma el título de los mapas antiguos donde en los territorios desconocidos se alertaba "hic sunt leones" o "hic sunt dracones".
Acaso esa invitación a leer y recorrer la geografía literaria se hubiera extendido a más allá de ocho autores de no haber mediado la enfermedad de Sara. Se limitaron a los escritores que habían investigado hasta ese punto: William Shakespeare, Edgar Allan Poe, Agatha Christie, Ramón del Valle Inclán, Gustave Flaubert, Giacomo Leopardi, Alfonso Reyes y Stefan Zweig. Por pedido de ella, la ilustradora Anapurna hizo un breve comic sobre cada escritor para la apertura de los capítulos.
Umbrío por la pena –como describió el poeta Miguel Hernández– Savater ha insistido en que no cree que vuelva a escribir. "Quizás una obra sobre ella, porque tuvo una vida muy novelesca, pero no creo, porque el proceso quizá traería demasiado dolor". Apenas imagina la posibilidad de escribir algo sobre su relación con su mujer, pero no para publicar, sino simplemente para sí mismo. Se mantiene a flote, como cuando lo arrestaron bajo el franquismo, aferrado a la lectura.
Savater, que se jubiló como profesor de Ética, Filosofía y Literatura para estar junto a Torres, publicó más de treinta libros sobre una enorme variedad de temas y géneros: los ensayos que lo convirtieron en una referencia cultural de fuerza –la revista británica Prospect lo consagró entre los 65 pensadores más influyentes del mundo sobre la base de 10.000 votos en más de 100–, como Ética para Amador (1991) y Política para Amador (1992). Su hijo, Amador Savater, encarnó involuntariamente a la juventud entera que, con gran éxito, el autor invitó a la reflexión filosófica.
El valor de educar (1997), Ética, política, ciudadanía (1998), La aventura de pensar (2008), Historia de la filosofía sin temor ni temblor (2009) y Ética de urgencia (2012) se destacan entre otros trabajos filosóficos, pero también ha escrito novelas (Los invitados de la princesa, La hermandad de la buena suerte y El jardín de las dudas, entre otras), teatro (Guerrero en casa y Juliano en Eleusis, por ejemplo) y un "ridiculum vitae", como lo calificó: Mira por dónde: autobiografía razonada, apenas a los 56 años, pero impulsado por la muerte de su madre, víctima del Mal de Alzheimer. Aunque ha recibido numerosos premios internacionales y doctorados honoris causa se sigue considerando "un filósofo de compañía", sin mayúscula académica, influido por Friedrich Nietzsche, Émile Cioran y Baruch Spinoza.
Desde sus orígenes libertarios a su presente libera,l mantuvo una oposición incólume al nacionalismo, lo cual no es sencillo para un vasco. La organización Euskadi Ta Askatasuna (ETA) lo amenazó de muerte y vivió protegido por agentes de seguridad durante más de diez años, hasta finales de 2011. A Sara Torres nunca le molestó eso: ella compartía su punto de vista y lo impulsaba, por su parte. Ambos integraron el movimiento cívico ¡Basta ya!
Ella fue profesora de Estética en la Facultad de Filosofía de la Universidad del País Vasco y, sobre todo, una cineasta y una cinéfila: dirigió documentales, escribió en las revistas Fotogramas y Nosferatu y fue una de las impulsoras del Festival de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián. Algunos atribuyen a su carácter iconoclasta, y otros a su mera inteligencia, la sencillez con que podía hallar y explicar los vínculos entre la alta cultura y los géneros populares.
"Sara. Querida Sara", comenzó el saludo fúnebre que su amigo Ricardo Aldarondo publicó en el Diario Vasco el 20 de marzo de 2015. "Desde donde estés me reñirás si no hago lo que debo. No me arriesgaré a un poltergeist. Te quiero".
Savater conoce el ABC del duelo: el sujeto comprende de a poco que el ser amado no existe más, y que la vida sigue
En un texto famoso, "Duelo y melancolía", Sigmund Freud prescribió que el duelo –una reacción normal ante la pérdida de un ser amado, que "trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, pero nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico"– se diferencia de la melancolía porque no conlleva "la perturbación del sentimiento de sí", una suerte de anulación de la autoestima que lleva al reproche y el castigo a uno mismo.
Es difícil creer que alguien como Savater se haya melancolizado, simplemente, por la pérdida de su compañera de vida. Tal vez sea más probable que alguien capaz de abogar por las libertades individuales sin remilgos –es, por caso, un defensor de la despenalización de las drogas– lo haya decidido, como quien elige terminar su vida con entereza ante un padecimiento que no tiene cura y sólo ofrece desintegración del ser. Savater conoce el ABC del duelo: el sujeto comprende de a poco que el ser amado no existe más, y que la vida sigue. Pero un hombre con una experiencia tan cumplida puede decidir que la vida no siempre merece ser vivida del mismo modo: que en libertad se puede aceptar que morir de amor es una causa de extinción como cualquier otra.
"Sólo tengo pasado, no hay futuro. Cuando Sara, murió dejé de vivir. Y ahora solo sobrevivo", dijo Savater en entrevista a El País.
Morir de amor es uno de los grandes temas de la cultura occidental, desde la historia de Píramo y Tisbe que Ovidio reconstruyó en Las metamorfosis hasta la canción de Miguel Bosé o el cine de Hollywood. Romeo y Julieta, de William Shakespeare, o El joven Werther, de J.W. von Goethe, mantienen su actualidad hace siglos.
En esa zona gris donde no hay razones para vivir pero tampoco para terminar con el don de la vida, Savater no gusta de permanecer en el apartamento de Madrid donde se acumulan 35 años de recuerdos, fotos, artesanías y afiches que eligió, compró o hizo con o para Torres.
En su casa, como en cualquier casa donde había dos y sólo quedó uno, hay objetos cotidianos que ya no se usan, y no se sabe qué hacer con ellos. Hay sonidos que no se escuchan (el nombre propio, pronunciado por la voz que habitualmente lo hacía: el peor), aromas que se han disuelto. El hogar se ha convertido en el sitio menos acogedor del mundo. El paseo por el desierto del duelo está sembrado de minas: la primera vez del cumpleaños del otro sin que cumpla años, la primera fecha romántica que ya no se cuenta, el primer 1º de enero que el ser amado no espera junto con uno. El primer telemarketer que pregunta por la persona perdida.
"La muerte de mi mujer fue una forma de mutilación", le dijo el viudo a Robles, un periodista de Lima
"El secreto a voces que compartimos todos los humanos, secreto que funda nuestra civilización, nuestro arte y nuestra vida, es la certeza de la presencia de la muerte", dijo Fernando Savater en Lima, hace casi veinte años, para hablar sobre la alegría, recordó el periodista Juan Manuel Robles.
Le preguntó a Savater sobre el perfil de Edgar Allan Poe que publicó en Aquí viven leones. Poe era un niño cuando vio el cadáver de su madre. "No sólo eso", enfatizó el español: "Vio cuando su madre muere. Sólo podemos amar lo que va a morir o va a desaparecer. Nuestro amor es, de alguna manera, un intento por detener aquello que va a sufrir el perecer que tiene todo lo vivo. El amor es siempre un punto de zozobra, de deseo de proteger, de afirmación de que hoy todavía estás aquí".
Y cuando el ser amado no está ya ahí, la flecha de Cupido se resiste a salir del corazón, porque su forma misma la predispone para penetrar en él y desgarrarlo al salir. "La muerte de mi mujer fue una forma de mutilación", le dijo el viudo a Robles. "La muerte entró en mí definitivamente; cuando murió ella, yo tuve que asumir la muerte como algo propio. La muerte está aposentada en mí, aunque no sea más, porque yo la llevo a ella en el corazón. Eso me ha transformado. Realmente soy uno antes y uno después de este acontecimiento".